infoNativa

La estructura argentina dependiente: tercera entrega


06 de julio de 2024

Reflexionar en torno a nuestra soberanía implica poder caracterizar correctamente el lugar que ocupa nuestro país en relación a los poderes fácticos y potencias mundiales. Sin un correcto análisis estructural no se puede pensar ni en un programa emancipatorio, ni en un posicionamiento geopolítico conveniente. Esta nota es la tercera entrega de una serie de escritos que aporten herramientas para una praxis política en clave popular.

David Acuña

Acumulación y expansión

Todas las potencias imperialistas han concretado una acumulación originaria de capital por enajenación de las riquezas de otros pueblos y naciones que les permitió su propio desarrollo. El despegue de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón tiene base en el expansionismo como condición necesaria para la consolidación de su poder a nivel global.

La económica mundial se estructuró en base a la hegemonía de una potencia en cada etapa de desarrollo desde el siglo XV hasta el presente, es decir, de un Estado-Nación que impone su apetencia sobre los demás. Esta hegemonía implica un determinado liderazgo intelectual, moral y de coerción capaz de presentar su propio interés nacional como el general sobre el resto de los países imponiendo un determinado modo de acumulación.

El Estado capitalista se presenta, entonces, como el resultado de la articulación, no sin contradicciones, entre el ejercicio de poder sobre territorio y población, y la expansión de capital por medio de la acumulación de riqueza. La expansión de las potencias imperialistas debe ser entendida en su doble lógica de ejercicio de poder sobre más territorios y poblaciones, como así también, en la necesidad del capital por obtener más porciones del mundo para expandir su comercio e inversiones. De esta manera, deviene la situación de guerra y choque entre estados en forma constante.

 

El lugar de la Nación

Situándonos desde coordenadas de pensamiento nacional cabe preguntarnos: ¿Qué lugar tiene la nación en la lucha antiimperialista?

La “nación” es una construcción histórica, es un momento orgánico en el desarrollo de la modernidad capitalista a escala planetaria, que en su espacio interno puede ser definida como la “síntesis dialéctica entre estructura y superestructura; esto es, un sistema hegemónico, organizado por una clase social nacional que resuelve a su favor la correlación de fuerzas entre diferentes clases y fracciones de clase […] y en consecuencia, la lucha de clases ya no es una lucha entre sujetos económicos o entre sujetos políticos solamente, sino entre una clase hegemónica a nivel nacional (o en camino de serlo) y un sujeto constituido sólo en sentido económico corporativo. Por lo tanto, el proceso constitutivo de la nación ya no es concebido sólo en relación con la formación de la burguesía, sino como el eslabón que articula economía, política e ideología. Esta perspectiva permite superar la dicotomía clase (lucha de clases)-nación, surgida al interior del marxismo que opone el internacionalismo proletario al nacionalismo decimonónico surgido de la lucha entre las potencias imperialistas, y a las limitaciones de los que acompañaron los procesos de descolonización y las luchas por la liberación nacional del siglo XX” (Civitillo, Cullen, 2006).

Las valoraciones de Civitillo-Cullen nos parecen medulares para saldar falsos debates entre las prioridades de la lucha en su carácter nacional e internacional, que, a la altura del desarrollo histórico, no caben dudas que la voluntad militante de superar el capitalismo como forma de organización social debe darse en los dos planos en forma integral y simultánea. Con este horizonte por destino, es clave dilucidar cómo se construye la hegemonía del pueblo y cómo este accede a la dirección del Estado y la planificación económica.

 

Somos el Pueblo

El concepto de “pueblo” es fundamentalmente una categoría política, y como tal está ligada a la cuestión del poder. El mismo remite al bloque social de los oprimidos y excluidos por un sistema político-económico-cultural, es decir trasciende al concepto de clase o ciudadano, a los cuales engloba, por cierto.

Por eso Fidel Castro puede decir: “Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre”.

Evita también es clara al respecto: “yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras; entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias… No hay grandeza de la Patria a base del dolor del pueblo, sino a base de la felicidad del pueblo trabajador… nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles porque somos la patria misma”.

Siguiendo los razonamientos de Fidel y Evita podemos sostener que pueblo es aquel sector de la patria que lucha contra la explotación interna y la dominación externa, pero que además tiene un proyecto político alternativo que ofrecer: “ansias ancestrales de justicia”. Lo cual catapulta su lucha en dos direcciones temporales; una que lo eslabona con todas las luchas del pasado y otra que lo convierte en vanguardia del porvenir al volverse horizonte de victoria.

 

La antipatria

Por otro lado, las oligarquías, las élites, la burguesía transnacionalizada, son la antítesis del pueblo, o si se quiere, el antipueblo o antipatria. Y lo son por dos motivos:

Primero, porque su realización como bloque social hegemónico implica necesariamente la explotación de otros seres humanos o naciones; lo cual los lleva a un estado de beligerancia, de guerra permanente para mantener sus privilegios, algo que vuelve a la dominación un estado constante de desequilibrio y crisis. Y, en segundo lugar, las oligarquías no trascienden el tiempo, no tienen futuro, puesto que su realización implica un constante intento de mantener el statu quo, son un poder conservador y una cultura que como el agua estancada se pudre y no puede albergar vida.

El pueblo, en cuanto bloque social de los oprimidos se vuelve necesariamente subversivo del orden que defiende a los privilegiados, lo cual implica contar con un proyecto político alternativo. Éste, logrará concretarse en la medida que pueda integrar las múltiples reivindicaciones y demandas de los oprimidos como un todo. En el proceso emancipador de América Latina la idea de “libertad” funcionó como principal unificador del bloque revolucionario, el mismo “se volvió pueblo”.

Por otro lado, sin ser parte de la antipatria per se, hay un sector social que constantemente duda entre ser pueblo o constituirse en el remplazo de la élite para ejercer el poder con la autopercepción de que será más justo en todos los planos sin demoler las propias estructuras de la dominación. Este sector es lo que, en la Argentina, con ánimo despectivamente fundado, denominamos “el progresismo”, el cual habita la frontera entre la élite y lo popular. Fracción de clase que vive tironeada entre su realidad subalterna y la introyección del pensamiento de la clase dominante, que, a lo sumo, cuando es ganada por la movilización popular asume una actitud paternalista tratando de resolver en el plano de la distribución aquellas contradicciones que pertenecen al plano de la producción y la propiedad. En ese punto, su oposición a los verdaderos detentadores del poder fáctico, se circunscribe a ofrecer propuestas como plataforma de contención de lo popular. Las cuales pueden contar con mayor o menor éxito electoral, pero están destinadas fatalmente a la claudicación que producirá defraudación y esto, a su vez, debilitará aún más el sistema de representación y resquebrajará la institucionalidad liberal como ordenadora del proceso social (Esteche, Caviasca, Acuña, 2023).

 

La encrucijada del nacionalismo argentino

Como ideología, el nacionalismo acompañó el ascenso de las burguesías en los países centrales. Las políticas económicas proteccionistas para favorecer el desarrollo industrial interno fueron a la par de la expansión colonial primero y del imperialismo en la etapa siguiente. Por consiguiente, el nacionalismo de las potencias imperialistas fue de corte expansionista y chovinista.

En su obra, “Nacionalismo y Liberación”, Juan José Hernández Arregui señala que “el nacionalismo posee un doble sentido según corresponda al contexto histórico de una nación poderosa o de un país colonial. Hay, pues, en el umbral del tema, una distinción, no de grado sino de naturaleza (…) El nacionalismo adquiere connotaciones irreductiblemente contrarias según las clases sociales que lo proclamen o rechaza”. Es decir, el concepto que se tenga sobre nacionalismo no es unívoco y en la Argentina, el mismo remonta su existencia a dos grandes corrientes que hacen a su desarrollo: una popular y la otra elitista.

La burguesía industrial argentina surge tardíamente en la historia por lo que no tuvo tiempo de conformarse como clase “consiente para sí” de la necesidad de llevar adelante un programa que le permitiera desplazar al sector agroexportador y confrontar con el capital extranjero. A la par de esta, surge una pequeña burguesía urbana que se mueve por pautas de asalariados, conformando lo que se ha dado en llamar clase media. Tanto una como otra son raquíticas en su desarrollo político e incapaz de generar por sí mismas una alternativa de poder. 

Ante este cuadro de situación, es el sector nacionalista e industrialista del ejército el que ocupa la dirección del proceso de transición y cambio en 1943. El mismo, lleva adelante dos cuestiones fundamentales: a) desmantelar los mecanismos de opresión del capital extranjero sobre el sistema económico nacional; y b) sentar las bases para un modelo industrial de desarrollo.

Tanto el nacionalismo de elite como el popular compartieron en términos generales una posición neutralista frente a la guerra mundial y de un desarrollo industrial autocentrado. Por lo cual, hay una confluencia de concepción antiimperialista y de nacionalismo económico que los ubica en un claro apoyo al nuevo gobierno. Sin embargo, más allá de esta confluencia básica, tanto uno como el otro sector tendrán una apreciación diferente de las necesidades de la etapa y el rol de las masas populares.

Por un lado, encontramos a FORJA quien siendo continuidad del yrigoyenismo se encuadrada dentro del nacionalismo popular apoyando las medidas económicas adoptadas por el nuevo gobierno y abogaba por una salida electoral. Por otro lado, la incorporación de funcionarios provenientes del nacionalismo de elite al ámbito educativo marcaba una continuidad de la concepción cultural del viejo uriburismo y la “nación católica” proclamada por la Iglesia.

El peronismo, como producto surgido al interior de la Revolución, saldará en el plano ideológico y político la contradicción entre ambos sectores del nacionalismo. La irrupción de las masas obreras sindicalizadas definirá el debate en torno a qué tipo de nacionalismo es parte constitutiva en términos mayoritarios del naciente movimiento. La amalgama fundacional del peronismo está madura para ocupar el rol de dirección de un nuevo bloque de poder. La confluencia entre la burguesía industrialista de capital local y sectores nacionalistas del ejército, se complementa con la incorporación de las masas obreras organizadas sindicalmente.

En una etapa donde el capitalismo crece incorporando mano de obra, las masas asalariadas ocupan una situación de presión importante en su puja contra el capital. Este, al crecer en torno al desarrollo del mercado interno comprende el doble rol de los trabajadores: además de ser asalariados son consumidores. Este punto de tensión entre ambos sectores antagónicos por naturaleza encuentra en la figura de Perón un mediador de la disputa.

Durante el proceso 1943-1945 se institucionalizaron con fuerza de ley una serie de reivindicaciones que los trabajadores enarbolaban desde el origen del movimiento obrero. La política de la Secretaría de Trabajo y Previsión tendiente a mediar entre los sectores del trabajo y el capital le permitió a Perón forjar una alianza que beneficiara a ambos sectores. La misma se objetiva en la gesta obrera del 17 de octubre de 1945 y se convalida en las elecciones de febrero de 1946.

El peronismo se constituye como el único nacionalismo real existente, la encrucijada se define hacia el lado de las mayorías populares.

David Acuña

David Acuña, historiador, profesor y militante peronista. 

Compartir esta nota en