25/2/2023
Cultura
El héroe: La metafísica de la infelicidad
Reflexión filosófica de Alexander Duguin. Una mirada desde Rusia en tiempos de disputa geopolítica.

Alexandr Duguin
Publicado el 25 de Febrero de 2023

Si nos deshacemos de la dimensión celeste,
entonces tenemos un humano. Si nos deshacemos de la dimensión terrenal,
entonces tenemos a Dios. Pero es en el héroe donde tenemos la intersección de
la tierra y el cielo.
Al principio está simplemente el humano
(algún ser terrenal), luego está el griego, luego está Dios. Es decir, que lo
griego es el camino hacia el héroe (la civilización griega es la civilización
heroica) y que el héroe es el camino del humano hacia Dios. Así fue para Homero
y hasta los neoplatónicos, y luego con ciertos cambios en el cristianismo.
El héroe es el camino de Dios hacia el
humano, y del humano hacia Dios. A través del héroe, Dios puede conocer lo que
no es propio de él, por ejemplo el sufrimiento. De ahí la noción de que las
almas de los héroes son las lágrimas de los dioses. Porque Dios es
desapasionado, sereno, eterno, y nada le molesta, mientras que el hombre es
apasionado, tiene dolor, sufre, es atormentado, experimenta la indigencia, la
humillación, la debilidad y las dudas. Dios nunca conocerá la pasión, el dolor
y la pérdida, y no llegará a conocer la esencia del hombre sin tener su propio
hijo o hija heroicos que permitan a Dios experimentar la pesadilla, el horror y
las profundidades de la indigencia y la privación inherentes al ser humano. A
Dios no le interesan las personas prósperas y exitosas, y sus logros no son
nada comparados con los de Él.
Y sin embargo, el hombre, sufriente,
atormentado, luchando con el destino, es un enigma para Dios.
Y sin embargo, Dios podría querer
trascenderse a sí mismo, su propio desapasionamiento, su propia dicha, y probar
la indigencia, es decir, trascender la ausencia de dicha para experimentar el
sufrimiento (πάθος en griego) y la aflicción. Es el héroe quien permite a Dios
sentir el dolor y permite al ser humano descubrir la experiencia de la dicha,
la grandeza, la inmortalidad y la gloria.
El heroísmo, por tanto, es una instancia
ontológica y simultáneamente antropológica, una vertical a lo largo de la cual
tiene lugar el diálogo de lo divino y lo humano (o de lo celestial y lo
terrenal).
Pero allí donde hay un héroe, siempre hay
una tragedia. El héroe lleva en sí mismo el sufrimiento, el dolor, la ruptura y
la tragedia. No existen los héroes felices y afortunados, pues todos los héroes
son necesariamente infelices y desafortunados. El héroe es la desdicha infeliz.
¿Por qué? Porque ser a la vez eterno y
temporal, desapasionado y sufriente, celestial y terrenal, es la experiencia
más insoportable para cualquier ser, una condición que no desearía ni a su
enemigo.
En el cristianismo, el lugar de los héroes
fue ocupado por ascetas, mártires y santos. Del mismo modo, no hay monjes
felices ni santos felices. Todos son humana y profundamente desgraciados. Sin
embargo, según un relato diferente, celestial, son bienaventurados. Como
bienaventurados, son los enlutados, los perseguidos, los que sufren calumnias,
los hambrientos y sedientos del Sermón de la Montaña. Son los bienaventurados
desafortunados.
Un humano se convierte en héroe por un
pensamiento que aspira al cielo pero cae de nuevo a la tierra. Un humano se
convierte en héroe por el sufrimiento y la desgracia que siempre lo destrozan,
lo atormentan, lo torturan y lo templan. Esto puede ocurrir en la guerra o en
la muerte atroz de un mártir, pero también sin guerra y sin muerte.
El héroe busca su propia guerra para sí
mismo, y si no la encuentra, se abrirá paso hacia una celda, se dirigirá a
unirse a los ermitaños y luchará allí con su propio enemigo real. Porque la
verdadera lucha es la lucha espiritual. Arthur Rimbaud escribió sobre ello en
sus Iluminaciones: "Le combat spirituel est aussi brutal que la bataille
d'hommes". Sabía de lo que hablaba.
Como dijo el neoplatónico Proclo, un héroe
equivale a cien o incluso miles de almas ordinarias. El héroe es más grande que
el alma humana, porque obliga a todas las almas a vivir verticalmente. Esta es
la dimensión heroica que subyace a los orígenes del teatro y, en esencia, a la
ética de nuestra fe: es lo más importante que no debemos perder, lo que debemos
apreciar en los demás y alimentar en nosotros mismos.
Nuestra tarea consiste en convertirnos
profunda, fundamental e irrevocablemente en desafortunados. Por espantoso que
pueda sonar. Sólo así podremos alcanzar la salvación.
Traducción de Enric Ravello Barber para Geopolítica.Ru