24/12/2022
Opinión
Disciplinamientos que deshilacharon las luchas
De las conquistas laborales al reclamo por más planes. La identidad de las y los trabajadores. Los planes en tiempo presente y las luchas y reivindicaciones de un siglo atrás. Disciplinamiento planificado y las formas feroces del capitalismo.

Claudia Rafael
Publicado el 24 de Diciembre de 2022

En apenas un siglo, la clase trabajadora
argentina pasó de los días de resistencia y represión -con organizaciones
gremiales que lideraban huelgas masivas y afrontaban persecuciones que se
vistieron de sangre y tragedia- a estos otros en los que hombres y mujeres de
piel gastada marchan con remeras estampadas con una nueva y extraña identidad:
Potenciar trabajo. Entonces pugnaban por jornada de 8 horas, aumentos de
jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas
extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y
abolición del trabajo a destajo. Las calles de este diciembre se pueblan de
trabajadores precarizados, amparados por planes como el Potenciar Trabajo que,
por este mes, cobrarán $ 30.976,50 (incluye el bono de $ 6.500). Y, tal vez lo
peor simbólicamente, reivindicando desde una estampa en la espalda -junto a las
siglas de su organización- una pertenencia espuria: la de un plan que no es más
que una migaja ante la representación objetiva y subjetiva del trabajo en la
construcción social. Migaja pasajera que, sin embargo, parece eternizarse ante
la inexistente creación de fuentes laborales.
Cien años atrás gobernaba Hipólito Yrigoyen que,
en 1921, envió a la Patagonia al Ejército, comandado por el teniente coronel
Héctor Varela, quien fusiló a 1500 obreros que luchaban por el reconocimiento
sindical.
Un siglo después, desde un pequeño país
asiático, que respira opulencia y crece al compás del sudor de casi tres
millones de inmigrantes esclavizados, un
ex presidente argentino declaró a una cadena radial rosarina que
“Qatar está en una evolución fenomenal. El eje de modernización que sigue el
emir es muy potente, ellos no tienen complejos, traen a los mejores educadores,
están haciendo una evolución, todo se mide, se evalúa, se capacita".
Siguió: "Todo lo que queremos hacer en Argentina y los gremios se oponen.
Acá no hay gremios y los chicos reciben cada vez mejor educación".
Por momentos la historia social asoma como
irreconocible ante el giro virulento que puede dar en tan solo cien
años. El censo de 1914 (entonces aún no se hacían cada diez años y el siguiente
se realizó durante el primer peronismo) ubicaba a la población argentina en
algo menos de 8 millones de habitantes. Apenas el 17 por ciento de la actual.
Los gremios, en aquellos días, estaban
contagiados del fervor militante anarquista y socialista. Huelgas
masivas se plantaban para reducir la jornada laboral de 11 horas a ocho,
para obtener aumento salarial y para conseguir el descanso dominical. La
respuesta de las patronales no se hizo esperar. Primero se conformó la
Asociación del Trabajo, que organizaba la búsqueda de “rompehuelgas”, “crumiri”
o “esquiroles” para reemplazar a los huelguistas. Y luego, ya sin demasiadas
vueltas, la Liga Patriótica que fue unos cuantos pasos más allá: lideró la
persecución a inmigrantes y fogoneó y ejecutó una xenofobia creciente.
La historia y ese permanente juego de
avances y retrocesos condujo a esta triste desnudez de utopías que hoy
puebla las calles. Lentamente se fue amasando una sociedad que arrinconó a
millones a una supervivencia mustia. La de ser rehenes de planes que apenas
cubren el 16 por ciento de lo que –según el INDEC- necesita una familia de dos
adultos y dos niños para (sobre)vivir en un mes. Las últimas décadas –desde la
dictadura en adelante- fueron pariendo mansedumbre. Una mansedumbre que se fue
masificando a límites insoportables. En donde prima el miedo al vacío absoluto
y sin red que significa la amenaza constante de perder ese plan. Y que obliga,
una vez más, a agachar la cabeza, aceptar presiones, soportar amenazas,
someterse a todo tipo de hostigamientos. Hoy se marcha para reclamar que el
bono de fin de año de 13.000 pesos que se paga dividido entre diciembre y enero
sea “un poco más digno”.
Los planes sociales no humanizan. Ponen
de rodillas. Conciben rehenes. Hace unos 16 años, Alberto
Morlachetti escribía que “hablar de humanizar implica el
reconocimiento del valor del trabajo como goce de un derecho y que no sea
-paradojalmente- negado en su ejercicio. El capitalismo hace imposible el goce
y transforma el trabajo en una existencia lacerante”.
Y el capitalismo fue perfeccionando sus
modos de sometimiento. No se trata sólo de romper con los modos porque,
después de todo, serán velozmente reemplazados por otros que seguirán lacerando
bajo nuevas formas la existencia. Y que ahondarán aún más –con un aterrador
abanico de variantes- este disciplinamiento social planificado.
Cuando en 1982 Gabriel
García Márquez recibió el Nobel dijo que todavía no es demasiado
tarde para emprender la creación de la utopía contraria. “Una nueva y
arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la
forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y
donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Claudia Rafael es editora de la Agencia Pelota de Trapo,
fuente original de ésta nota.
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