23/2/2021
Opinión
Discusiones en pandemia: La importancia y las tonteras
“Estamos tontos cuando, en lugar de hablar de temas, contradicciones y decisiones contra el sentido común como estos que he mencionado, nos dedicamos a discutir banalidades o cuestiones claramente de segundo o tercer orden, o permitimos que nuestros representantes o las autoridades lo hagan”

Juan Torres López
Publicado el 23 de Febrero de 2021

Compartimos la opinión del prestigioso economista español,
Juan Torres López, en su blog personal. “Estamos tontos” tituló la nota, y
recorre con la mirada puesta en España, las zonceras que se discuten en tiempos
de pandemia.
Casi todo el mundo analiza la pandemia para tratar de
obtener enseñanzas de lo que nos está ocurriendo y no son pocas las que nos
proporciona. Sea cual sea el enfoque desde el que se analiza, los intereses que
se defiendan, la ideología o los prejuicios que tengamos a la hora de
interpretar lo que está ocurriendo, el nivel de nuestro conocimiento, el país
en el que vivamos o los ingresos o riqueza de los que disfrutemos… cada uno de
nosotros extrae conclusiones de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Y con mucha más razón lo hacen también los dirigentes
políticos, los responsables sanitarios, los científicos que tratan de saber lo
que ocurre con el virus, los economistas que deben encontrar formas de
financiar lo que se nos viene encima y de evitar que se destruyan las fuentes
de ingresos de las que dependen la salud y la vida de docenas de millones de
personas.
Unas personas habrán decidido que tras la enfermedad vivirán
de otro modo porque dan un valor diferente a las cosas. Otras preferirán seguir
igual. Habrá quien ahora defienda con más ahínco el fortalecimiento de los
servicios públicos y esté dispuesto a hacerlos valer mientras que otra gente
seguirá pensando que lo mejor es que cada uno sea libre para protegerse sin que
los gobiernos expolien a la gente, como dicen los liberales, a base de
impuestos y políticas redistributivas. Habrá empresarios que se reinventen y
traten de sobrevivir a la crisis con innovación y cambios y otros que no serán
capaces de entender que el mundo está cambiando de cabo a rabo….
Yo he tratado también de obtener y he obtenido conclusiones
diversas sobre la pandemia y sus efectos en la economía y en la sociedad, pero
últimamente tiendo a sintetizar todas ellas en una sola: estamos tontos. No de
cualquier clase, sino de los que hablaba Ramón y Cajal, «tontos entontecidos».
Pondré a continuación algunos ejemplos extraídos de la vida
económica que me han hecho llegar a semejante conclusión en los últimos meses.
– Vivimos una desgracia global que afecta o puede afectar
más o menos por igual a cualquier persona y a todas las naciones y sucede,
además, que el comportamiento de cada una de ellas afecta al resto. Sin
embargo, en lugar de establecer inmediatamente una instancia de decisión global
para poder adoptar medidas coordinadas y políticas comunes, y en lugar de
cooperar y poner a disposición global los recursos imprescindibles para acabar
con la pandemia, lo que hacemos es actuar cada uno por un lado.
Estamos tontos cuando permitimos que cada país actúe por su
cuenta contra una emergencia sanitaria global.
– Parece evidente que la única manera de salir cuanto antes
de la pandemia y de comenzar a normalizar la vida social y económica es la
vacunación masiva. Es obvio, pues, que se debería garantizar que su producción
y distribución queden garantizadas. Sin embargo, la realidad es que apenas de
puede vacunar porque no se dispone de ellas al haber dado preferencia al
interés privado de la industria farmacéutica.
No estoy hablando de nacionalizar o de expoliar a las
empresas que las han descubierto. Ni mucho menos. Simplemente señalo que es
evidente que si los gobiernos u organismos internacionales hubieran comprado a
su justo precio las licencias de las diferentes vacunas y hubieran dispuesto
las inversiones y recursos necesarios para producirlas y distribuirlas masiva y
coordinadamente, ahora se estaría llevando a cabo la vacunación generalizada.
Estamos tontos si nos creemos que las empresas pueden
multiplicar por miles y de la noche a la mañana su escala de producción. Es
decir, que podrán proporcionar a su tiempo las miles de millones de vacunas
necesarias para la inmunización masiva con el ritmo y la lógica con la que,
lógicamente, puede operar la empresa privada.
– Los países más avanzados y ricos están comprando varias
veces más unidades de los muchos millones de vacunas que necesitan para
asegurarse así la inmunización y poder recuperar cuanto antes sus economías
mientras que se desentienden de su suministro a los países más pobres, a los
cuales ni llegan en cantidad ahora, ni van a poder llegar hasta que no pase
mucho tiempo.
Estamos tontos quienes vivimos en los países ricos si
pensamos que esa estrategia puede salvar nuestras economías. Es evidente que
todas ellas, sus empresas y sus inversiones, están interrelacionadas con las
demás y también con las de los países empobrecidos, porque dependen de cadenas
de suministros globales y de exportaciones e importaciones con el resto del
mundo.
– Basta con contemplar lo que ocurre en el mundo para
comprobar que quienes apoyan a los partidos que no gobiernan atacan sin piedad
a los que han de tomar las decisiones contra la pandemia. Y lo curioso es que
lo hacen con los mismos argumentos en todos los lugares.
Con independencia de reconocer que diferentes personas u
organizaciones pueden tener distinto nivel de habilidad, cualificación y
acierto, me parece que estamos tontos si creemos que los errores y limitaciones
a la hora de afrontar esta pandemia dependen de la ideología de cada cual y que
-en lugar de generar la mayor ayuda y complicidad posible con quien ha tenido
que asumir el gobierno en una etapa como esta- lo que nos conviene es quitar a
unos para poner a otros y, mientras tanto, atacar a cualquier precio y sin
límites a quien gobierna para facilitar su derribo.
Estamos tontos cuando, en medio de una pandemia, permitimos
que se fomente o nosotros mismos impulsamos la polarización y al enfrentamiento
civil, en lugar de ayudar y de facilitar la cooperación y la complicidad
social.
– Nadie en su sano juicio pone ya en duda que esta pandemia obliga
a que los gobiernos realicen todo el gasto necesario para evitar el colapso de
la economía y el cierre definitivo de millones de empresas. Y es evidente que
ninguno de ellos disponía de los recursos necesarios para hacerlo sin disponer
de financiación ajena. Por eso estamos alcanzando ya los niveles de deuda
pública y privada más elevados de la historia y a una velocidad nunca vista.
Estamos tontos cuando permitimos que la financiación de esta
emergencia se convierta en una losa que paralizará las economías durante
decenios al salir de la pandemia, teniendo a nuestra disposición, como tenemos,
fórmulas que podrían proporcionar todos los recursos necesarios para evitarlo.
No me estoy refiriendo a no pagar las deudas sino a algo más sencillo: a no generarla
sin necesidad.
Estamos tontos al no recurrir a los bancos centrales que
pueden proporcionar financiación a los gobiernos (con todo el control necesario
para que el gasto sea el preciso y no haya derroche ni corruptelas) sin generar
deuda y cuando permitimos, en su lugar, que se aproveche una desgracia mundial
para fortalecer el negocio bancario.
– Los estudios más rigurosos y el análisis de otras
pandemias demuestran sin lugar a dudas que la normalización social y la
recuperación de las economías se alcanza antes cuanto más pronto se imponen las
restricciones a los comportamientos que propagan la pandemia y cuanto más
tiempo se mantienen, hasta garantizar que se detenga por completo la
propagación de los contagios.
Estamos tontos cuando decidimos que la forma de ayudar a las
empresas y a la economía en general es relajar los controles y reducir los
movimientos y el contacto social, es decir, alargando la duración de la
pandemia y provocando que se produzcan oleadas sucesivas de contagios.
– Sabemos que muchísimas personas con empleos precarios o
muy pocos ingresos no pueden dejar de acudir a sus puestos de trabajo para no
perderlos aunque estén contagiados y, por tanto, que son potentes focos de
difusión de la pandemia porque, además, sus empleos suelen ser los que llevan
consigo mayor necesidad de contacto con otras personas.
Estamos tontos cuando nos oponemos al incremento de las
ayudas a esas personas y cuando permitimos que se mantengan o aumenten ese tipo
de empleos y condiciones de trabajo en medio de una pandemia.
– Me parece, en fin, que estamos tontos cuando, en lugar de
hablar de temas, contradicciones y decisiones contra el sentido común como
estos que he mencionado, nos dedicamos a discutir banalidades o cuestiones
claramente de segundo o tercer orden, o permitimos que nuestros representantes
o las autoridades lo hagan.
Vean ustedes de qué se habla en las tertulias, qué se
escribe en las portadas de los periódicos, las noticias y los programas que
salen en la televisión, sobre qué se debate en los parlamentos y cuáles parecen
ser las prioridades de los partidos y me dicen si llevo o no razón cuando digo
que estamos tontos. Tontos, además, cada día más fácilmente entontecidos.
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