El norte y el sur: Las cosas son diferentes e iguales a la vez
23 de noviembre de 2024
"Pasan cosas, muchas cosas, en el mundo. Si no mejoramos la capacidad de entender el por qué, corremos el riesgo de transitar por la vida dominados por la perplejidad o por la bronca sin brújula, o peor: por la pasividad ante lo que creemos irremediable" apunta Enrique MartÃnez desde las páginas de la plataforma de propuesta de debate Las Tres Consignas.
Pasan cosas, muchas cosas, en el mundo. Si no mejoramos la capacidad de entender el por qué, corremos el riesgo de transitar por la vida dominados por la perplejidad o por la bronca sin brújula, o peor: por la pasividad ante lo que creemos irremediable.
Las democracias capitalistas se han encaminado hacia la elección de líderes espontáneos, nacidos de la improvisación, al menos aparente, dejando más y más sumergidos a los partidos políticos, que alguna vez fueron referentes de miradas concretas sobre la vida en comunidad.
Esto necesita una explicación.
El capitalismo es confrontación por definición. El agregado de valor a recursos naturales o materias primas de otro origen, para llegar a bienes de capital o bienes de consumo final, debe ser distribuído entre los que lo generaron a lo largo de la cadena que va desde la tierra o el conocimiento a la mesa o la fábrica. Esa distribución, sea entre capitalista y trabajador o entre distintos segmentos de la cadena de valor implica una puja permanente, con períodos más calmos fruto de acuerdos que se cree fijos y otros momentos de fuerte controversia. Esto es permanente.
Toda la enorme cantidad de efectos que esto tiene sobre la vida de cada uno, se trata de administrarla con la intervención del Estado democrático, entidad que se entiende superadora de las monarquías absolutistas, los caudillos, sectas, mafias que se desgranan en la historia universal.
¿Quién conduce el Estado?
El partido que ganó las elecciones. A lo largo del siglo 20 se ha ampliado la base electoral, incorporando a la mujer, a más jóvenes, a los nacionales residentes en el exterior, a los extranjeros residentes. No está resuelta aún de manera plena la obligatoriedad del voto, como contraparte de los derechos ciudadanos, pero el espíritu es promover la más amplia participación en el momento del sufragio.
¿A quién se puede elegir?
Aquí está el punto crítico.
En teoría a cualquier postulante. En la práctica, se vota para tener influencia en el futuro gobierno; para ganar un espacio. Eso genera un agrupamiento de miradas. Los candidatos pasan a representar intereses en la controversia capitalista que hemos mencionado.
Aparece el partido de los ganadores, o en todo caso, el de aquellos conformes con el estado de cosas presente.
Aparecen enfrente los representantes de diversos caminos para protestar, reformar o superar tal presente, surgidos de las fracciones sociales que vienen perdiendo con el estado de cosas vigente.
Esto fue claro, bien claro, durante el tiempo de la consolidación institucional en cada país.
Pero es inexorable que emerja el problema estructural que no es fácil reconocer ni admitir.
El capitalismo tiene una tendencia permanente a generar excedentes, que son apropiados por los capitalistas. En algún momento, aquellos superan la demanda de inversión en nuevas actividades e históricamente eso generó las conocidas crisis frutos de la caída en las expectativas de crecimiento. La de mayor registro fue la implosión de la Bolsa de Valores de Nueva York en 1929 y sus implicancias nacionales y mundiales.
La segunda guerra mundial modificó estos ciclos, porque fue tan inmensa la destrucción de capital fijo en ese período que permitió que por más de 30 años la preocupación principal del mundo central fuera reconstruir esa estructura y así sucedió. Con el liderazgo rotundo de Estados Unidos, país que en 1945 tenía el 60% de la capacidad industrial del llamado mundo occidental. No solo se aplicó fondos al crecimiento interno sino al de toda Europa y Japón, para crear la demanda consiguiente.
Sin embargo, hacia fines de los años 70, durante la gestión presidencial de James Carter, el capital financiero acumulado ya superó al productivo y esa diferencia se agigantó hasta hoy.
El poder político global fue por lo tanto cambiando de mano.
De las preocupaciones industriales ocupando el lugar hegemónico, se pasó al gobierno de los intereses financieros, que hasta aprenden a superar las crisis cuidando ante todo a los generadores financieros de esas mismas crisis.
Con una enorme diferencia: los primeros ( los capitales productivos) agregan valor a ciertas materias primas y – se reitera – la discusión central al interior de cada sociedad es como se distribuye ese valor.
Las finanzas, en cambio, desplazan valor entre individuos. Es una suma cero, donde lo que alguien gana, otro lo pierde. Eso no parece fácil de defender como política y realmente no lo es. Para que las finanzas ejerzan el poder en una nación o peor, en el mundo, fue necesario construir un relato que ocultara los reales objetivos, que hiciera referencia a un posible futuro mejor para todos.
Por esa razón, la discusión se trasladó progresivamente desde la puja distributiva a la austeridad del presupuesto público.
En el Norte, supuestamente los objetivos se mantuvieron. Son baja inflación y mejora de la ocupación y el salario real. Pero la responsabilidad se trasladó desde la dinámica productiva al déficit fiscal y a la magnitud de la carga impositiva.
Nunca pudo demostrarse que estos últimos parámetros son los responsables centrales de la calidad de vida de los humildes. Sin embargo, sirven perfectamente al objetivo de llevar el interés de los gobernantes y de la opinión pública a los temas financieros, en lugar de atender a las cuestiones productivas.
Va de suyo que si los candidatos a encargarse de la administración del Estado deberían ocuparse de achicar ese Estado, estamos en un problema bien serio.
Si además, ese marco conceptual es falso, porque oculta la intención del poder financiero de concentrar el patrimonio general sin agregar valor alguno, achicar el Estado es solo una pantalla y la propuesta fracasará.
En conclusión, se ingresará a un tiempo de alta volatilidad, donde la nueva propuesta descalifica la antigua política, pero fracasa a corto plazo en alcanzar un objetivo que en realidad nunca persigue, cual es mejorar la calidad de vida general.
Queda enfrente, como recambio, la política anterior, cuya primera tarea debería ser correr el eje del poder y del interés general desde las finanzas hacia el bienestar comunitario. Menudo desafío, que habitualmente ni siquiera se plantea de esa manera, imaginando que se puede recuperar calidad de vida sin grandes cambios estructurales. Y también se fracasa.
Se arma así la calesita perfecta, que solo puede desarmarse con fuerte lucidez política, encarnada en movimientos de masas de gran dimensión y de formación ciudadana intensa.
EL NORTE Y EL SUR
Todo el mundo occidental queda inmerso en el problema reseñado más arriba.
Hoy consideramos centro de análisis a Estados Unidos, pero podríamos entender que toda Europa tiene esa controversia incrustada en su presente y en su horizonte político.
En Estados Unidos se suma su condición de líder global, que se intenta mantener, a pesar de la enorme complejidad de la confrontación con China, acompañada de los Brics, en lo que empieza a tomar forma como un nuevo intento de organización productiva, que debería reflejarse en fuertes cambios de mirada social al interior de sus países miembros.
Esa defensa del liderazgo no podrá ser solo financiera. Hasta está perdiendo al dólar como moneda de cuenta universal. Deberá ser productiva, al menos hasta que allí entiendan que lo que ha perdido sentido es luchar por el liderazgo mismo. Donald Trump surge así con un discurso proteccionista, que supuestamente le permitiría recuperar fuerza interna para retomar la expansión a nivel global. Eso lo quiere hacer a puro decreto, sin participación comunitaria ampliada ni estatal en la producción.
No parece viable. Ni siquiera parece realista el objetivo.
Mientras tanto en el sur, el poder financiero del Norte, nos agregó a nuestros problemas de baja productividad media y mala distribución del ingreso, el hecho de convertirnos en deudores crónicos.
Primero, los organismos internacionales de crédito, luego los grandes bancos, por fin los fondos buitres, caranchean nuestros países de manera conocida.
Lo que no está tan claro para quienes aspiran a administrar el Estado en nombre de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, es que la continuidad de una política con estas tres consignas depende de manera lineal y evidente de que se consigan éxitos en el camino a recorrer. Éxitos que involucren a mayorías sociales.
La condición necesaria que el poder financiero ha logrado ocultar es que debemos aplicarnos con uñas, dientes y obsesión a generar trabajo de aceptable productividad para todos los argentinos, cuyos frutos sean equitativamente distribuídos.
Si esa mira no está todas las mañanas en nuestra frente, aparecerá una y mil veces el discurso de la austeridad y la condición superflua del Estado, como se enarboló durante 2015/19 y se repite como función de circo desde diciembre de 2023. Aquello que el Norte sufre con resto interno para aguantar y debatir, el Sur lo soporta como caricatura.
Cada ciclo de rapiña financiera dejará tierra arrasada y es especialmente grave que a medida que pasa el tiempo la discusión política se centra en mostrar la ineficiencia del equipo circense, más que en su completa improcedencia ideológica para resolver los problemas de los argentinos.
Nuestro país tiene recursos naturales suficientes; tiene capital humano que se debe y puede fortalecer largamente; tiene una organización de ciencia y técnica superior a muchos países de condición similar, con serias ineficiencias internas, pero que es imperativo evitar que se siga destruyendo; tiene hasta un patrimonio en manos de particulares que deberíamos ser capaces de convocar y movilizar como inversión productiva, alejando temores y mezquindades casi seculares.
Hace a nuestra dignidad más elemental como seres humanos entender la manera de salir de esta pesadilla; controlar al poder financiero; construir comunidad productiva.
Para los malos sueños, despertarse.