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La distopía que cumple un año


07 de diciembre de 2024

En muy pocos días, el experimento político que tiene a Javier Milei como presidente de la Argentina cumplirá un año. El inevitable balance constituye una radiografía que demuestra el estado de salud de un sistema político al que se le caen a pedazos hasta las últimas imposturas.

Fernando Gomez

Durante un año, los actores institucionales y económicos que protagonizan el funcionamiento sistémico de la vida política de nuestro país, han logrado naturalizar como democrática una distopía inimaginable.

Un poder ejecutivo ocupado en su presidencia por una persona con ostensibles síntomas de cursar una enfermedad mental, cuyos disparates se naturalizan como si se tratara de sencillas ocurrencias y las consecuencias de sus actos, no repercutieran en la vida cotidiana de la enorme mayoría de los que habitan este suelo, a consecuencia de lo cual, atraviesan el tiempo presente con un dolor social insoportable.

Javier Milei no gobierna la Argentina, apenas es su presidente. Aprovecha la atención que su cargo genera para profetizar sobre una ideología extremista, añeja y sin cotejo empírico en ningún rincón del planeta. Encubre sus enfermedades psiquiátricas detrás de un muro levantado por un sistema corporativo mediático que lo critica por sus formas, sin llegar a cuestionar su salud mental.

Mientras eso ocurre, acumulamos un año de un gobierno poblado de personajes como Sturzenegger y Caputo que regresan una y otra vez a tomar decisiones económicas en el país como en un eterno día de la marmota que se transforma en insoportable para cualquier persona informada políticamente. En el que personajes como Patricia Bullrich o Daniel Scioli son asumidos como arietes para el combate contra la “casta” de la clase política.

Ministerios ocupados por personajes que llenan sus curriculums con cargos gerenciales en directorios de empresas que aprovechan la anomia política para planificar la economía nacional y ponerla a disposición de la rentabilidad de un puñado de grupos económicos y el destino del país, subordinado a los intereses geopolíticos del declino estratégico de Estados Unidos en el mundo.

Un año en el que decisiones administrativas, leyes y proyectos ejecutivos han sido redactadas en gerencias técnicas y legales de multinacionales o grupos económicos con apariencia local y estudios jurídicos que representan los intereses económicos de las cámaras empresarias que operan en el país.

Un gobierno sostenido en la virtualidad por un circo de personas neurodivergentes que no podrían encontrar otra forma de convalidación social que a través de este paréntesis de tiempo histórico en el que la crueldad, el cinismo, la ignorancia, el desprecio y la cobardía se jactan de ser hegemónicos a la hora de construir el sentido común que se semblantea desde el gobierno.

Un hartazgo social que se expresa en la desaprensión con toda decisión de gobierno que afecta, incluso, sus propios intereses. Forjado al calor de una crsis de representatividad política que amenaza con profundizarse al paso de la deslegitimación constante que acompañará en forma inevitable el ciclo de injusticias sociales que se anuncia cotidianemente desde el poder político y económico de la Argentina.

Un año de un gobierno imposible. Convalidado inexplicablemente por los fabricantes de encuestas, las corporaciones económicas locales y extranjeras, la clase política que finge acompañarlo, la oposición dialoguista que simula estar facilitando gobernabilidad al presidente “votado por la gente”, el sistema político que finge oponerse bajo el paraguas del denuncismo fácil y el lagrimeo virtual a flor de twitter como impostura de resistencia.

Todos ellos, por acción u omisión, trabajan para que la riqueza nacional quede al servicio de los intereses geopoilíticos de Estados Unidos, y que los resortes políticos y económicos locales, estén al servicio de la rentabilidad de los grupos económicos que financian su futuro.

Un año de saqueo y miseria

Las consecuencias del veloz saqueo de nuestra Patria, sumado a la radicalidad de sostener la voracidad económica de las estructuras financieras de Occidente, han llevado a extenuar la economía nacional al punto de hacerla retroceder en forma inédita en su PBI, imponiendo una recesión sin precedentes por la velocidad con la que se consuma el programa y destrozando a su paso el conjunto de los ingresos populares, el salario de los trabajadores y desmoronando derechos que hacen retroceder a 1934 el funcionamiento de las relaciones del trabajo.

Todo lo que produce nuestro país, según presentan en una extravagante ley de presupuesto que no se dignan siquiera en discutir en el Congreso, tiene como prioridad de inversión el pago de la deuda externa. La riqueza que produzca el sacrificio de los argentinos, tiene como destino satisfacer las demandas impuestas por el establishment financiero de Occidente.

El trabajo nacional, mal pago y con pocos derechos, destinado a que crezcan los sectores económicos vinculados al extractivismo, mientras el consumo retrocede y el mercado interno se reduce a la subsistencia material de un pueblo rodeado de riqueza.

El crecimiento exponencial de la pobreza relevado por el INDEC no son producto de la impericia de un trastornado y su banda de subnormales. Son la consecuencia lógica de un programa de saqueo colonial, pensado y planificado en el extranjero y ejecutado con pericia por personas ajenas al circo que acompaña la ficción democrática que encarnan Javier Milei, familia y los que hacen negocio a su amparo.

Pero claro, Milei es apenas un profeta trastornado, un catalizador ideal para llevarse sobre sus espaldas las consecuencias dramáticas de un ciclo de planificación colonial, para la que una enorme cantidad de la clase política se anota para administrar una vez saldado el costo de su brutal implementación.

Hacer sobrevivir las formas republicanas, ponerle un respirador a la democracia liberal como mejor sistema de gobierno que el dinero norteamericano pudo comprar, administrar las injusticias repartiendo migajas, reestablecer un umbral de productividad que reserve la riqueza para explotación extranjera, subordinar toda industria nacional a la cadena integrada de una multinacional, mantener bajo parámetros de subsistencia los ingresos populares y encontrar algún atajo que descomprima la evidencia de un ciclo infame, parecen ser las premisas con la que -desde un extremo al otro de la clase política sistémica- parecen ordenarse los quehacerse de una gestión post Milei.

¿Será posible?

La celebración de la miseria que encarnan los que se sienten dueños de las cosas, la reivindicación del cipayismo y el insulto a lo nacional como lenguaje de época, no durará eternamente. Pero, ¿podrá cerrarse la prepotencia que marca la etapa con la colocación de urnas en una escuela? ¿Pensarán que la miseria planificada no traerá consecuencias sociales dramáticas? ¿Creerán que la crisis de representación política sólo afecta al ocasional contendiente partidario, o que es consecuencia de un mal asesoramiento en comunicación?

¿Pensará la clase política que este ciclo de saqueo y miseria puede edulcorarse con derechos y garantías escritos en letra muerta en una Constitución?

Construir la salida

En el horizonte cercano, aparece la tarea de comenzar a edificar la respuesta política a la altura del saqueo que se nos ofrece como iniciativa sistémica. La movilización popular precisa volver a exhibirse como herramienta para catalizar los miles de conflictos que van naciendo al calor del ajuste y el saqueo. La calle, naturalmente, es el punto de encuentro para edificar un programa a la altura de las responsabilidades históricas para el movimiento popular. Sin dudas, la movilización a Plaza de Mayo del pasado cinco de diciembre, es un síntoma saludable entre tanta atomización y parálisis.

En el horizonte mediato, al calor de la calle, debe consolidarse un programa que desafíe la extranjerización de nuestra economía, que recupere la capacidad del Estado de planificar la economía, que diseñe estrategias de producción popular para poner las necesidades comunitarias como eje central de la inversión pública, que recupere el control de los recuros estratégicos para diseñar el desarrollo industrial nacional a la medida de las necesidades de nuestra Patria y no del extranjero.

Abrir una cerradura al futuro, que nos permita mirar más allá de este tiempo plagado de horrores presentados como postales de un año tremendo.

Fernando Gomez

Fernando Gómez es editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.

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