30/7/2022
Tendencias
El IA-100 Malvina, una joya bien Argentina para exportar al mundo
Lo que fue la impresionante y sofisticada industria aeronáutica argentina, hecha escombros en las gestiones de Menem y Macri, podría tener su Lázaro resucita si prospera el proyecto del IA-100 Malvina, un avión de entrenamiento para pilotos militares que puede exportarse. Un avión para salvar una fábrica, una industria, para salvar un país.

Daniel Arias
Publicado el 30 de Julio de 2022

Pequeña introducción al IA-100: si triunfa se dirá que fue
el avión chiquito que salvó una fábrica de aviones enorme. Si no triunfa,
veremos evaporarse en la irrelevancia esa planta, fundada en 1927 con el nombre
de Fábrica Militar de Aviones, hoy FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones).
Es una planta que entre 1948 y 1956 recibió pedidos de
Bélgica, Egipto y Pakistán por más de 300 unidades del mejor caza a reacción
del momento: el Pulqui II. Pero desde 1953, cuando a Perón le empezó a faltar
guita, el Pulqui II empezó a pisarse el poncho con demasiados proyectos de
aquella misma planta cordobesa: algunos buenísimos, pero demasiados. A veces
hay que elegir qué pibe queda, y se necesita un Herodes. No lo hubo.
El Pulqui II y su cadena de abastecimiento pudieron haber
cambiado el perfil industrial del país. Pero tras 5 prototipos y sin entrar
siquiera en producción de pre-serie, fue finalmente boicoteado por la propia
Fuerza Aérea Argentina en 1956.

El 5to y último prototipo del Pulqui II, cancelado en 1956 por la Fuerza Aérea tras haber acumulado 300 pedidos internacionales. Ilustración de Alex Klichowsky.
Entre los 50 y los 90, supimos ser un país bastante
aeronáutico. Tuvimos marcas privadas exportadoras, como AeroBoero, que llegó a
vender 4000 monomotores de uso múltiple y diseño y construcción local. Hoy
FAdeA es la última constructora industrial de aviones que nos queda.
De la FMA se puede decir que inauguró la metalmecánica de precisión en
Argentina. Si tenemos (tuvimos) una industria automotriz, se construyó con
recursos humanos y tecnológicos sacados a aquella FMA por Fiat e Industrias
Kaiser (luego Renault), y décadas después, por Materfer, Iveco y Volkswagen.
Sin esa vieja matriz aeronáutica, tecnológica y obrera, de industria fabricante
de industrias, hoy Córdoba sería otra soñolienta capital dirigida por
doctorcitos, tilingos y chupacirios. Más o menos lo que era en los ’40.
De la FMA también se puede decir que fue una gran fabricante
de prototipos que nunca entraban en serie, y que, bajo dirección militar, desde
1956 desarrolló algunos aviones excelentes, pero jamás se perdió la oportunidad
de perderse la oportunidad y de no vendérselos ni a sí misma. El tema musical
del Pulqui II se repitió varias veces más, en tonos crecientemente menores y
con una orquesta en reducción.
De la FAdeA tal vez se diga (ojalá) que gracias al IA-100
recobró la credibilidad en su país y fuera de su país. Ésa, lectores, es
historia por escribirse.
Y no por falta de ganas.

Tras pasar de planos a demostrador en vuelo en un año, el IA-100 Malvina da fe de aquella frase de Michel Dassault, diseñador del Mirage: “Un avión lindo vuela bien”.
El IA-100 Malvina es un entrenador básico para pilotos
militares en primer lugar, pero en versiones más destripadas de aviónica y con
más asientos, puede funcionar bien en aeroclubes y como taxi aéreo. No es
imposible que a la larga se vendan más versiones civiles que militares, y
curiosamente, por haber nacido milico.
Esto requiere de explicación: es un avioncito por ahora
triplaza (dos ñatos al frente, otro detrás), con motor a pistón de 260 HP,
totalmente fabricado en materiales compuestos y certificado FAR 23 en categoría
acrobático.
Las normas FAR en un ratito las explico, pero sin ellas no
vendés. “Categoría acrobático” significa que podés mandarte una de esas salidas
de picada de 8 g, en la que tus 80 kilogramos de peso se transforman
súbitamente en 640 (literalmente, te aplastás contra el asiento). Pero las
alas, con sus largueros de fibra de carbono, siguen cargando, imperturbables,
con un fuselaje cuyo peso se multiplicó momentáneamente por 8. Y sin embargo no
“aplauden” por encima de tu aterrada cabeza, ni se desprenden de sus raíces. Lo
cual, al finalizar el vuelo, es encantador.
Incluso para insulsos pilotos civiles de fin de semana, como
he sido, el aprender acrobacia aérea hace la diferencia entre volver y contar
tus hazañas a otros vagos en la confitería del aeródromo, o ponerse el avión de
gorra y que los vagos brinden ante tu retrato orlado por una cinta negra.
Eso cuando las cosas salen mal. Y sea por la meteorología,
la visibilidad o la pura mecánica, con aviones chicos no es infrecuente que
salgan mal. Por muy Barón Rojo que te creas.
En ese sentido, como avión escuela, el IA-100 está pensado
para bochar materias sin matarse y aprender de los errores hasta aprobar. Es
muy perdonavidas porque es ágil como una patineta.
Y tiene otra cosa: está pensado para fabricarse en series
grandes, generar proveedores nacionales (ya hay más de 13 anotados) y costar en
pesos. Por ahora, el motor Lycoming es el único componente importado de los
EEUU. Pero en caso de boycot, es conseguible en cualquier lado y sustituible
por muchos otros pistoneros de diverso origen.
La aviónica (la electrónica de sensores, instrumentos,
posicionamiento y comunicaciones) está presentada en tres enormes pantallas,
tipo Full Glass Cockpit, y todavía es Garmin, ese fabricante de EEUU que los
civiles conocemos por sus GPS para automóviles. Pero ya hay candidatos
nacionales para ir sustituyendo el conjunto, entre ellos firmas que
sobrevivieron a Menem, Macri y otras pandemias a fuerza de calidad y cintura,
como INVAP y Redimec.

En cuanto a las antes mentadas Federal Aviation Regulations
(FAR) son normas emitidas por la autoridad regulatoria de la aviación civil de
los EEUU, la Federal Aviation Administration. Fijan los estándares
internacionales para el diseño, capacidades y aeronavegabilidad de diferentes
tipos de aeronaves. La FAA es a la aviación lo que la FDA a los medicamentos:
el mundo no tiene más remedio que darle bola. Sin normas FAR no te quiere ni tu
madre. No exportás.
La estructura del IA-100 se construye con textiles de fibra
de vidrio (casi toda la célula) o de carbono (los largueros de ala). Se
impregnan en resinas, con preimpregnado para la estructura que se tiene que
bancar más gravedades, como la inserción de las alas en el fuselaje, y laminado
húmedo para piezas de menor carga dinámica.
Con el IA-100 la FAdeA abandona lentamente, y con 40 años de
demora, la edad del duraluminio, el material aeronáutico preponderante desde
los años ’30 hasta fines de siglo. Si sabés manejar materiales compuestos, todo
lo que diseñes va a salir más liviano, resistente y barato. Y si no sabés, no
existís.
Un mordisquito a una torta enorme
Los aviones militares fueron la especialidad de la Fábrica
Militar de Aviones, pero no por falta de ganas de sus ingenieros de intentar
una mordida a la torta incomparablemente mayor de la aviación aerocomercial.
Si no somos EMBRAER, habiendo empezado 40 años antes que los
brasucas, es porque ellos cometieron menos errores. Nosotros, no dejamos uno
por cometer. Y el principal fue no exportar esas pocas veces en que tuvimos
algún avión DPM (de puta madre).
Mucho antes de que Carlos Menem y la Lockheed fueran siquiera imaginables al
frente del país y de la FA respectivamente, promediando los ’80, tiempos
alfonsineros, cuando la Argentina era más país y el Mercosur una potente
novedad, la asociación de la planta aeronáutica cordobesa con la brasileña
EMBRAER resultó en el CBA-123. No es posible hablar del IA-100 Malvina si no
contamos el caso del CBA-123, “el avión Mercosur”.
Ya vas a ver por qué, oh lector y lectora.
Se trataba de un transporte de cabotaje para 18 pasajeros.
Reunía una suma de rarezas futuristas para ese nicho de mercado y para aquella
década: aviónica tan avanzada y digital como la de un Boeing 747 o un Airbus
320, alas finitas pero «supercríticas», transónicas y sin embargo resistentes a
pérdida a baja velocidad. Esas te salvan de quedar pintado en la pista si te
mandás un error imperdonable en despegue y/o aterrizaje, que es cuando sucede
el 70% de los accidentes.
CBA-123 fue el nombre cordobés del aparato y esconde un ligero autobombo
provincial de los infrascriptos culiaus. Más marketineros, los brasileños lo
llamaron “Vector”.
El CBA o Vector era veloz hasta el absurdo para un
biturbohélice, consecuencia de su arquitectura revolucionaria y de una notable
nitidez aerodinámica. Eso era consecuencia a su vez de alas más bien chicas y
muy limpitas de obstrucciones. Y es que los motores iban anclados al cono de
cola. Cuantimás, soplaban invertidos, con dos hélices de 6 palas cada una y aspecto
de cimitarras, ubicadas atrás y con el tubo de la turbina por adelante. Eso, en
la jerga, se llama posición pusher. La hélice empuja al avión, no tracciona de
él.
Más raro que un perro verde y sin embargo hermoso, tanto
atrevimiento del avión argento-brasuca recibió elogios de prensa y 130 pedidos
de cotización a toque de roll out. Es decir, a salida de hangar tirado por un
tractorcito.
130 pedidos de líneas aéreas chicas y grandes antes siquiera
de llegar -que lo hizo volando- a las ferias de Farnbourough y Paris, las dos
mayores del mundo.
Esta hermosa bestia tenía una velocidad de crucero de casi
670 km/h. y un techo de servicio de 12.000 metros, prestaciones más de jet que
de turbohélice. Pero a 74 decibeles en cabina, era bastante más silencioso que
un Boeing 737, y ni hablar de los Fokker de cabotaje de entonces, especialmente
los turbohélice.
En cuanto a estética, tema no menor en el mercado
aeronáutico, los ingenieros del palo creen que el CBA 123, después del Pulqui
II, fue el avión más hermoso de la fábrica cordobesa. La pinta tiene valor
comercial. Michael Dassault, diseñador de aquella minimalista y letal flecha
llamada Mirage resumió el concepto así: “Un avión lindo vuela bien”.
Sin embargo, el problema de la FMA no era sus productos
fueran feos o lindos y volaran mal o bien, sino que siguiera trabajando. Se
había vuelto un objetivo de posguerra de la OTAN.

Vale la pena enterarse de por qué este avión, el Puca, no se exportó por centenares.
Que los expertos cordobeses, a fuerza de proyectos viables,
siguieran tratando de sacarla del estado vegetativo en que la dejó el golpe de
1955, eso era tolerable. Siempre se podía confiar en que la capacidad de los
gobiernos argentinos o de las cúpulas aeronáuticas para abortar aviones en el
prototipo, o reducir su fabricación a unos pocos para uso interno, y después
sucumbir a las importaciones, que dejan viajes y diegos que no son Maradona.
Sin embargo, después de 1982, aún aquellas capacidades menguadas de la FMA
resultaban una afrenta a la imagen de esa alianza militar del Atlántico Norte.
La OTAN todavía no olvida -ningún Ministerio de Defensa lo
hará- que en 1982 la Argentina, con algunos aviones tan de morondanga, de
segunda y tercera mano, según el caso, le haya hundido entre 6 y 9 barcos,
según quién cuente. Y eso a la potencia naval número 2 de la OTAN y número 3
del mundo, en aquellos años.
La Inteligencia Aeronáutica del MOD (Ministry of Defense) de
Su Majestad puso a prueba en su base aérea de Boscombe Down un Pucará capturado
casi intacto en la base de Puerto Argentino, el A-515. Lo testeó contra un
Harrier, luego contra un Phantom, luego contra diversos helicópteros artillados
y finalmente contra radares antiaéreos terrestres.
Y el MOD lo dio por bueno para COIN (contrainsurgencia),
aunque no tanto así para CAS (apoyo cercano a infantería). Y eso por su mucho
ruido sónico, pero también radárico, causado por las hélices.
El informe fue publicado en la revista Flight, decana entre
las revistas de aviación (se fundó en 1909). Se titula: “EL RESULTADO DE UN
BUEN DISEÑO”, y concluye así: “Extraña la escasa agresividad comercial de los
argentinos, que habrían contado con un mercado internacional estimado en 400
aeronaves”.
Sin embargo, sólo se fabricaron 107 Pucas. ¿Por qué?
Fue aparecer ese informe en Flight y desaparecer de la FMA
los utilajes para fabricar el Puca (en criollo, los moldes de montaje de
componentes). También desaparecieron las matrices de estampado y las máquinas
de corte de piezas. Parece haber ocurrido un notable acuerdo “espontáneo” entre
propios con gorra, de esos que prefieren importar chatarra militar, y ajenos
con gorra que nos prefieren importadores, preferentemente de SU chatarra. Un
gorra que no da la cara mandó el Puca al muere, y el país ni se enteró.
Como para darle razón al informe del MOD, en 1987 Irán nos
pidió 110 Pucas para matar iraquíes, e Irak, más tranquilo, 20 unidades para
matar iraníes. Se disputaron el Puca aquellos dos países petroleros insumidos
en una guerra espantosa, que duró 8 años, mató a 2 millones de personas y
enriqueció a los fabricantes de armas de toda la OTAN.
Irán e Irak al Puca lo consideraban más un CAS que un COIN.
Y pagaban taca-taca. Se evitó contestar ambos pedidos. Tampoco podíamos
decirles: “Mire, che, algún … (llenar con vituperios en farsi y árabe) ordenó
destruir todos los elementos de fabricación, y no da la cara”.
Boeing (nada menos) trató de comprar la licencia para tener un avión COIN que
compitiera con el Bronco, de Rockwell. Si la RAF y Boeing te dicen que hay
mercado, hay mercado. Y con Boeing no había que fabricar nada: sólo negociar
bien la transferencia de tecnología y cobrar. Que fabricaran ellos y lo
rebautizaran a su antojo, costumbre vieja. Pero aquí hubo orden de no darles bola.
Venezuela (la prechavista y poco cuestionada) pidió 24 aviones, pero le
cedimos, gentiles, ese mercado a Rockwell, que al menos cotizó su
Bronco. A Brasil, que iba a comprar 120, no les vendimos
pero les compramos el Tucano “porque nos iban a comprar el Puca”. Siguen y
siguen más y más ejemplos de lo mismo. No fue un gorra, fueron muchos, y de
civiles ni hablemos.
Los Brits nos ganan en Malvinas cuando estaban casi tirando
la toalla por el mal estado de los barcos de la Task Force, hechos percha por
74 días de mar y no pocas bombas y balas. ¿Y 8 años más tarde nos iban a dejar
fabricar aviones? ¿Nos iban permitir acceder a un lugarcito mediano de
exportadores aeronáuticos exitosos? ¿Y, como agravante, en sociedad con la
imparable EMBRAER? Ni ahí.
Genuflexo militante, don Carlos Menem asumió ganoso de
cerrar de una vez por todas la FMA. Es lo que hizo efectivamente con 13 de las
18 plantas de Fabricaciones Militares, también con los Astilleros Río Santiago
y Domecq García, y con casi toda la industria de defensa del país.
Pero antes de decidir siquiera qué cosa haría con ella, retiró a la FMA de la
sociedad con EMBRAER, de la que tenía el 33%. Chau, brasucas, agárrense del
pincel que nos llevamos la escalera. Y no nos extrañen.
Y EMBRAER ya no estaba tan imbatible, y no nos extraña ni un
poquito. Tras décadas de gran crecimiento y diversificación, había quedado
huérfana de apoyo del Poder Ejecutivo Nacional por primera vez en su
existencia. Nos referimos al Menem brasileño, un playboy neoliberal llamado Fernando
Collor de Melo muy parecido a nuestro propio Isidorito Cañones riojano, pero
lindo.
La empresa brasuca estaba endeudada hasta las aeropartes por
sus muchas apuestas tecnológicas a cobrar. Por lo cual el mandato externo –de
Boeing y de Airbus- era que Collor cerrara o privatizara EMBRAER,
preferiblemente lo primero. Y es que sus aviones de cabotaje estaban ganando
demasiadas licitaciones en EEUU y la UE.
Pero la industria y los milicos brasileños son menos
propensos al suicidio que los de por aquí.
Brasil echó a Collor de su cargo no sólo por esta de sus
muchas agachadas sino por chorro. Desgraciadamente, la Argentina se negó a
hacer lo propio con Menem, sobrando motivos. Destituido Collor a fines de 1992
y con EMBRAER recapitalizada por dos oportunas AFJPs 100% brasileñas que
acudieron al salvataje, la buena noticia era que la constructora aeronáutica
seguía viva y brasuca.
La mala era que para la administración de Ozires Silva
(empresario fundador de EMBRAER), el momento perfecto para lanzar el Vector había
pasado. Tampoco le inspiraba mucha confianza a don Ozires el tirarse a la
pileta con un socio como la Argentina, que le regala su principal fábrica de
aviones a la Lockheed para no hacer un carajo, y de yapa paga por ello.
¿Que hicieron los brasucas con el Vector? Usaron casi toda
la célula (conjunto de fuselaje y alas) para atacar solitos con su alma, sin
socio alguno, el mercado de los jets de cabotaje, pero con turbofanes como
propulsores, en lugar de turboprops. Las fotos eximen de mayores pruebas. Se
tiraron solos, y a una pileta más grande.
Y lo bien que les fue: el Vector fue la base del jet bimotor
ERJ-145 Legacy, que a su vez fue el antecesor de la línea EMB, hoy operativa en
93 aerolíneas de casi otros tantos países de todo el mundo. Para desconcierto
de Boeing, Airbus y de la canadiense Bombardier, hoy los brasucas son el tercer
proveedor mundial de jets de cabotaje. Tienen fábricas en EEUU, en la UE y en
China.
Con dos prototipos del Vector o CBA-123 fabricados en Sao
Jose dos Campos Brasil y un tercero al 80% de avance Córdoba, este avión dejó
de ofrecerse y jamás se fabricó en serie ni en pre-serie. Los dos brasileños
están dignamente en museos, donde su look sigue causando asombro. El argentino,
inconcluso, quedó pudriéndose a la intemperie.
Allí adonde esté no resucite, por favor, don Carlos Saúl.
En esta apuesta la FMA perdió U$ 300 millones, equivalentes
a U$ 873 millones de hoy, y los perdió por “foldear” cuando tenía una escalera
real, y sólo restaba manotear las fichas.
Hoy nadie quiere siquiera mentar estos revisionismos: siguen
vivos casi todos los vivillos involucrados, y la vejez no les ha quitado ni
maldad ni manija. Una auditoría periodística no dejaría títere con cabeza. Por
ello, la explicación descafeinada de este desastre es que a U$ 5 millones, el
CBA Vector costaba un millón más que el biturbo promedio en su segmento. Haceme
reír.
Es un verso insostenible. Y eso conviene aclararlo, antes de
un posible cambio de gobierno. E incluso de un posible cambio EN el gobierno.
El CBA 123 Vector era una revolución en su segmento. Era como la primera
MacIntosh de Apple irrumpiendo en el desangelado mundo de clones de las PCs
ochentosas. Hay productos que se pueden -y deben- cobrar caros porque son
distintos y superiores al resto. Los peligrosos en serio son los que no sólo
son mejores sino que lo parecen, por la pinta. Y lo subrayamos porque el IA-100
Malvina es otra provocación tecnológica parecida, aunque menor.
Al igual que el Vector, el Malvina es dual y carece (por
ahora) de equivalentes. Tiene increíblemente las mismas alas finitas y
supercríticas del CBA-123 Vector, con la misma correlación de grosor (17% en la
raíz, 13% en la punta). Dos cambios: esas alas fueron reducidas para caber en
un monomotor, y se hicieron ya no de duraluminio sino en “composites”. La
aeronáutica criolla por fin va dejando atrás, con cuatro décadas de demora, la
edad de los metales.
Al igual que el CBA-123, el IA-100 le escupe el asado a unos
cuantos: irrumpe en un nicho de enseñanza militar donde el menú habitual son
algunos pistoneros de tren de aterrizaje fijo, célula metálica o semimetálica
remachada y aviónica algo destripada. Y cuestan más caros que nuestro Malvina,
que anda en el orden de algo menos de un palo verde.
Las opciones finolis son máquinas con tren retráctil y de
materiales compuestos, con células que duran 15.000 horas o más, con una
aviónica “wow” como la del Malvina, pero motorizados a turbohélice. Y por ende,
son cargos. Su precio de compra y su costo de hora de vuelo duplican los de
nuestro aparato.
Lo único parecido al Malvina en el mercado mundial era el
Grob 120A alemán, lindo avión. Digo “era” porque lo discontinuaron, y ahora
sólo se vende el B, con turbohélice, impagable. Por segunda vez (tercera, si
contamos el Pulqui II), tenemos servida una escalera real.
Al IA-100 Malvina, lectores/as, habrá que defenderlo mejor que al CBA-123,
porque con o sin gorra, sobran ansiosos por matarlo. Macri ya canceló este
programa al toque de asumir, pese a las buenas pruebas de vuelo del Modelo de
Evaluación Tecnológica, o más bien debido a ellas.
La administración de Mirta Iriondo en FAdeA obviamente lo
resucitó.
JxC no se atrevió a actos de menemismo tan explícito como
cerrar la FAdeA o concesionarla a una aeronáutica yanqui. Pero se atrevió a
ponerla bajo administración de una abogada y luego de un lechero (sic).
Peor aún, entregada a un exjefe de personal de Fiat (Macri
corazón), sufrió la amputación de sus operarios y técnicos más veteranos (es
decir, los que sabían) y de todos sus proyectos militares hasta quedar reducida
a un dócil taller aeronáutico de reparaciones, geopolíticamente inofensivo pero
baratito para aerolíneas algo precarias de presidentes amigos (Macri corazón).
Es más, hay gente que todavía aplaude ese “saneamiento”. La sanción social fue
cero. Lo que habilita al próximo gobierno a repetir la cochinada.
Si el IA-100 Malvina es el avión que puede salvar a FAdeA de
la irrelevancia, tiene que estar homologado antes de las elecciones.
El brigadier general Xavier Isaac, el primer jefe aeronáutico al servicio real
del país en muchos años, dijo que lo quiere tener en vuelo para este verano.
Largá la pluma, poeta
¿Vieron
cómo vuela ese pendorcho? Se sube al aire livianamente, como una modelo
a una pasarela. Y ojo, es el modelo de demostración, bastante submotorizado
respecto de la versión definitiva. Éste es el momento en que mi editor, Eduardo
Blaustein, me dice: “Ya me tenés podrido con tu avioncito, Arias”. Pero me
queda un poco de tinta en el tintero. Ahí les va.
Primera cosa a destacar: que el IA-100 es un hecho que sale
de otros tres hechos: el breve pasaje del ingeniero Tulio Calderón, de INVAP,
por la gerencia general de FAdeA, entre 2014 y 2015. También es el resultado de
los contratos de FAdeA hechos con EMBRAER, no bien se le dio el olivo a
Lockheed, para fabricar componentes estructurales del transporte militar
KC-390.
Por último, nació de la decisión de Tulio Calderón (gerente
de proyectos nucleares en el INVAP), del ingeniero Gustavo Scarpín, del IUA, y
de Juan Vidal, de FAdeA, de juntar a los pibes (los ingenieros aeronáuticos
jóvenes) y hacer un Skunk Works, y sacar un proyecto de planos a roll out en un
año.
Y lo hicieron. Fue un first timer en la historia de la
planta cordobesa desde el Pulqui II. Que pese a ser un proyecto complejo, salió
con fritas. Pero hay que decir que aquel avión ya venía con bastante cocina de
Kurt Tank desde Alemania, y en tiempos de guerra.
Segunda cosa a destacar: una mención especial para EMBRAER.
En el acuerdo inicial, el hacernos aviopartistas del KC-390 podíamos llegar a
cobrarlo en aviones terminados. No era pavada: íbamos a tener reemplazos nuevos
y a turbina para nuestros viejos Hércules C-130, la logística aérea de todas
nuestras Fuerzas Armadas.
Ya FAdeA había puesto la plata, moldes, hornos al alto vacío
y capacitación necesaria para fabricar los segmentos de cola del KC-390 en
fibras de vidrio y carbono, cuando Brasil nos pasó la mala noticia: había
llamado el embajador británico, joer. Y dijo que el embargo de componentes
electrónicos e informáticos contra la Argentina seguía en pie. Si EMBRAER
persistía en usar el avión como parte de pago con Argentina, el KC-390 se
quedaba sin aviónica. Tomá mate, argento.
En 2014 Tulio Calderón humeaba de furia cuando me lo contó.
Pero al día siguiente, él, Scarpin y Vidal juntaron a “los pibes” y les dijeron
que transformaran su nueva baquía en materiales compuestos en un avión de
entrenamiento primario. Y que lo hicieran en un año, para sacarle la maldita
costumbre a la fábrica de tomarse eones para todo. Scarpin, a quien le gustan
los autos de Bond, James Bond, añadió: “Y quiero un parabrisas bien chanfleado.
Que el avioncito parezca un Lamborghini con alas”. Creo que Scarpín no se puede
quejar.
De este nuevo tropezón con los brasucas salió un avión nuevo
para la Argentina, un conjunto de materiales actualizados para hacer éste y
otros aviones, y un nuevo modo de trabajo en diseño. Cuando hacemos vaquita con
los brasucas nos termina yendo bien. Incluso cuando nos cagan.
Tercero a destacar: Skunk Works, como concepto de trabajo.
Ése es el sobrenombre del departamento de desarrollos avanzados de
Lockheed-Martin desde los ’40. Un Skunk funciona como una burbuja, blindada
contra toda interferencia burocrática, y concentrada únicamente en el diseño
básico y de detalle de cosas hasta entonces novedosas y secretas.
Algún poderoso te tiene que poner un paraguas de fierro
sobre la cabeza, como el Papa Julio II a Miguel Ángel mientras el tipo pintaba
la Capilla Sixtina, sin tener que pedirle permiso al Santo Oficio para mostrar
una teta o un pito. Es el modo rápido de llegar a un modelo de evaluación
tecnológica novedoso, y si los jefazos chirrían, que lo hagan al final,
mientras se babean ante el resultado, pensando “Joder… esto sale como piña”.
Será el resto de la empresa la que se encargue, rascándose la cabeza, de
producir las partes o más probablemente, de contratar a los proveedores, lidiar
con las agencias regulatorias militares y civiles, y tratar de vender el avión,
un trabajo durísimo y más aburrido. Los aviones revolucionarios nacen así, en
un ambiente inspirado y protegido mientras el resto de la fábrica transpira y
putea en japonés. Y luego cae de rodillas.
Un Skunk Works no es un modelo condenado al éxito. Pero ha
sido imitado muchas veces. El taller Phantom Works de McDonnell Douglas trata
de lograr lo mismo, y si el consorcio europeo EADS todavía no tiene un Skunk es
por ser una organización demasiado multilateral, federativa y reciente, o
porque sencillamente lo tienen bien escondido. Los rusos y chinos tienen sus
propios Skunks, pero ahí todo secreto es secreto doble.
Volvemos al ruedo, compatriotas. Por la puerta chica y algo
descalabrados de huesos, pero todavía bastante toreros.
Daniel
Arias es periodista escritor y científico. La nota fue originalmente publicada por Socompa, revista en la que Eduardo Blaustein es editor.
Otras similares