De Remate
28 de septiembre de 2024
Milei concurrió a la ONU a pasar verguenza, a exhibir que es una caricatura que pone en evidencia el fondo de olla que tocó la democracia que nos fue impuesta. Un profeta trastornado semblanteando extremismo ideológico, reivindicando su cipayismo y destilando desprecio a un pueblo que sufre las consecuencias de un tiempo que ni siquiera termina de comprender. Tiempos cruciales para una Patria que padece el colonialismo y un pueblo condenado a la miseria planificada.
En el año 2015, apenas unos meses antes de su desaparición física, Umberto Eco lanzaba una advertencia sobre las redes sociales que bien merece revisarse. Hablaba de “la invasión de los idiotas” y con su habitual mordacidad, retrataba que “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”.
En aquella conferencia, Eco recordaba que “la televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior” y sin duda, alguien en Argentina podría encender el recuerdo de Susana Giménez alertada por los dinasaurios que asumía se encontraban aún vivos. También, Eco sostenía que la situación era aún más grave en tiempos de ofensiva tecnológica de las corporaciones, ya que “el drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad” y la semblanza sobre aquel discurso de Eco, hace una década atrás, nos devuelve la foto de Javier Milei en el balcón de la Casa Rosada, junto a una sonriente Susana Giménez que agrava su condición con el paso de los años.
Sin lugar a dudas, cuando Eco nos alertaba sobre aquella “invasión de los idiotas”, jamás imaginó que la democracia pudiera ser el catalizador de una nueva emergencia política en la que un idiota pudiera ser reconocido como autoridad de una Nación. Y aquí estamos, nomás.
La democracia que el liberalismo nos legara como tabla inquebrantable para sostener una caricaturezca República, es capaz de retorcerse hasta el paroxismo de esta distopía orwelleana, en la que el tonto del pueblo, logra ser reconocido como un emergente válido para liderar los destinos políticos y económicos de ésta, nuestra Patria. Al menos en la ficción del sufragio, en la impostura de las instituciones, en la ficción de los atributos.
Javier Milei no gobierna la Argentina, apenas es su presidente. Aprovecha la atención que su cargo genera para profetizar sobre una ideología extremista, añeja y sin cotejo empírico en ningún rincón del planeta. Encubre sus enfermedades psiquiátricas detrás de un muro levantado por un sistema corporativo mediático que lo critica por sus formas, sin llegar a cuestionar su salud mental.
Los grupos económicos que responden a los intereses geopolíticos de Estados Unidos simulan que Milei es una autoridad política del país, le cumplen con las pleitesías que los atributos demandan y aprovechan este tiempo para elaborar desde sus gerencias y estudios jurídicos una maraña de decisiones que no tienen un corno que ver con la ideología delirtante que expone el presidente, pero que sirve para radicalizar el saqueo de la riqueza de nuestra Patria.
El mundo que dejamos atrás
La velocidad con la que se ejecuta la planificación política y económica del saqueo de nuestra Patria, parece dar cuenta de las urgencias que atraviesa Estados Unidos en una disputa geopolítica en la que no deja de retroceder ni para tomar respiro.
La ofensiva genocida que Israel ha decidido extender sobre el Líbano, para seguir en una escalada de guerra regional, desatendiendo los intereses de sus aliados británicos y norteamericanos, es una señal evidente de desconexión en el centro de poder del despliegue del llamado “Occidente colectivo”. Las derrotas cotidianas de la prepotencia europea en África, la derrota no asumida de Ucrania en su intento por extender las fronteras de la OTAN, el cambio de mando en las decisiones financieras del propio Estados Unidos, el retroceso del dólar como moneda de intercambio y el derrumbe de la ONU como autoridad en la organización global y diseño de la zonzera del “órden basado en reglas”, exhiben los retrocesos de la potencia que se comportaba hegemónica mas allá de las fronteras occidentales.
A eso se le suma el emergente de alternativas de organización mundial como las que China y África celebraron hace días, o los BRICS como instancia de articulación comercial, o la prepotencia Rusa para capitalizar la referencia acumulada tras su victoria en Ucrania.
Si algo le faltaba al mundo para comprobar que el alineamiento con Estados Unidos, Inglaterra e Israel sólo podía redundar en el desmantelamiento soberano de los Estado Nación y el empobrecimiento de los pueblos bajo el yugo colonial, llegó la etapa de caída de la fortaleza del hegemón anglosajón, y la necesidad de acentuar el saqueo de las riquezas que emergen en los distintos rincones de su zona de influencia.
El mundo, mas allá de la cerradura impuesta por Occidente para ver la historia y el futuro, está dando cuenta de un claro reverdecer de los nacionalismos para defender la riqueza de sus naciones y las urgencias de sus pueblos, de una etapa bien jodida de un mundo que amenaza con ponerse cada día un poco más horrible.
Colonialismo y miseria
El gas y el petróleo de nuestro subsuelo está destinado a cubrir las demandas energéticas que Estados Unidos estima vitales para su despliegue geopolítico. El anuncio de los cortes programados durante el verano, en tiempo de producción récord en materia de gas y petróleo, marcan con absouta nitidez este punto. La propuesta diseñada por las corporaciones económicas del sector energético para que la secretaría de energía financie los cortes de las industrias, para que la energía que produce nuestro suelo alimente la industria de otras naciones, es un decisión colonial que tiene contexto y sentido en la explicación que intentamos.
Desmantelar una aerolínea de bandera para entregarsela a empresas extranjeras, conceder los yacimientos maduros para que la empresa estatal de energía se concentre en áreas llamadas a profunidzar la exportación cruda de nuestros recursos; la militarización de la vía navegable del Paraná por la que circula la riqueza de nuestro suelo, el RIGI y su promoción del saqueo minero, la desinversión de toda infraestructura que vuelque los recursos al fortalecimiento y desarrollo de la industria nacional, son consecuencias de una planificación económica que condena a nuestro país a un retroceso cercano al siglo.
Las consecuencias del veloz saqueo de nuestra Patria, sumado a la radicalidad de sostener la voracidad económica de las estructuras financieras de Occidente, han llevado a extenuar la economía nacional al punto de hacerla retroceder en forma inédita en su PBI, imponiendo un recesión sin precedentes por la velocidad con la que se aplicó y destrozando los ingresos populares, el salario de los trabajadores y ahora, reforma laboral mediante, desmoronando derechos que hacen retroceder a 1934 el funcionamiento de las relaciones del trabajo.
Todo lo que produce nuestro país, según anunció el pocas luces de Milei en su extravagante ley de presupuesto, tiene como prioridad de inversión el pago de la deuda externa. La riqueza que produzca el sacrificio de los argentinos, tiene como destino satisfacer las demandas impuestas por el establishment financiero de Occidente.
El trabajo nacional, mal pago y con pocos derechos, destinado a que crezcan los sectores económicos vinculados al extractivismo, mientras el consumo retrocede y el mercado interno se reduce a la subsistencia material de un pueblo rodeado de riqueza.
El crecimiento exponencial de la pobreza relevado por el INDEC no son producto de la impericia de un trastornado y su banda de subnormales. Son la consecuencia lógica de un programa de saqueo colonial, pensado y planificado en el extranjero y ejecutado con pericia por personas ajenas al circo que acompaña la ficción democrática que encarnan Javier Milei, familia y los que hacen negocio a su amparo.
Es más, los fabricantes de encuesta que empiezan a relevar el deterioro de la imagen presidencial, su credibilidad y el valor de sus acciones; las tapas de los diarios corporativos que encubren el saqueo, edulcoran las consecuencias y castigan a Milei por sus formas y los complejos movimientos de las fuerzas integradas al sistema institucional, parecen evidenciar que el tiempo de Milei no será todo lo extendido que sus atormentados pensamientos imaginan.
Pero claro, Milei es apenas un profeta trastornado, un catalizador ideal para llevarse sobre sus espaldas las consecuencias dramáticas de un ciclo de planificación colonial, para el que una enorme cantidad de la clase política se anota para administrar una vez saldado el costo de su brutal implementación.
Hacer sobrevivir las formas republicanas, ponerle un respirador a la democracia liberal como mejor sistema de gobierno que el dinero norteamericano pudo comprar, administrar las injusticias repartiendo migajas, reestablecer un umbral de productividad que reserve la riqueza para explotación extranjera, subordinar toda industria nacional a la cadena integrada de una multinacional, mantener bajo parámetros de subsistencia los ingresos populares y encontrar algún atajo que descomprima la evidencia de un ciclo infame, parecen ser las premisas con la que -desde un extremo al otro de la clase política sistémica- parecen ordenarse los quehaceres de una gestión post Milei.
¿Será posible?
La celebración de la miseria que encarnan los que se sienten dueños de las cosas, la reivindicación del cipayismo y el insulto a lo nacional como lenguaje de época, no durará eternamente. Pero ¿podrá cerrarse la prepotencia que marca la etapa con la colocación de urnas en una escuela? ¿Pensarán que la miseria planificada no traerá consecuencias sociales dramáticas? ¿Creerán que la crisis de representación política sólo afecta al ocasional contendiente partidario, o que es consecuencia de un mal asesoramiento en comunicación?
¿Pensará la clase política que este ciclo de saqueo y miseria puede edulcorarse con derechos y garantías escritos en letra muerta en una Constitución?
Por las dudas, la tarea militante será empezar a poner en palabras concretas un programa que ponga en el centro de sus prioridades las urgencias de un pueblo que sufre y repudia la política por responsabilidad de una clase dirigente. Que se proponga una fuerte reivindicación del nacionalismo para diseñar un programa prepotente contra las multinacionales y los grupos económicos, que permita liberar la riqueza nacional del saqueo a la que se la está sometiendo.
En definitiva, seguir generando la organización necesaria para construir la Patria que seguimos soñando.