Democracia de posguerra
18 de noviembre de 2023
En una nueva entrega de Historia Nativa, el profesor David Acuña plantea la necesidad de comprender la derrota de nuestro paÃs en la Guerra de Malvinas y articularla en análisis actual, con las deudas que el sistema democrático posee con las grandes mayorÃas populares.
Hay un insano y antinacional sentido construido en cierta inteligencia autopercibida como progresista, que suele sostener con escasa argumentación que la Guerra de Malvinas fue el manotazo de ahogado de una dictadura en decadencia y que con Alfonsín se recuperó la democracia. Lejos de concordar con estos postulados, deseamos en estas líneas plantear otra mirada, ya que sostenemos que no se puede deslindar las deudas que el sistema democrático actual posee con las grandes mayorías populares sin comprender la derrota de nuestro país en una guerra de alcance internacional.
La yugular occidental del petróleo
El excelente trabajo de Mario Bartolomé, “El conflicto del Atlántico Sur. Una perspectiva diferente” (Círculo Militar, 1996), expone los objetivos que tanto la OTAN como la URSS llevaron adelante en plena Guerra Fría por el dominio de las rutas marítimas comerciales y de abastecimiento. Entre ellos, el control sobre el paso interoceánico de Cabo de Buena Esperanza se volvía clave ante un eventual cierre (como ocurrió y sigue ocurriendo) del Canal de Suez, el cual había sido nacionalizado por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, restándole de esta forma a los británicos y sus aliados el monopolio sobre la ruta petrolera-comercial que unía el Mar Mediterráneo con el Golfo de Adén.
Hacia la década del 80, el despliegue naval soviético en la región se complementaba con la instalación de bases operacionales en África y acuerdos con algunos gobiernos locales (Guinea, Angola, Mozambique) surgidos de los procesos de descolonización en décadas anteriores. De esta manera, la ruta Indico-Atlántico del petróleo se encontraba vulnerada por la presencia soviética cual posible golpe mortal de karate a la yugular de su oponente occidental.
Bartolomé, de esta forma, describe un teatro de operaciones donde Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Malvinas, cobran una relevancia estratégica como base operacional de la Royal Navy – OTAN con capacidad de respuesta a una conflagración militar que ahogara el flujo de suministros petrolero por parte de la URSS.
Con este telón de fondo, no será menor la firma del Decreto 652/74 de nacionalización de las bocas de expendio de combustible, quedando centralizado en YPF la comercialización de los derivados del petróleo, naftas y otros combustibles vulnerando los intereses de Shell y Esso.
Malvinas, guerra yanqui planificada.
En diversos artículos y charlas, el periodista e investigador Juan Natalizio da cuenta de los intereses estadounidenses por militarizar Malvinas respondiendo a tres objetivos particulares en su confrontación con la URSS.
El primero de ellos, era contar con un punto militar de respuesta rápida y defensiva de la ruta del petróleo que describimos más arriba como parte de lo que la Casa Blanca denominaba “control sobre las LCM” (Líneas de Comunicación Marítimas).
El segundo, implicaba llevar adelante el “Free Oceans Plan”, diseñado por el Consejo de Seguridad Nacional de los EEUU en 1980. El mismo expresaba en su documentación: “Aun cuando los EEUU pueden contar con un apoyo efectivo y duradero de la República de Chile y eventualmente de la Argentina, que facilita la ejecución de sus planes para el extremo Sur de los tres océanos, es indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña. Esta debe ser nuestra principal aliada en esa área, no sólo porque es nuestra amiga más confiable en el orden internacional sino porque todavía ocupa diversas islas en el Atlántico Sur que en caso de necesidad podrían convertirse en bases aeronavales, de acuerdo con el modelo de Diego García, o en puntos de apoyo logístico como la Isla Ascensión. Gran Bretaña debe ser alentada a mantener aquellas islas bajo su soberanía ante cualquier circunstancia, incluso en los casos que la Argentina reclama para sí, como las Falklands, las Sandwich y las Georgias del Sur…”
Y el tercero, era la promoción desde algunos sectores de la OTAN para que se conformase una alianza con países del hemisferio sur que llevara por nombre OTAS agrupando a las fuerzas militares de Brasil, Sudáfrica y Argentina.
De esta manera, el interés estadounidense pasaba por el control de los pasos interoceánicos de Cabo de Buena Esperanza y Cabo de Hornos, que ante eventuales cierres de los canales de Suez y Panamá, permitirían seguir con el flujo de recursos hacia EEUU y Europa.
Por otro lado, la investigación de Natalizio señala que “el expresidente argentino Arturo Frondizi relató en diversas oportunidades que en 1981 fue visitado por el general Vernor Walter, agente de la central estadounidense de inteligencia CIA, quién le reveló que desde el sector militar de EEUU se planeaba generar una crisis para que Argentina recuperara las islas y luego ayudar a los británicos a retomarlas. Walter le señaló al ex presidente que: “la Argentina es un país no confiable e impredecible, en cambio el Reino Unido es nuestro principal aliado; entonces vamos a producir una crisis que, si fuera necesario, lleve a una guerra, pero que va a cancelar el problema de la soberanía y a partir de ese momento se podrán instalar en las Malvinas las bases militares que necesitamos”[i].
Vienen por las chimeneas
Durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón, se había avanzado en conversaciones con Gran Bretaña para llevar adelante una co-soberanía sobre las islas. Luego de la muerte de Perón, la predisposición británica da un giro de 180º al conocerse el Informe Grifith que revelaba la existencia de petróleo en las Malvinas. Ante tal descubrimiento, nuestra Cancillería por indicación de la presidenta Isabel Perón, informa por medio de un comunicado de prensa fechado el 19/03/1975 que los británicos no tienen derechos de exploración y explotación de los recursos naturales presentes en los mares australes. Un mes después, la embajada británica en Buenos Aires contestaba que, ante cualquier ataque argentino a las islas, su gobierno respondería con la fuerza militar.
El 8 de noviembre de 1975, la Argentina hacía saber ante la ONU, que ante la ruptura unilateral por parte del Reino Unido de las negociaciones por la soberanía de las islas Malvinas y la intención de explotar los recursos petroleros ahí dispuestos, nuestro país no dejaría de hacer valer sus derechos bajo la forma que se considere más apropiada. El 22 de octubre, la Cancillería argentina informa que no autoriza la misión Shakleton enviada por Gran Bretaña al archipiélago malvinense.
El 3 de enero de 1976, Lord Shackleton arribó a las Malvinas en fecha coincidente con la ocupación británica en 1833. El día 13 de enero, la presidenta Isabel Perón retira a nuestro embajador en Londres y expulsa a su par británico de Buenos Aires. El 14 de febrero, la presidenta envía al destructor ARA Almirante Storni a detener al buque de investigación Shackleton que navegaba a 78 millas al sur de Puerto Argentino. El destructor argentino, luego de ordenar la detención del buque británico realizó disparos de advertencia sobre la proa del Shackleton que, a pesar de ello, prosiguió su ruta hacia Puerto Argentino. Evitando la escala bélica, pero habiendo ratificado los derechos argentinos sobre los mares e islas australes, el ARA Almirante Storni puso rumbo al puerto de Ushuaia. Gran Bretaña pasa a acusar a la Argentina ante el Consejo de Seguridad de la ONU de llevar adelante “un peligroso hostigamiento” ante un buque científico.
El 17 de marzo de 1976, Isabel Perón convocó al Congreso que declaró unánimemente que la misión Shackleton había sido un atentado a nuestra soberanía procediendo a desconocer a la reina de Gran Bretaña como árbitro de las disputas fronterizas entre nuestro país y Chile, y se citaba al Canciller inglés a resolver la cuestión de Malvinas en reunión del Congreso “a puertas cerradas” so pena de ruptura total de las relaciones internacionales con Gran Bretaña.
Días antes de que ocurriera el golpe militar, sabiendo que el mismo iba tomando encarnadura y era un peligro real, la presidenta hablaba ante la CGT declarando: “Quieren destituir al gobierno para voltear las chimeneas que levantó Perón, para desindustrializar al país. Para que volvamos a ser lo que éramos hace 200 años, proveedores de materia prima, con prohibición industrial y de valor agregado” (15/03/1976).
El golpe militar del 24 de marzo no permitió el desarrollo de otras medidas de reafirmación soberana. Las hojas del diario de cesiones de esa reunión a puertas cerradas fueron arrancadas por manos anónimas. El país pasaba a ser gobernado por una Junta Militar con el visto bueno de Henry Kissinger.
El laberinto de los dictadores
La tensión entre la Argentina y Gran Bretaña escaló desde el momento en que esta última se retiró de los acuerdos previos que se venían construyendo. La posición británica, claramente estaba en consonancia con las necesidades geopolíticas de la OTAN y la posibilidad de contar con un recurso estratégico como el petróleo. Desde el Informe Grifith y la expedición Shackleton toda la diplomacia británica giro en torno a dilatar el diálogo por los derechos de soberanía de nuestras islas a la espera de una mejor posición de fuerza. La OTAN se estaba jugando en Malvinas el dominio de las Líneas de Comunicación Marítimas a las que ya hemos hecho mención.
No vamos a ahondar acá en el desarrollo de los acontecimientos bélicos de 1982, tanto en lo referido al ámbito nacional como a la coyuntura del gobierno británicos ya hay muy buenas investigaciones como las que hemos mencionado previamente.
Sin embargo, sí queremos señalar algunas cuestiones en relación a la conducción política de la guerra del lado argentino.
La primera de ellas tiene que ver con la errónea valoración que la Junta Militar realiza sobre la potencial respuesta militar británica. Gran Bretaña, previendo que el desarrollo de los acontecimientos de los últimos años podría derivar en un escenario bélico, en 1981 ya contaba con un plan de contingencia militar. Y, además, como ha señalado el investigador Ariel Rolfo: los británicos “habían suspendido la venta de los dos portaviones, de buques de desembarco, lo mismo que alrededor de diez destructores, todo esto sin motivo aparente. También en muchos buques mercantes aptos para transporte de tropas, se instalaron quirófanos casi diez meses antes de la conflagración de Malvinas”. Es decir, la Royal Navy estaba lista para operar.
La segunda apreciación errónea que se realiza es sobre la esperable neutralidad de los EEUU. Esto demuestra no solo la inoperancia de los cuadros diplomáticos y de los servicios de inteligencia militar, sino de la falta de lectura histórica sobre los EEUU en cuanto a su política de despliegue hemisférico basado en 150 años de intervencionismo (Doctrina Monroe). El autoengaño de Galtieri respondió a su ignorancia por el proceso histórico latinoamericano y sus reales enemigos.
La tercera cuestión que deseamos presentar es sobre el concepto de “manotazo de ahogado” con que algunos sectores analizan la recuperación soberana de nuestras islas. Una guerra no es un acto meramente militar que se produce de un momento a otro, sino que parte de la confrontación que se da entre dos estados a lo largo del tiempo en diferentes planos (cultural, económico, diplomático, religioso, militar…). Brevemente ya hemos hecho referencia a la relación entre nuestro país y Gran Bretaña desde la tercera presidencia de Perón, pero bien se sabe que la controversia entre nuestro país y el usurpador colonial viene desde el siglo XIX. Por tanto, plantear que el hecho bélico de 1982 es un manotazo de ahogado es asumir el relato desmalvinizador construidos desde las usinas de pensamiento anglosajón desconociendo la propia historia nacional. El Estado argentino desde Perón hasta Galtieri prosiguió con una política que podemos señalar como “Razón de Estado” que se refiere a la inclaudicable lucha por recuperar la integridad territorial. Tal es así, que la posibilidad de ir hacia un escenario de confrontación militar ya era un elemento de análisis para las fuerzas armadas argentina para fines de 1981 cuando se empieza a diseñar la campaña antártica del año siguiente y evaluar el despliegue militar en Georgias y Malvinas como complemento de las acciones diplomáticas de Nicanor Costa Méndez.
El problema de Malvinas en 1982 no es de carácter militar, sino de concepción política. El gobierno militar que ofició como guardia pretoriana para implantar un plan económico diseñado por José Alfredo Martínez de Hoz (ex directivo del banco Chase Manhattan de los Rockefeller) no podía dar el salto hacia un proceso de liberación nacional en lucha contra el agresor imperialista sin antes: a) romper con el plan económico imperialista; b) romper con el alineamiento hemisférico de Washington-OTAN; c) romper con las políticas de opresión del propio pueblo al que debería liderar en la lucha antimperialista; c) finalizar su política interna genocida, la cual fue necesaria para sustentar los puntos anteriores. Objetivamente, una conducción política-militar estructuralmente alineada con el capital extranjero y el imperialismo estadounidense no podía ser la conductora de un proceso de liberación antimperialista que requería del concurso organizado del pueblo para enfrentar al enemigo de la patria.
1982 no fue un manotazo de ahogado de la dictadura, sino la manifestación del extravío histórico de un sector de las fuerzas armadas, la oligarquía y la gran burguesía argentina.
El Versalles argentino
La restauración democrática de 1983 se realizó bajo el mismo signo económico que dio origen al golpe militar de 1976. No solo la Ley 21.526 de Entidades Financieras impuesta de 1977 sigue intacta promoviendo la valorización del sector financiero-especulativo sobre el productivo, sino que el desmantelamiento de los controles estatales sobre el comercio exterior y la exportación de recursos naturales argentinos se han profundizado a lo largo de estos cuarenta años. Nadie que haya entrado en Casa Rosada ha cuestionado esta verdad estructural de nuestra dependencia.
Al mismo tiempo, una serie de artículos conocidos como Tratado de Madrid firmados entre 1989 y 1990, como otros suscriptos posteriormente, legitimaron aún más el control británico (OTAN) sobre 1,6 millones de kilómetros cuadrados de nuestro territorio, puesto que ninguno de ellos puso en discusión la soberanía de las islas ya que, como los mismos expresan, “nada será interpretado como un cambio de posición acerca de la soberanía o jurisdicción territorial y marítima sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos circundantes”.
Por otro lado, se ha establecido que la FFAA argentinas no pueden realizar movimientos aéreos o navales, como así tampoco realizar ensayos militares en aguas argentinas, sin el conocimiento de las fuerzas británicas en las Islas Malvinas. Los cuales deben ser comunicadas con veinticinco días de antelación, incluyendo los que se realicen en tierra a 350 kilómetros al este de Comodoro Rivadavia, Puerto Santa Cruz y de Tierra del Fuego.
En complementación con el Tratado, la Ley 24.184 garantiza la intangibilidad de las inversiones británicas (imposibilidad de nacionalización o expropiación sin retribución); asegura la remisión de utilidades sin restricciones; otorgó la condición de nación más favorecida (imposibilidad de discriminar las inversiones británicas y darles un tratamiento menos favorable que a las de otro origen); y, da permiso para la participación británica en sectores económicos de alta relevancia estratégica, junto a otras “cláusulas de adhesión” de marcado detrimento para el país en términos de soberanía, seguridad nacional y desarrollo económico.
Y así, como el Tratado de Versalles obligó a Alemania a asumir los costos de la guerra de las otras naciones imperialistas vencedoras, la pérdida de parte de su territorio, la prohibición del servicio militar obligatorio, la reducción significativa de sus fuerzas armadas e industria bélica, Argentina a diferencia de aquella, parece que no le apetece levantarse de la derrota convalidada por la clase política y hacer todo lo que haya que hacer para recuperar su integralidad territorial.
Argentina, democracia de posguerra
Nadie en su sano juicio desea una guerra. Sin embargo, es de una estupidez sublime adoptar el pacifismo ante el agresor colonial. Ante el usurpador imperialista debe lucharse en todos los planos, no resignar ninguno, aun el del enfrentamiento armado. Los buenos modales, a veces, esconden la incapacidad de dar pelea cuando no la claudicación o el negociado.
En 1983 no se reinició el proceso político, cultural, económico y social derrocado en 1955. Tampoco se retomó el modelo de desarrollo propuesto por Perón en 1974. Y mucho menos se quiso, aunque sea reconocer los caminos de la utopía revolucionaria de una plural generación setentista que englobaba en la palabra “socialismo” (nacional, internacional, indoamericano o progresista) genuinas ansias de concretar la justicia social. Lejos de todo aquello, el proceso desmalvinizador de nuestra cultura que dio inicio Alfonsín-Menem construyó un muy amplio Nunca Más donde en la misma bolsa del terrorismo de estado se quiso colocar a la militancia política combatiente y ocultar el carácter antimperialista de la gesta de Malvinas.
Si no partimos de dar cuenta que con ESTA democracia no se come, no se cura y no se educa, pero solo se vota, no tenemos posibilidades de volver a plantarnos contra los enemigos de adentro que entregan el país y ante el enemigo histórico anglosajón que la ataca desde afuera. Hay que rediscutir que democracia necesita la Argentina en clave nacionalista y revolucionaria, como la que San Martin soñó.
[i] Fuente: ¿Tuvo algo que ver EEUU en la provocación del conflicto Malvinas? Juan Natalizio, 04/04/2021, https://www.nodal.am