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La inhumanidad Avanza


27 de abril de 2024

“Un buen test o examen de humanidad debería ser exigido como imprescindible antes de elegir nuestros futuros dirigentes” reflexiona Eduardo de la Serna, sacerdote católico del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.

Eduardo de la Serna

Hace ya mucho escribí algunas notas aludiendo a la humanidad. Porque creo que antes de mirar la paja en el ojo ajeno hay que mirar la viga en el propio, como pone en boca de Jesús un texto que comparten Mateo y Lucas, comencé haciendo referencia a varias actitudes eclesiásticas que están lejos, ¡muy lejos!, de la humanidad (¡recuerdo cuando Pablo VI decía que la Iglesia es “experta en humanidad!, expertise olvidada), y, luego, también a la “humanidad cero” que el macrismo mostró en sus gobiernos, tanto en la ciudad, como en la Nación (si no se ve, ¡no existe!).

Pero, si de humanidad se trata, debo confesar que mi preocupación de ayer es espanto de hoy. Parece que los destinos del país hoy los dirige una “persona no humana”, remedando el espantoso fallo judicial sobre la orangutana Sandra. Y no me refiero aquí a alguien que puede ofender o insultar a cualquiera que salga de sus acotados límites de comprensión; tampoco a la actitud de agredir a cualquiera y después pretender actuar como si “aquí no ha pasado nada”, y así poder vomitar sus habituales groserías – con las que parece moverse a sus anchas – contra presidentes extranjeros, sobre un Papa, o sobre cualquiera que tenga enfrente… La reacción de muchos de estos, a veces, revela su escasa dignidad (y no me refiero al sentido del término usado por la olvidable declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, “dignidad infinita”), o mejor su “indignidad”; a veces un puesto, o un ministerio parecen reparar agravios. Me refiero sencillamente a la evidente reacción del sujeto ante cualquier signo de humanidad que tenga enfrente. Puede estar ante inundados en Bahía Blanca, ante enfermos de dengue o cáncer, o ante un adolescente abanderado que se desmaya y nada cambia en su rictus de inhumanidad.

Todo invita a sospechar en una personalidad que se ha armado con alfileres y que se derrumba por cualquier cosa. Sólo parece emocionarse cuando habla de su hermana o de su ex perro (al que sigue haciendo referencia en presente como si estuviera vivo); escuchar al adornado vocero decirle a un periodista que le preguntó por los perros que era ofensivo hablar así de la “familia presidencial” revela un grado de desquicio raras veces visto. Pudimos verlo llorar (o simular que lo hacía) en el Muro de los Lamentos y momentos después bailar (o algo que creía que lo era) desencajado. Mientras tanto, ostenta esa inseguridad humana que expresa, cuando está con alguien, sentándose en la punta de la silla queriendo salir corriendo cuanto antes, aferrado a algo en la mano en todo momento y poniéndose por encima de todos, aunque sea sobre una tarima, al hablar como si supiera, creyendo que enseña (como el papelón que hizo en Davos) y utilizando palabras rimbombantes, como “un tonto solemne”, como decía mi viejo [sobre la ignorancia supina que manifiesta al hablar de temas bíblicos he escrito ya demasiado]. Un tipo incapaz de tener una relación humana, como la que nadie creyó que tuviera con una famosa (y que, para simularlo, tenía que estamparle un grotesco beso ante el mundo), uno que su única relación afectiva es con un perro muerto.

Más allá de las políticas (espantosas) implementadas, mi pregunta pretende ir a lo fundamental: una persona que manifiesta ostensiblemente su incapacidad humana, ¿cómo puede conducir personas? ¿cómo pretende guiar a un pueblo? ¿Cómo puede sentir lo que siente una comunidad alguien que no muestra sentimiento alguno?

Después vendrá lo demás (¡lo terrible, por cierto!), pero un “demás” que nace de una empatía nula, una actitud que se manifiesta en una crueldad cínica ante desocupados, jubilados, migrantes, pobres, estudiantes universitarios, enfermos, personas en situación de calle, comedores, hospitales, víctimas del terrorismo de estado y decenas de espacios más donde la humanidad sencillamente se vive en el día a día.

Un conocido decía que los que se dedican a economía no tienen moral, porque 5 x 8 = 40, y no hay moralidad en ello. No está de más tenerlo presente al recordar que si la economía no la maneja la política, si se cree que se trata de una ciencia exacta, la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la educación o la ignorancia, la paz o la guerra siempre serán “sencillas consecuencias de suma o resta”. Pero creo que aquí se trata de mucho más que de moral… se trata de vida humana. Y, simplemente, a algunos no los considero ni aptos, ni preparados, ni incluidos en lo humano. Y – por lo tanto – incapaces de presidir un pueblo, formado por seres humanos (a menos que pretenda que la Argentina sea un clon – que de eso pareciera saber – de los Estados Unidos). Un buen test o examen de humanidad debería ser exigido como imprescindible antes de elegir nuestros futuros dirigentes.

 

Eduardo de la Serna

Eduardo de la Serna es sacerdote católico, integrante del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres. 

 

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