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Cultura para la libertad


21 de septiembre de 2024

El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 años. Es lo que nos ha hecho humanos. Jorge Majfud edifica éste Manifiesto ante la barbarie neolibertaria, reivindicando la cultura como motor de la humanidad.

Jorge Majfud

El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 años. Es lo que nos ha hecho humanos. No pocas veces, la cultura ha estado expuesta a la destrucción de la barbarie, como el incendio de bibliotecas en la antigüedad, la quema de libros durante el fascismo moderno o la prohibición de libros o la censura del mismo David desnudo como hoy en Estados Unidos.

Sin embargo, cuando hablamos de cultura solemos cometer el error de asumir que se trata de algo neutral o positivo. Por ejemplo, los seguidores de la Confederación que luchó por mantener la esclavitud alegan que su defensa es la defensa al derecho de su propia cultura, sin mencionar que se trata de la cultura del esclavismo. Muchos españoles defienden la tortura de toros por tratarse de un arte y de una cultura tradicional. También el placer o la indiferencia por el dolor ajeno es parte constituyente de una cultura fascista y exactamente lo contrario a lo que entendemos nosotros por arte y cultura.

Entendemos que el arte es una expresión radical de libertad. No hay creación sin libertad y, como expresión (presión desde dentro), los artistas como individuos interpretan, interpelan, cuestionan, adelantan o dan forma a los miedos y a los sueños colectivos, como los sueños dan forma a nuestras necesidades más profundas. El arte comercial, el antiarte, anestesia. Su función es la distracción (apartar, desviar, alejar), es decir, el burdel antes de volver al mismo camino de esclavitud asalariada de los hombres y mujeres deshumanizados. El arte, sin condiciones ni adjetivos, despierta, incomoda, emociona, se niega al olvido, mueve y conmueve. El arte nos hace más libres. El arte nos completa, nos humaniza. El arte, como vanguardia exploradora de la cultura, no solo refleja sino, sobre todo, crea. Crea sentidos, crea realidades, crea historia.

Ahora, aunque podamos explicar qué es el arte para nosotros, siempre será una tarea incompleta, porque el arte se termina por definir por ese “algo más” que solo existe en sus obras concretas. Basta con echar una mirada a los miles de años que la humanidad ha conservado de sus obras de arte para entender que el arte no es mercado, no es política, no es religión, no es moral, pero tampoco es indiferente a ninguna de esas dimensiones humanas. De hecho, sin ellas, es muy poco o no es nada.

Si bien, por un lado, el arte sin adjetivos es demasiado rebelde para seguir órdenes superiores, fórmulas estrictas, compromisos de cualquier tipo, por otro lado los artistas, como integrantes sensibles de una sociedad, no son indiferentes al compromiso: compromiso con la necesidad humana de crear un mundo nuevo cada día, con la lucha contra el dolor de la barbarie y de la indiferencia; compromiso con la reivindicación del derecho al placer y a la felicidad, con el derecho a intentar volar más allá de las necesidades y las condiciones que limitan la libertad, sean económicas, sociales, ideológicas o existenciales.

El arte, la cultura en general como la forma más profunda de conocimiento y diálogo entre pueblos y generaciones, no son lujos sino necesidades. Mucho más en un mundo que, por primera vez en su historia, ha puesto la existencia de la especie humana en cuestionamiento. En este sentido, la cultura, más allá del estrecho y simplificador consumismo, no sólo es crucial para el rescate de las sociedades y de los individuos deshumanizados, unidimensionales, vaciados y rellenados como embutidos con chatarra comercial. También es esencial para la sobrevivencia de la misma biosfera, de la cual los humanos somos solo una parte. Una parte pequeña, pero letal.

Para la cultura no comercial, al igual que para los grandes movimientos espirituales a lo largo de la historia y a lo ancho de todos los continentes, la solidaridad, el altruismo y el diálogo abierto con el otro han sido centrales, fundacionales. Sólo en las últimas generaciones, marcadas y heridas por la ideología del exitismo individualista más salvaje, una idea como el egoísmo se pudo convertir en “un valor moral superior” y el altruismo terminó siendo definido como el enemigo de la humanidad, según Ayn Rand, idea ahora repetida por mesías y mensajeros del capital como única moneda moral. Esta degeneración histórica confundió individuo con individualismo, olvidando que no existe el individuo sin una sociedad. Es ésta la que le da todos su sentido, incluso para aquellos enfermos por la patología de la riqueza, la acumulación y la ficción del éxito individual. 

El arte ha sobrevivido gracias a los artistas que apenas sobreviven fuera de los circuitos comerciales, de los poderosos monopolios mediáticos, editoriales y promocionales. Esta tarea ha sido y sigue siendo histórica. Es la última frontera de la resistencia contra la barbarie que lo simplifica todo para venderlo más rápido. Todo en nombre de la “libertad de elección”, como lo promete el menú de McDonald’s.

Pero esta tarea se convierte en imposible cuando los artistas dejan de sobrevivir o abandonan su más profunda vocación para darle de comer a sus hijos o, simplemente, son derrotados por el desánimo de la barbarie dominante, que no es ningún gobierno en concreto sino la tiranía global de los capitales concentrados en un rincón oscuro en alguna parte lejana del mundo. Capitales virtuales que se crean de la nada, tan ficticios como un cuento de Borges, pero sin la honestidad de reconocerlo.

Razón por la cual las sociedades deben, primero, tomar conciencia para protegerse contra los discursos que justifican su propia esclavitud y, segundo tomar acción. La acción más urgente y más efectiva ha sido siempre la unión. No por casualidad, la ideología hegemónica ataca todo tipo de unión organizada y promueve el individualismo bajo promesas de salvación, mientras la destrucción se va acumulando al borde del camino sin que los individuos alienados alcancen a percibirlo.

Para ver, para escuchar los efectos de la barbarie ha estado siempre el arte y la cultura. El poder lo sabe. Por eso siemrpe ha intentado comprarlos, corromperos con dinero o, directamente, eliminarlos a través del descrédito, de la burla, de la demonización y de la ruina económica de los verdaderos artistas.

Pocas veces, como ahora, ha sido la agonía del arte y la cultura tan coincidente con el particular momento que vive nuestra especie, amenazada de extinción por primera vez desde que tenemos registros históricos y prehistóricos, no por una amenaza exterior sino por nuestro propio sistema hegemónico que diviniza las ganancias individuales por sobre cualquier reclamo colectivo.

Amenazada por la cultura de la muerte. A la muerte en vida y a su cultura se la combate con la cultura de la libertad, con el compromiso de los artistas con la Humanidad, empezando por el rescate de esa pobre palabra, libertad, secuestrada y abusada por la cultura de la muerte que se vende como la única opción de felicidad, la felicidad del consumo, del consumo de drogas como el placer o la indiferencia por el sufrimiento ajeno.

Jorge Majfud

Jorge Majfud es un novelista, ensayista y profesor universitario uruguayo-estadounidense.

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