HaitÃ, en la cartografÃa de la urgencia
12 de abril de 2025
La actual situación polÃtica y social de HaitÃ, que se resumen en la violencia generalizada de las bandas criminales, que han tiene de rehenes a los once millones de haitianos, hace que no tenga parangón, por lo menos, en la historia moderna.
En esta antigua colonia francesa, en la que sus ciudadanos han sido castigados con décadas de una de las más aberrantes dictaduras que sea haya conocido, que además de dejar un sistema profundamente corrupto, además de alentar el estigma de la superstición, que ha pasado a conformar el elemento cultural más característico del país, sujetando a millones de sus ciudadanos a complejos sistemas de creencia que solo inspiran miedo y atraso, beneficiando solo a un abanico de especuladores y mercachifles. De los que las elites política, militar y policía ha sabido utilizar muy bien para impedir la evolución de la sociedad, por lo que muchos sectores siguen hundidos en el siglo XVII.
Al tiempo que este sistema nunca que ha cambiado y solo de nuevo tiene innovadoras maneras de corrupción y negociados, el pueblo haitiano, se encuentra bajo el fuego cruzado de bandas criminales, que lo ocupan todo. Disputándose barrios a barrio, manzana a manzana y casa a casa, para saquear, robar, realizar secuestros extorsivos, introducir mujeres en el mercado de la prostitución,
La anémica respuesta estatal, a la que se le sumó a regañadientes algunos hace algunos meses, unos cientos de policías y gendarmes kenianos, han sido desbordados.
Si bien el complejo panorama haitiano, remite de inmediato a la Somalia, de los últimos treinta y cinco años, al Afganistán que se extendió desde la retirada soviética en 1989, hasta un poco más allá de la invasión norteamericana del 2001, o a la Camboya del Khmer Rouge, (1975 y 1979), en cada uno de estos tres casos, los grupos dominantes, que convirtieron a sus naciones en estados fallidos, respondían a una ideología política o una “verdad” religiosa, que los abroquelaban, les daban entidad y hasta un cierto ordenamiento.
Estados de anarquías, similares a los que hoy mismo viven, una decena de países. Para empezar, Sudán, envuelto en una guerra civil en toda su regla: donde dos grandes bandos, se enfrentan desde hace dos años en una decidida pugna por el poder. O en Birmania, en que el establishment militar, que le arrebató el poder a un gobierno elegido democráticamente en 2021, desde entonces se enfrenta a un cúmulo de guerrillas con intereses políticos, étnicos y religiosos diferentes, a las que el enemigo en común, une. Aunque de vencer, quizás la nación que conocemos, deje de ser tal.
Un caso particular quizás sea la Libia post-Gaddafi, que desde 2010, diferentes poderes extranjeros hacen jugar a Trípoli, por un lado, y a Benghazi, por el otro, a su favor. Lo que ha mantenido a la que fue la nación más progresista del continente, encalla entre la guerra civil y el estado fallido.
También a lo largo de la historia, muchas naciones han perdido el control de algunos sectores de sus geografías, como sucede en la actualidad en el este de la República Democrática de Congo, donde un centenar de grupos insurgentes, y desde principio de año, particularmente uno: el Movimiento 23 de Marzo (M-23), desafían el poder regional a Kinshasa. Algo similar sucede en el norte de Burkina Faso y de Mali. Allí, grupos adscriptos al Daesh y a al-Qaeda, con el concurso de los Estados Unidos y
Francia, han convertido a esas áreas en ingobernables para sus gobiernos. Donde las fuerzas estatales, combaten palmo a palmo para mantener, retomar y volver a perder el control en constante disputa desde hace unos diez años.
Lo mismo sucede en Nigeria; allí grupos armados vinculados al fundamentalismo islámico en provincias del noroeste enfrentan al poder estatal. Desde 2009, cuando se instaló esta problemática, ha causado miles de muertos, millones de desplazados, obligando a Abuya a inversiones multimillonarias en insumos militares, dilapidados por el descontrol y la corrupción militar.
En vista de esos ejemplos, la situación de Haití, tras el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en abril del 2021 a manos de sicarios colombianos, no deja de ser peligrosamente novedosa. Con visos distópicos, que remite al film australiano Mad Max, en el que, igual que en Haití, bandas armadas recorren un mundo sin leyes ni orden.
Este cuadro incluso superé, incluso lo que sucedió con los cárteles de la droga en Colombia o México, que, gracias a la corrupción político-policial, fueron, si no lo siguen siendo, en algunas áreas, un poderoso estamento paraestatal. O las multitudinarias bandas juveniles centroamericanas, conocidas como Maras, que fueron contendidas, como es el caso de El Salvador, por el presidente Nayib Bukele, con una ferocidad que pone al Estado a su misma altura que los criminales.
En esta cartografía de urgencia trazada a vuelo de pájaro, quizás podremos concluir que, si bien es cierto que muchos comparan al país antillano con Somalia, en este momento quizás se parezca más a la Rwanda de 1994, cuando la muerte de su presidente, Juvénal Habyarimana, tras el derribo de su avión en un atentado, donde otra vez Francia, y en este caso también Bélgica, tendrían mucho para explicar.
El magnicidio del presidente Habyarimana, quien iba acompañado, entre otras figuras importantes de su gobierno, por su par de Burundi, Cyprien Ntaryamira, dio paso a una matanza, en la que solo en cien días los hutus, en un intento de limpieza racial, masacraron a cerca de un millón de tutsis aproximadamente, el setenta por ciento del Francia, han convertido a esas áreas en ingobernables para sus gobiernos. Donde las fuerzas estatales, combaten palmo a palmo para mantener, retomar y volver a perder el control en constante disputa desde hace unos diez años.
Lo mismo sucede en Nigeria; allí grupos armados vinculados al fundamentalismo islámico en provincias del noroeste enfrentan al poder estatal. Desde 2009, cuando se instaló esta problemática, ha causado miles de muertos, millones de desplazados, obligando a Abuya a inversiones multimillonarias en insumos militares, dilapidados por el descontrol y la corrupción militar.
En vista de esos ejemplos, la situación de Haití, tras el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en abril del 2021 a manos de sicarios colombianos, no deja de ser peligrosamente novedosa. Con visos distópicos, que remite al film australiano Mad Max, en el que, igual que en Haití, bandas armadas recorren un mundo sin leyes ni orden.
Este cuadro incluso superé, incluso lo que sucedió con los cárteles de la droga en Colombia o México, que, gracias a la corrupción político-policial, fueron, si no lo siguen siendo, en algunas áreas, un poderoso estamento paraestatal. O las multitudinarias bandas juveniles centroamericanas, conocidas como Maras, que fueron contendidas, como es el caso de El Salvador, por el presidente Nayib Bukele, con una ferocidad que pone al Estado a su misma altura que los criminales.
En esta cartografía de urgencia trazada a vuelo de pájaro, quizás podremos concluir que, si bien es cierto que muchos comparan al país antillano con Somalia, en este momento quizás se parezca más a la Rwanda de 1994, cuando la muerte de su presidente, Juvénal Habyarimana, tras el derribo de su avión en un atentado, donde otra vez Francia, y en este caso también Bélgica, tendrían mucho para explicar.
El magnicidio del presidente Habyarimana, quien iba acompañado, por su par de Burundi, Cyprien Ntaryamira, dio paso a una matanza, en la que solo en cien días los hutus, en un intento de limpieza racial, masacraron a cerca de un millón de tutsis aproximadamente, el setenta por ciento del total de ese grupo étnico.
La comunidad internacional nuca se hará cargo apuntalar una solucionar los problemas estructurales del país, que arrastra desde el siglo XIX, y que se profundizan gobierno tras gobierno, terremoto tras terremoto.
Por lo que las armas para estas bandas provenientes del mercado negro, de la Florida, de algún cártel colombiano, que llegan en lanchas rápidas desde los Estados Unidos o a través de la frontera dominicana, a las que se les suma el armamento abandonado, robado o vendido por los anteriores contingentes de las intervenciones militares que se suman a las vendidas por funcionarios corruptos de la PNH, son las suficientes para que se sigan produciendo asesinatos, que en estos últimos años ya han alcanzado los siete mil. Por lo que, si bien todavía no son suficientes para compararlo con el genocidio de Rwanda, solo es una cuestión de tiempo, empeño y magia vudú.