25/12/2021
Opinión
El terrorismo de la guerra contra el terrorismo
No es posible hablar de terrorismo en Medio Oriente sin considerar el rol de los imperios Noroccidentales. No es posible hablar del rol de los imperios sin los intereses corporativos.

Jorge Majfud
Publicado el 25 de Diciembre de 2021

Cuando se habla de drogas, se culpa a los productores, no a
los consumidores. Pero cuando se habla de armas, se culpa del mal a los
consumidores, no a los productores. La razón estriba, entiendo, en el lugar que
ocupa el poder.
El congreso de Estados Unidos acaba de aprobar la
construcción de un Memorial de la Guerra contra el Terrorismo a construirse no
muy lejos del monumento a Lincoln, “para honrar aquellos que sirvieron en el
conflicto más largo de la historia de la Nación”. No será el primero, ya que
existe el Global War on Terrorism Memorial en Georgia, para que las
nuevas generaciones nunca olviden el sacrificio de El país de las leyes que,
como Superman, lucha “por la libertad y la justicia” en el mundo. Narrativa
para niños educados en Disney World y para adultos que valoran la fe sobre la
razón: el mundo se reduce a la lucha del Bien contra el Mal y nosotros somos
los guardianes del Bien, del Destino manifiesto.
Como siempre, los mitos están recargados de olvidos
estratégicos. Ni siquiera se trató del conflicto más largo, ya que sólo la
guerra de despojo, no de la tribu sino de la Nación Seminole se
extendió desde 1816 hasta mediados del siglo XIX. Antes de convertirse en
mascota de un equipo de fútbol, los seminoles fueron verdaderos héroes en una
verdadera guerra de defensa contra el despojo de su territorio en
Florida y contra una abismal diferencia de poder militar. Al igual que otros
pueblos despojados y masacrados por el fanatismo anglosajón, fueron
considerados salvajes (terroristas) que, según el discurso de la Unión del
presidente Andrew “Mata Indios” Jackson de 1832, “nos atacaron primero sin que
nosotros los provocásemos”.
El 31 de agosto de 2021, el presidente Joe Biden anunció el
“fin de la guerra contra el terrorismo”. (Naturalmente, como escribimos hace
veinte años, el negocio de la guerra se desplazará al Extremo Oriente. Habrá
una Segunda Guerra Fría en el ciberespacio, no sin los fuegos de la primera).
Como ningún presidente estadounidense puede hablar de amor sino
de guerra, el bueno de Biden, con un estilo muy Obama, ha advertido:
“permítanme dejarlo bien claro: si buscas hacerle daño a Estados Unidos… debes
saber que nunca te perdonaremos. No lo olvidaremos. Te perseguiremos hasta los
confines de la Tierra y pagarás por tu ofensa”. Una copia literal de las
advertencias de recordar y castigar las defensas y ofensas ajenas que se leen
por miles en los anales de la historia de los últimos doscientos años.
Sólo la “Guerra contra el terrorismo” oculta las raíces del
problema de la misma forma que la “Guerra contra las drogas”, diseñada, según
sus autores, para criminalizar a negros y latinos. (También Pekin ha usado ese
ideoléxico de “Guerra contra el terrorismo” para justificar la violación de los
derechos humanos del pueblo Uighur). El nombre “Guerra contra el terrorismo” y
la obligación de no olvidar ocultan un olvido sistemático, como la destrucción
de democracias en Oriente Medio (como la de Irán en 1953), la desestabilización
de gobiernos seculares (como el de Afganistán en los años 70), la creación de
milicias descontroladas (como los Muyahidín o los Contras en los 80), las
Guerras perdidas y genocidas (como Vietnam en los 60 o Irak en los 2000). Como
los más recientes bombardeos indiscriminados en Siria e Irak, filtrados por
accidente pero probados como recurso sistemático. (Luego, mejor criminalizar a
quienes nos descubrieron matando, como es el caso de Julian Assange). Como la
detención indefinida de sospechosos derivada de la Ley Patriota de 2003, la
cual se ha extendido de forma obscena a los inmigrantes pobres. Porque los
pobres son siempre sospechosos. Porque este es El país de las leyes, como
les gusta repetir a los pobres que logran pasar y hacerse de papeles y
papelitos.
No es posible hablar de terrorismo en Medio Oriente sin
considerar el rol de los imperios Noroccidentales. No es posible hablar del rol
de los imperios sin los intereses corporativos. Mientras éstos existan,
existirá el imperialismo y existirán las sangrientas “guerras de defensa”. En
1933, Smedley Butler, el general más condecorado de su generación y héroe de
las Guerras bananeras, se puso a pensar y reconoció: “he sido el músculo de
Wall Street, un mafioso del capitalismo”. En 1961 otro general, el presidente
Eisenhower, antes de ser acusado de comunista advirtió de la injerencia del
Complejo Industrial Militar en el gobierno. La última “Guerra contra el
terrorismo” costó 8.000.000.000.000 dólares (dos veces la economía de todos los
países de América Latina juntos), causó la muerte de más de un millón de
personas y el desplazamiento de otros 38 millones. ¿Cuántos grupos terroristas
se necesitan para alcanzar alguna de estas cifras?
Pues, entonces, ¿por qué es posible este absurdo universal?
La injusta muerte de un ciudadano estadounidense por motivos raciales puede movilizar
a millones de indignados, pero cuando se filtra una matanza oculta de cincuenta
niños en Medio Oriente, pasa desapercibida. No existe. ¿Acaso no es el
imperialismo la mayor expresión de racismo? La vergonzosa cárcel de Guantánamo,
el centro de violación de los Derechos Humanos en Cuba, ha sobrevivido dos
décadas de vanas promesas porque hasta los psicólogos han hecho fortunas
asesorando a torturadores. Al igual que los barcos-prisión de la CIA,
Guantánamo no es territorio estadounidense sino territorio ocupado, y, por lo
tanto, no se aplican sus leyes humanitarias. Incluso cientos de inocentes
torturados por años, muchos liberados como esponjas secas, nunca lograrán
indemnización alguna sino estigmatización del resto del mundo. Lo mismo las
decenas de cárceles secretas e ilegales que mantiene la CIA alrededor del mundo
(black sites) como si fuesen agujeros negros de todos los derechos humanos,
esos gobiernos paralelos que Washington mantiene al tiempo que da lecciones de
Derechos Humanos.
Aparte de sus propias raíces, la “Guerra contra el
terrorismo” ha logrado ocultar los problemas reales del presente. Los países
continúan su absurdo incremento del gasto militar, incrementando la pobreza y
la violencia de las naciones. La pandemia los ha desnudado en toda su
inutilidad, pero, por otro lado, ha contenido masivas protestas sociales en los
países “civilizados”, peligro creciente que antes había llevado a la
militarización de la policía. (Con la previsible excepción del asalto al
Congreso de Estados Unidos del 6 de enero de 2021, donde la policía enfrentó a
la turba de banderas confederadas con palitos y palabras de consolación.)
¿De verdad quieres servir a tu país? Pues, déjate de
masturbaciones patrióticas y empieza a decir la verdad, sobre todo esa verdad
que los pueblos no quieren escuchar. Eso requiere más valor que apretar botones
y suprimir decenas de inocentes a distancia, como si se tratase de un
videojuego. Eso no es heroísmo. Es un crimen mayor. Pero más condenable que
esos soldados adoctrinados por una maquinaria trillonaria es el silencio de los
ciudadanos, distraídos en apasionados debates sobre fuegos artificiales.
Para terminar, Biden agregó: “La obligación fundamental de
un presidente es defender y proteger a Estados Unidos, no contra las amenazas
de 2001, sino contra las amenazas de 2021… Gracias, que Dios proteja a nuestras
tropas”.
Sr. presidente, la solución es bastante simple y no requiere
más gastos sino menos: deje de considerar que Dios tiene un pasaporte y una
bandera colgada a la entrada de su casa. Deje de considerar que las invasiones
preventivas son actos de defensa y comience a cumplir con las leyes
internacionales. Salvará usted no sólo a su país y la vida de sus soldados,
sino millones de otras vidas humanas.
Claro que eso no será un buen negocio para los Señores de la
Guerra, pero, en fin, alguien siempre tiene que perder algo.
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