23/7/2022
Cultura
Héctor Germán Oesterheld, eterno
Hace 103 años, un 23 de Julio, nacía Héctor Germán Oesterheld, el artista que la dictadura no pudo terminar de matar. Te compartimos una biografía del maravilloso autor de El Eternauta, militante peronista y eterno en la memoria de la cultura nacional.
Publicado el 23 de Julio de 2022

En el
lenguaje de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld (HGO) cumple ahora 103 años.
Hijo de padre alemán judío y de madre vasco-española, nació en Buenos Aires el
23 de julio de 1919. No hay fecha para su muerte. En la historia dramática de
la humanidad, tal vez el eufemismo más terrible es el de
"desaparecido". El dictador argentino Videla es autor del siguiente
aforismo: "No están vivos ni muertos; están desaparecidos". HGO es un
desaparecido. El número 7.546 (en la lista CONADEP, Comisión Nacional de
Desaparecidos). Se sabe que en la Nochebuena de 1977, sus captores le dejaron
cinco minutos de visión, sin capucha, que saludó uno por uno a sus compañeros
de cautiverio y que cantó con un joven detenido-desaparecido la canción Fiesta
de Joan Manuel Serrat. De forma premeditada, sus hijas también fueron hechas
desaparecer, por este orden: Beatriz (19 años), Diana (23 años), Estela (24) y
Marina (18). HGO es uno de los más extraordinarios creadores de aventuras del
siglo XX. Cambió el perfil del héroe. El Eternauta, su principal creación, una
estremecedora ficción premonitoria, atraviesa las fronteras políticas y de los
géneros literarios y se erige en un clásico para mayor número de lectores cada
día. Una obra homérica del cómic que interpela al género humano.
"Después
de leer a Oesterheld ya no admitiríamos leer cualquier cosa". No lo dijo
cualquier crítico boludo en un rapto magnánimo. Lo dijo El Negro. Lo dijo
Roberto Fontanarrosa. Respetado por cualquier barra, canallas o bostas, y en
cualquier cancha de fútbol o literatura. Incluso al fondo y a la izquierda, en
cualquier redacción, donde se suelen sentar los censores. Y los cínicos. Eso lo
dijo Enrique Medina, lo del lugar donde se sientan los censores. Tuvo el valor
de ir allí, a la oficina de censura, justo antes del golpe, a preguntar por su
libro Las hienas, qué puntería. Y después recibió una llamada de teléfono:
"¡Sos boleta!". Qué manía con los eufemismos. El miedo que meten los
eufemismos. Mejor que te digan: "Se te ha acabado el permiso del
enterrador". Bueno, a lo que íbamos. Hay dos factorías maravillosas en la
historia de Argentina: el fútbol y la historieta. El Negro Fontanarrosa era un
experto en ambas. Creo que el mejor cuento de fútbol que leí fue la historia de
Cardaña, el número 5 del Peñarol, primero apodado El Hombre y más tarde, con
mayor precisión, El Hombre de Neanderthal. Cardaña, bruto y sentimental, va a
visitar por caridad al hospital a un niño en estado grave y aquel hincha
botija, con los días contados, recibe al ídolo como se merece: "¡Hijos de
puta! ¿Cómo pueden perder con esos chotos del Nacional?". Así era El Negro
escribiendo. No cedía ni un centímetro. Ni una lágrima gratis. Fue él quien
vino a decir: "Y después de Oesterheld ¿qué?"
Héctor
cuando estudiaba geología en la universidad, ya trabajaba de corrector y
escribía historias como un loco. Cuando trabajaba como especialista en
"oro y platino" para el Banco de Crédito Industrial de la República
Argentina, hacía notas de divulgación y escribía historias como un loco. Cuando
andaba por los montes y las llanuras como un Robinsón Crusoe escribía historias
como un loco. Le ofrecieron trabajar en Pato Donald y aceptó, porque no era un
apocalíptico de la cultura y lo que le gustaba era escribir historias como un
loco. Y escribió literatura infantil, mucha con el seudónimo de Sánchez Puyol.
Fue un tiempo de esplendor para el género en la Argentina de los años cuarenta
y cincuenta, con Gatitos y Bolsillitos. Le gustaba escribir para la infancia.
"Siempre al bebito se le trata como tonto". Sería también una edad de
oro para la historieta argentina, cuando fundó con su hermano Jorge la
editorial Frontera y con dos publicaciones periódicas que harían historia. Hora
Cero y Frontera rondaban los 100.000 ejemplares. ¿Y qué hacía metido en la
industria cultural? Escribir como un loco. En treinta años, los guiones para al
menos 150 series de historietas en los que colaboró con medio centenar de
dibujantes. Siempre prolífico y exigente. ¿Por qué eligió la historieta? ¿Podía
haber sido un gran escritor? Es muy enriquecedor hablar con Martín Mórtola y
Fernando Oesterheld, sus nietos. "Quería romper ese dilema tramposo de
alta y baja cultura. No tenía prejuicios elitistas. Quería llegar a la gente y
no lo consideraba incompatible con la calidad. Ésa es otra de las lecciones de
El Eternauta, una obra de vanguardia que llegó a la gente, una gran aventura, y
una literatura extraordinaria". Guillermo Saccomanno, en Escritura y
memoria, plantea un sugerente paralelismo: "Si el Martín Fierro, un poema
criollo y popular, pudo plantarse como la gran novela fundadora de nuestra
literatura, ¿por qué no tirar de la cuerda y afirmar lo mismo de esta
historieta que se llamó El Eternauta?". Borges estaba cautivado por el
universo Oesterheld. Además, HGO era un extraordinario suministrador de
ciencia-ficción? Y no tan de ficción. "Leía las revistas científicas más
avanzadas de todo el mundo", recuerda Elsa Sánchez, su mujer. Llenó
Argentina, y otros países, de gente interesante. Ray Kilt, Sargento Kira, Indio
Suárez, Bull Rocket, Ernie Pike, Ticonderoga, Randall the Killer, Sherlok Time?
Y el grupo, el héroe colectivo, de El Eternauta. Cuando pasó a la
clandestinidad, y se sabía perseguido por Los Ellos, ¿qué hacía Oesterheld? "Escribir
como un loco". Lo cazaron, lo hicieron desaparecer, lo chuparon. ¿Qué
hacía Oesterheld? Ana María Caruso, desde el cautiverio del centro clandestino
de detención llamado Sheraton, consigue escribir una carta que figura en el
informe Nunca Más de la Comisión Nacional de Desaparecidos: "Ahora está
con nosotros El Viejo, que es el autor de El Eternauta y El Sargento Kirk. ¿Se
acuerdan? El pobre viejo se pasa el día escribiendo his-torietas que hasta
ahora nadie tiene intenciones de publicarle". Escribía como un loco.
Nadie que
haya leído El Eternauta admitiría leer después cualquier cosa. Le habrá
cambiado la mirada. Es una de esas obras que responden a la demanda de Kafka,
la de "morder en la estupidez". O a la de Cioran: "Un libro ha
de ser un peligro".
-¿Qué
hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?
¿Quién grita eso? Es el guionista, Oesterheld, al final de El Eternauta. No
está fuera, sino dentro, en una viñeta. Una de las rupturas de Oesterheld fue
implicarse en la obra como personaje. Un atrevimiento formal, que acabará
teniendo muchas implicaciones. Estamos en 1957. Francisco Solano López (Buenos
Aires, 1928) lo hace reconocible. Lo dibuja con sus trazos. Al comienzo de la
trama, El Eternauta se le aparece al guionista en la buhardilla donde trabaja y
le relata su historia de aventurero perdido en la eternidad. Al final, El
Eternauta consigue regresar a su hogar, con su mujer e hija, que le reprochan
haber tardado media hora en ir a buscar pan. ¿Media hora? El guionista, es
decir, Oesterheld, nuestro HGO, trata de disuadir a El Eternauta. ¡Todo lo que
le ha contado, todo lo que se avecina! La nevada mortal. La invasión dirigida
por un poder oscuro, Los Ellos, que utilizan para sus propósitos a los
monstruosos Cascarudos y a los inteligentes Manos, esclavos del miedo, que a su
vez convierten a los humanos supervivientes en hombres-robot. Pero El Eternauta
ya no reconoce al guionista. Ha perdido la memoria del futuro al volver al
pasado. La memoria es transferida al guionista. ¿Quién es ahora El Eternauta?
Estamos en
1957. HGO grita desde el tebeo: "¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto
horror?". Es en la primera versión de El Eternauta. En 1969 habrá una
segunda versión, dibujada por Alberto Breccia, y en la que las coordenadas
geopolíticas son más concretas. La publicación resulta muy polémica. La revista
Gente fuerza el final. El Eternauta empieza a ser un personaje inquietante,
demasiado verosímil. En 1976, con dibujo de Solano López, se publica una
prolongación de la aventura, una segunda parte. Se trata de un proceso muy
accidentado. Guionista y dibujante apenas se ven. A HGO le pisan los talones
Los Ellos. Dicta capítulos desde cabinas telefónicas. Las últimas veces que
acudió a la editorial Récord, donde iba a publicar El Eternauta II, siempre
andaba a deshoras, como una silueta. Sólo lo delataba "el reguero de barro
seco de sus borceguíes" en la alfombra. Y es que HGO, entre otros lugares,
buscaba refugio en la isla de Tigre.
Habían
llegado Los Ellos, como llamaría El Eternauta a los dictadores. En el prólogo
de Ernesto Sábato para el informe Nunca Más, donde se documentan los horrores
de la dictadura y la usurpación del Estado por una mafia uniformada, se dice:
"De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada
a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores". Entre miles de
desaparecidos, la "tecnología del infierno" se llevó a HGO y a sus
cuatro hijas. Habían pasado a la clandestinidad cuando comenzó la dictadura
argentina, que se prolongaría durante siete años crueles (1976-1983). El único
cuerpo que pudo recuperar Elsa fue el de Beatriz. Ella, con 19 años, fue la
primera víctima de Los Ellos. El 19 de junio de 1976 llamó a la madre y se
citaron en una confitería. Dos días después, en un tren, camino del trabajo, un
joven trajeado, muy nervioso, se acercó a Elsa para decirle que su hija había
sido secuestrada por una patota o "grupo de tareas" del Ejército.
Elsa Sánchez de Oesterheld comenzó el peregrinaje para recuperar a Beatriz.
Pero, en verdad, había caído una "nevada mortal" sobre Argentina. Se
encontró con muros de silencio. Con conocidos que la desconocían. Incluso un
sobrino y sacerdote poderoso, Jorge Oesterheld, hoy portavoz de la Conferencia
Episcopal argentina, prefirió "mirar hacia otro lado". Elsa fue consciente
también de que se había con-vertido en un "peligro" para sus hijas.
Todos sus movimientos eran vigilados para llegar a ellas y a HGO. De alguna
forma, ella también era una desaparecida en aparente libertad. El exterminio
programado de la familia de HGO siguió adelante. El 4 de julio de 1976, en
Tucumán, cayó Diana, de 23 años, embarazada. El 27 de abril de 1977 fue
secuestrado HGO. El 14 de diciembre del mismo año desaparece Estela, de 24
años. Su última carta lleva esa fecha. En ella dice: "Mamita: Marina hace
un mes que no está con nosotros". Significa: Marina ha desaparecido. Tenía
18 años.
Inspirados
en el nazismo, el franquismo y la guerra argelina, Los Ellos, con sus patotas
de Gur-bos, Cascarudos, Manos y Hombres-Robot, aplicaron la tecnología del
infierno a una escala industrial. Para hacer desaparecer los cuerpos utilizaron
una variante diferente de la incinera-ción: los vuelos de la muerte. Quizá
calcularon que la desaparición submarina de miles de personas sería inodora,
inocua, imperceptible. El mayor detective de la historia, Sigmund Freud, había
escrito: "Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus
rastros". Los verdugos ignoraban que el cuerpo humano es también un texto.
Y ésa es la verdad de fondo de El Eternauta, su potencia pasados tantos años.
"La persistencia de El Eternauta es en sí misma una práctica de la
memoria", escribe Judith Filc. En el primer aniversario del golpe militar,
el 24 de marzo de 1977, otro genial eternauta argentino, el escritor Rodolfo Walsh,
compañero en muchos sentidos de HGO, envía por correo y distribuye
clandestinamente la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, uno de los
pasquines de denuncia más estremecedores de la historia, en el que da a conocer
al mundo la dimensión del genocidio, con 15.000 desaparecidos en aquel
entonces. "Han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal,
metafísica". La palabra metafísica aquí, asociada a la tortura, pierde
toda su abstracción para expresar lo inconmensurable del horror carnal. Una de
las veces que registraron su antiguo domicilio, donde sólo vivía Elsa, el
oficial cascarudo al mando del "grupo de tareas" explicó que andaban
a la caza de Héctor, El Judío. Elsa replicó que era hijo de un estanciero
alemán y madre española. Añadió: "Y si es judío, ¿qué?". Entre los
precedentes que inspiraron a Los Ellos para poner en marcha la "tecnología
del infierno", la tortura y desaparición forzada de miles de personas como
HGO y sus cuatro hijas, figuran métodos nazis como el decreto Nacht und Nebel,
derivado de la orden de Hitler: "En la noche y en la niebla". El
texto de este decreto, reconstruido en el tribunal de Nuremberg, desaconsejaba
la entrega del cuerpo del eliminado a su familia. Se trataba de "diseminar
el terror" para minar toda resistencia. En el tiempo en que fue detenido
HGO, en 1977, el general Ibérico Saint Jean, gobernador de la provincia de
Buenos Aires durante la dictadura, y bajo cuyo mandato se produjo la Noche de
los lápices (desaparición y asesinato de un grupo de adolescentes), declaró en
público y esta vez sin eufemismos: "Primero mataremos a los subversivos;
después, a sus simpatizantes, y por último, a los indiferentes".
Entre los
miles de desaparecidos figuran cien poetas, escritores y guionistas de
historietas. Otro de Los Ellos, un colega militar del general Ibérico, el
entonces jefe del III Cuerpo, Luciano Menéndez, y responsable de la mayor quema
de libros, efectuada el 29 de abril de 1976, declaró: "De la misma manera
que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto
y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma
argentina". Los Ellos, como Creonte, castigando más allá de la muerte.
Gritándole a Antígona, a las hijas de Oesterheld: "Si tu naturaleza es
amar, ve entre los muertos y ámalos. Mientras yo viva, no mandará una
mujer".
Cuando creó
Ernie Pike, uno de esos grandes personajes que cambiaron el perfil del héroe,
para hacer tipos complejos, de madera humana y no de palo, los primeros
episodios los dibujó Hugo Pratt. Y él se quedó perplejo cuando vio la
historieta: El rostro de Ernie Pike, corresponsal de guerra que siempre pone en
duda las versiones oficiales, era el suyo.
Eso también lo supieron ver los torturadores. Reconocieron en HGO a Ernie Pike. Así que le
pegaron duro a Ernie Pike.
Elsa Sánchez de Oesterheld me cuenta otra historia que la dejó sin habla. Hace
unos años, en 2002, al término de un acto, se le acercó una mujer que había
estado detenida-desaparecida en la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada, desde
donde se calcula que se hicieron desaparecer cerca de 5.000 personas) y que
había sobrevivido al cautiverio. Era médica de profesión y le contó que un día
Alfredo Astiz, oficial de la Esma, conocido como El Ángel de la Muerte, sacó de
un cajón de su mesa un libro y le dijo, más o menos: "Toma, lee esto. Es
el mejor libro de Argentina". Se trataba de El Eternauta. Allí, uno de los
personajes se lamenta: "Todos desaparecidos como si no hubieran existido
nunca".
Estamos en
2015. El 23 de julio, de vivir, Héctor Germán Oesterheld habría cumplido 96
años. Su condición terrenal es la de "desaparecido" forzado. Fue
secuestrado por uno de esos eufemismos criminales denominados "grupos de
tareas" y estuvo recluido en al menos tres cárceles clandestinas, es
decir, no-lugares, Campo de Mayo, El Vesubio y Sheraton, donde se le conocía
como El Viejo. Los indicios, las evidencias circunstanciales, hacen suponer que
HGO murió a principios de 1978. No hay cuerpo.
La negación
era la respuesta sistemática a los miles de recursos de hábeas corpus. Por lo
que se sabe y va sabiendo, HGO, al principio, sufrió maltrato y tortura.
Después, promovido por un militar, hubo un intento de implicarlo en la
escritura de una biografía del liberador San Martín. Al fin y al cabo, Oesterheld
había triunfado como biógrafo. Ya en 1951, cuando hacía literatura infantil,
Perón quiso que le escribiera una biografía. Supo decir que no. Su mujer, Elsa,
piensa que desde que escribió La vida del Che, ilustrada por Alberto Breccia y
su hijo Enrique, HGO estaba marcado. Se publicó en 1968, en plena dictadura de
Onganía. El editor le había propuesto que apareciese como obra anónima, pero
Héctor respondió: "Un personaje como el Che no merece que su trabajo se
haga a escondidas". Tuvo un éxito fulgurante. La primera edición se agotó
en un mes. Pero la editorial fue allanada. Breccia y Oesterheld, amenazados de
muerte. Luego ocurrió algo curioso. Una llamada desde la Embajada de Estados
Unidos. Le propusieron algo similar, una biografía de ese estilo, tan viva, tan
directa, pero dedicada a John F. Kennedy. HGO declinó. Ya estaba preparada la
de Evita. No se editó. Se habían acabado las biografías. ¡Y ahora en el
cautiverio le vienen con San Martín! No se sabe adónde llegó ni qué fue de las
notas. ¿La vida de San Martín contada por Oesterheld? Los Ellos se habrían dado
cuenta del desliz: de realizarse la biografía, tendrían que hacer desaparecer a
San Martín. Las estatuas se pondrían a hablar. Tendrían que arrojarlas al fondo
del mar.
La mayor
tortura a la que debieron de someter a Oesterheld, además del tormento físico,
fue mostrarle las fotos de sus hijas muertas. Allí estaban Los Ellos, al estilo
Creonte, castigando más allá de la muerte. Mostrando los cuerpos sucesivos de
Antígona. A Elsa sólo le devolvieron el cuerpo de la primera eliminada,
Beatriz, de 19 años. "La que más se parecía al padre". Después cayó
Diana, de 23 años, con su pareja, Raúl. La tercera fue Marina, de 18 años.
Sobrevivía Estela, la mayor, de 24 años. Existe un testimonio de cuando estaba
cautivo en la cárcel clandestina del Campo de Mayo. Juan Carlos Scarpatti
contó: "Yo no lo conocía personalmente y? bueno, me llamó la atención. Lo
ví, digamos, como golpeado, o sea, como con mucha angustia y bueno, me acerqué,
le pregunté qué le pasaba. Me dijo que le habían mostrado las fotos de las
hijas-muertas". Pero la noticia de la caída de Estela y de su marido,
también llamado Raúl, la tuvo cuando los carceleros del Sheraton le dijeron que
tenía una visita especial. El hotel Sheraton, eufemismo del chupadero, el
no-lugar, era otro centro de detención clandestino, situado en un sector oculto
de la comisaría de Villa Insuperable, dentro de la ciudad. Era el 14 de
diciembre de 1977. La "visita especial" era de un niño de tres años.
Su nieto Martín. Ese día habían matado a los padres. El recuerdo de Martín
ahora es el de haber estado sentado horas con su abuelo "en un pasillo
horrible con paredes de látex azul brillante". No podemos dejar de verlo
como un episodio de El Eternauta arrancado a la realidad. El Viejo y el nieto
que apenas ha podido conocer, juntos en un no-lugar, en un chupadero de gente.
Hay 800 niños robados en la época de Los Ellos, de los que sólo 90 han podido
ser devueltos a sus familias originarias. Otra ramificación de la "tecnología
del infierno". De hecho, dos nietos de HGO y Elsa, bebés de Diana y
Marina, forman parte de los desaparecidos. La aparición de Martín en el
chupadero, el que alguien decidiera llevarlo con El Viejo, a quien se suponía
muerto, tiene una interpretación morbosa, pero también se puede ver a la luz de
El Eternauta. Tal vez fue cosa de un Mano. Los Manos, subalternos muy
inteligentes de los Ellos, se hacen desobedientes cuando deja de funcionar la
"glándula del horror". Por una vez, Oesterheld dio una dirección. La
de los padres de Elsa. Y de allí, Martín fue llevado con la abuela. Antígona,
desde la muerte, enviaba una señal.
Ana di
Salvo, psicóloga, compañera de cautiverio de HGO en el centro de detención
ilegal de El Vesubio, me cuenta que se mantenía distante, desconfiado. Eso fue
en mayo del 77, así que no hacía mucho que lo habían detenido. "Nos
dijeron: "Va a venir El Viejo". Yo, al principio, no sabía quién era.
No sabía la historia de El Eternauta. Él tenía un problema en la piel, granos
en la cara y en la cabeza. Había una doctora entre las chicas prisioneras y le
ofrecimos una pomada. Pero él no quiso. Desconfiaba. Una noche en que hacía
mucho frío, dormía en un suelo de madera, le dimos una frazada. La aceptó. Pero
con desconfianza. Por la mañana se lo llevaban y lo traían a la noche. Comentó
que lo tenían haciendo una historia sobre San Martín. Le hablé de mi hijo
Luciano. Le pedí un poema, una pequeña historia para él. Pero no hubo tiempo.
Después de estar desaparecida sin explicaciones durante 73 días, me devolvieron
a casa. Todo el tiempo pensando que te van a matar. Y en el trayecto, ante el
paisaje, uno de los secuestradores comenta: "Buen sitio para venir a
cazar". Y yo, no sé cómo, le digo: "Hay que respetar la veda".
Se quedó perplejo. Las cosas suceden así. Mi hijo Luciano, a la vuelta, me
rechazaba. Pensaba que lo había abandonado a propósito. Un día le compré un
cuento infantil titulado Chipió, el gorrioncito peleador. A Luciano le gustaba
mucho la cara de aquel pajarito. Aprendió a leer con él. Me reconcilió con él.
Yo no sabía que lo había escrito El Viejo. Usaba seudónimo. Muchos años
después, en una exposición sobre Oesterheld, le conté la historia a Martín, su
nieto, y él me dijo: “En ese cuento estaba lo que mi abuelo escribió para tu hijo".
Lleva por fecha el día que la asesinaron, el 14 de diciembre de 1977. La última
carta de Estela a su madre. Es breve, escrita con una intensa premura, pero sin
desaliño, con una caligrafía que intenta no desfallecer. Cada carta, cada nota,
en aquellos días, tenía una textura nerviosa. Da la impresión de que la carta a
Elsa es también una carta necesaria que Estela se escribe a sí misma. No es
difícil imaginarla murmurando hacia dentro, empujando el trazo para darle a
Elsa la noticia de la muerte de Marina sin nombrar la muerte. Como en El
Eternauta, el tiempo de la carta es un Continum 4, una especie de futuro del
pretérito: "Marina ya no está con nosotros y ese dolor ya no hay nada que
lo pueda mitigar, pero quiero que sepas que murió heroicamente como
vivió".
Consonantes
y vocales se apiñan en un presente recordado: "Creo que tenemos que estar
orgullosos de ella, como de Bi (por Beatriz), de Di (por Diana) y de Dad (por
Héctor), y quiero que sepas que estoy orgullosa de vos (por Elsa)". Esta
última afirmación tiene mucho significado. Va más allá de la cortesía filial.
Todos los citados han desaparecido. La feliz camada de Beccar está a punto de
ser exterminada. Elsa, la madre, antiperonista, tan racional como intuitiva,
"muy celta", dice ella, no les ha acompañado en su compromiso
revolucionario. Ha discutido con dureza con HGO, con el hombre que ama. Sí,
está de acuerdo con él. Es una juventud maravillosa. Culta, rebelde, linda. La
mejor generación que tuvo Argentina. Como Héctor, Elsa comparte su música,
salta de Mozart a Janis Joplin, ¿por qué no?, sus gustos artísticos, su estilo
de vida libre, una sexualidad sin tabúes, su aversión a la injusticia. Todo
eso, dice Elsa, lo compartía. Pero ella, la mujer que fue tan feliz en Beccar,
en aquella casa que era a la vez como el taller del artista romántico, donde
"todo bullía y cantaba", donde todos llegaban y nadie quería marchar,
nadie quería apagar la luz, las chicas no querían ir a fiestas ni a clubes,
donde encontraban "gente tonta", no, no, querían estar allí, en
Beccar, con sus amigos y los de los padres, dibujantes, músicos, artistas,
escritores, gente que traía historias; ella, que conoció el paraíso, pudo
distinguir bien el traqueteo de la maquinaria del horror que se acercaba. Sí,
discutió con HGO. No acababa de asumir aquella metamorfosis en el Oesterheld
que quería y admiraba, el hombre tranquilo, ilustrado, progresista y más bien
libertario, por la influencia de sus amigos anarquistas españoles exiliados,
con esa mirada antidogmática que es la de sus héroes. HGO no era nada elitista.
Su propia opción literaria, el guión de historieta, lo demuestra. Pero
denostaba el populismo peronista. HGO cambió.
Diana tenía
23 años. Tenía un hijo de un año, Fernando, y estaba embarazada de cuatro meses
cuando desapareció. Ella y su pareja, Raúl. militaban en Montoneros.
Diana fue
secuestrada en San Miguel de Tucumán por la policía de Tucumán, junto con su
hijo Fernando, quien fue abandonado como "NN" por la patota policial
en la Casa Cuna de la capital tucumana. Después de varios intentos fue
recuperado por sus abuelos paternos. La casa donde vivían fue ocupada por
Albornoz, el jefe de la policía tucumana, y su mujer. Raúl fue asesinado en
1977, un compañero vio su cadáver en la Jefatura de Policía. Diana fue vista en
la Jefatura de la Policía de Tucumán. Fue llevada a Campo de Mayo donde dio a
luz.
Su obra
principal contiene también las huellas de una biografía subyacente. Entre el
primer Eternauta (1957) y la segunda versión (1969) hay una revolución óptica.
Las referencias geopolíticas se hacen muy concretas. América Latina es
abandonada a su suerte. Y Ellos, los oscuros poderes cósmicos, son las grandes
potencias. HGO se radicalizó, pero también el suelo se movía a los pies. Las
hojas del calendario se caían de miedo y asco. El golpe de Aramburu, en 1956,
con la Operación Masacre, que contará de forma genial Rodolfo Walsh. El golpe
de Onganía, en 1966, con la noche de los bastones largos, cuando fueron
cruelmente apaleados los profesores y alumnos de la Universidad de Buenos
Aires, mientras eran conducidos a los coches celulares. El mandato de Lanusse,
en 1972, con la masacre de Trelew. En todo este calvario de desdichados fastos
y calamitosas salvaciones, el país vio una "chispa de esperanza" en
la gran movilización cívica que arrancó con el cordobazo. A continuación, y
acudiendo a la oftalmología, podríamos decir que se pasó de un estrabismo
divergente a otro convergente. Y el punto de convergencia fue otra vez Perón.
Gran parte de la izquierda argentina se injertó en el tronco peronista. Para
muchos era la esperanza posible. Una alianza frente a Los Ellos. Y allí estaba
HGO con sus hijas. Elsa, no. Elsa mantenía la distancia cuando de la música se
pasaba a las palabras. Y allí estaba también Rodolfo Walsh con sus hijas Vicky
y Patricia. Casi siempre se cita A sangre fría, de Truman Capote, como obra
inaugural de la narrativa del "nuevo periodismo". Es por ignorancia
hemisférica. La primera fue Operación masacre, de Rodolfo Walsh, en 1957, el
año en que nació también El Eternauta. Walsh, de origen irlandés, era entonces
también antiperonista. Prefería jugar al ajedrez que la política e incluso la
literatura. Pero un día, camino de casa, oyó el grito de un soldado moribundo:
"¡No me dejéis solo, hijos de puta!".
Pero la
vuelta de Perón, el gran día de la resurrección nacional, pasará a la historia
por la "matanza de Ezeiza". Allí, en el aeropuerto, se inició el
exterminio de la "juventud maravillosa". Más de treinta muertos y
trescientos heridos en el que iba a ser el día más feliz. El halago se
convirtió en condena: la "juventud imberbe". Perón falleció cuando se
acercaba el día de la "nevada mortal". El prócer había regresado con
el cadáver de Evita y con un espectro de Evita, Isabel, manejado por un
siniestro prestidigitador, el secretario López Rega, organizador de la Triple
A, que mezcló la brujería con la producción industrial de la muerte. Se
multiplicó el doble empleo. Muchos que ejercían de día de jefes de policía
ejercían de jefes de la Triple A de noche. Hasta que vino el gran eufemismo. El
Proceso de Reorganización Nacional. Es decir, el golpe militar con toda su red
de poderosas complicidades. Era el régimen de Los Ellos. Y se puso en marcha, a
pleno rendimiento, la "tecnología del infierno". Walsh denuncia:
"Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el
fiel de la balanza entre "violencias de distinto signo" ni el árbitro
justo entre "dos terrorismos", sino la fuente misma del terror que ha
perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte". La
carta de Estela a Elsa terminaba diciendo: "Hay mucho por dar todavía en
esta vida y muchas razones para seguir adelante". Ese día, después
de enviar la carta, la cazaron.
Estela
Tenía 25
años, estaba casada con Raúl Mortola y tenían un hijo de tres años. Militaban
en Montoneros. Fueron asesinados el 14/7/77 por una patota de civil que había
allanado su vivienda. Raúl fue herido de disparo al llegar a su casa, y murió a
las pocas cuadras. Estela llegó a eso de una hora después, y fue fusilada
frente a un negocio cercano, fue llevada por un vecino al hospital Lucio
Menéndez de la localidad de Adrogué, donde murió. Los responsables se llevaron
al hijo de la pareja y se lo presentaron a su abuelo Héctor, quien para
entonces estaba detenido-desaparecido, dentro de un Centro Clandestino de
Detención. De allí el chico le fue llevado a su abuela Elsa.
Oesterheld, Hugo Pratt y Elsa
"Él
escribía a mano. Odiaba la máquina de escribir. Por eso aprendí taquigrafía y
mecanografía. Para ayudarle. Después de casarnos, pasamos cuatro años en un
departamento chico, en el barrio Desarrollo. Él entonces investigaba minerales.
Amaba la naturaleza áspera, dura. La estepa donde no había nada.
Nacieron
una tras otra las nenas. Ya dibujaba. “Papu, dibujitos”. Les hacía monigotes
todo el tiempo. Leía todo. Recibía revistas en alemán, italiano, inglés,
francés. Tenía muchísima información. Le interesaban los descubrimientos
científicos, todo aquello que se movía en el límite de la ciencia-ficción. A
Borges le encantaba charlar con él. Las chicas se enteraron. Un día se fueron
los cinco. Y allí estuvieron con él, en la penumbra de la Biblioteca Nacional.
Sí, tenía
conocimientos extraordinarios, enciclopédicos. Un día, Hugo Pratt le muestra
muy ufano unos dibujos. Un nuevo héroe. Un soldado en la época de la conquista
del Oeste. Héctor le dice: “Está muy bien, pero tendrás que volver a dibujarlo.
No puede llevar ese tipo de arma. La culata no era así”. Hugo se sentó,
suspiró, gritó: “¡Lo mato, lo mato! Dime, Héctor Oesterheld, ¿a quién le va a
importar cómo era la culata?”. “A mí”, respondió Héctor.
Todo estaba
lleno de libros. También el garaje. Todo. Leía sesenta o cien historias a la
vez. Así que Héctor se levanta. Va hacia el garaje. Un pandemonio. Cuando me ponía
a arreglarlo, él se desesperaba. Revuelve en la maraña. Y al final vuelve con
lo que buscaba en la mano. Se lo pasa a Hugo.
-Aquí está
-le dice-. Así debe ser el arma.
Era muy
deportista. Jugaba al tenis. El fútbol le gustaba, pero para verlo. Tenía una
fijación con el estadio del River. Cuando iba al centro, siempre se pasaba por
allí. Y es en ese estadio donde transcurre una batalla decisiva de El
Eternauta. Fue un tiempo idílico, un paraíso, la casa de Beccar. Eso ya lo
conté, ¿verdad?
Cuando
llegaron los dibujantes italianos, eso fue antes, también fue una época
maravillosa. Entre ellos, Hugo Pratt. ¡Medio locos, los tanos! Era un lindo
muchacho. Tenía un carisma único. Todos los días se caía por casa. Venía con
apetito. Le preparaba algo para cenar. Había amigas que me preguntaban: “¿Vos
no te enamorás de este chico?". Todas se enamoraban”".
Marina
tenía 20 años, estaba embarazada. Ella y su pareja militaban en Montoneros. La
pareja fue secuestrada el 27/11/76 en San Isidro. Se cree que Marina dio a luz
en Campo de Mayo.
Elsa, la
Elsa que recuerda, también está ahora en la cocina preparando algo para cenar.
Uno se imagina allí, en el quicio de la puerta, en Beccar, a Corto Maltés, el
mítico personaje de Pratt. Murmuro: "Tal vez era él el enamorado".
Elsa escucha en silencio. Y zanja la conversación sobre amores con un gesto
irónico, una interjección trazada en el aire.
"Primero
mataremos a los subversivos; después, a sus simpatizantes, y por último, a los
indiferentes", era el lema de los torturadores. Para Héctor, la mayor
tortura a la que le sometieron fue mostrarle sus hijas muertas.
Marcelo
Brodsky, el artista y fotógrafo creador del parque de la Memoria de Buenos
Aires, se enteró de la desaparición de su joven hermano Rubén en una llamada desde
una cabina telefónica. Él estaba en España, exiliado. El universo tuvo, de
repente, la dimensión de una cabina. "La ausencia de un desaparecido nunca
termina. ¿Cómo se les cuenta a las nuevas generaciones? ¿Cómo se narra
semejante horror? En el parque de la Memoria, cada recorrido es una nueva forma
del recuerdo. Caminamos entre estelas que se apoyan, que se sostienen, donde lo
colectivo es un entrelazamiento".
A la hora
de hablar del hermano, Brodsky juró que lo haría como si estuviera oyendo a
Julio Fusik, en el Reportaje al pie del patíbulo: "Que la tristeza no sea
nunca asociada a mi nombre".
Beatriz
Marta, desaparecida el 19/5/76. Tenía 19 años. El 19 de junio de 1976 llamó por
teléfono a su madre, Elsa, y la citó en la confitería Jockey Club de Martínez.
Hacía mucho que no se veían y estuvieron hablando casi dos horas. Al
despedirse, la joven fue hacia Villa la Cava, en San Isidro, donde militaba.
Nunca llegó. Dos días más tarde, un desconocido se acercó a Elsa, la madre,
cuando estaba por subir al tren y le dijo que Beatriz había sido secuestrada
por el ejército. Su madre fue a la policía y a Campo de Mayo, vio a jueces y
sacerdotes, y presentó un hábeas corpus El 7 de julio fue citada en la
comisaría de Virreyes y le dijeron que su hija había muerto junto con otros
cinco chicos. Le dieron el cuerpo y la sepultó.
Cuando Elsa
y Héctor se casaron, él trabajaba para aquel banco de crédito minero,
analizando muestras de metales preciosos. Gran parte de su trabajo lo hacía
sobre el terreno. Le gustaba andar. Recorrer solitario los grandes espacios. El
viento patagónico en la cara. "Es un trabajo duro, puede ser destructiva
esa soledad del geólogo, conocí gente que se alcoholizó", dice Elsa.
"Pero él amaba esa relación solitaria con la naturaleza. Amaba todo en la
naturaleza. Los caracoles nos comían las rosas y yo le decía que les pusiera
veneno, pero Héctor exclamaba: “¡También ellos tienen derecho a vivir!”. Yo le
decía: “Oye, que la celta panteísta soy yo, pero no quiero que me coman las
rosas”. Le ofrecieron un buen trabajo, pero eso significaba la separación. Y
fue cuando se decidió por el mundo editorial".
Elsa nació
en Buenos Aires, en una familia de emigrantes gallegos llegados de una pequeña
aldea, Loño, cerca de Santiago. Cuando Elsa pasó por Loño, en 1983, se fijó en
el hórreo de madera del que tanto le había hablado el padre. Esperaba algo más
monumental. "Qué pasa?", le preguntó su tío. "Está
despintado". "Es que tu abuela no quiso que lo tocaran. Que lo
dejaran tal como lo había pintado el hijo".
El hijo era
el padre emigrante de Elsa. HGO pasó por aquella aldea en 1962, en un
"desvío" de un viaje a Alemania. Hay una foto en la que se le ve
retratado como el Robinsón que era, camuflado en la hierba de campesino
segador. En Argentina, los padres de Elsa laburaron duro para salir adelante,
pero tenían otro rasgo: amaban la música con locura. La ópera y la clásica.
Escuchaban cada concierto en la radio de galena. El tío Pedro llevaba siempre
una flor en el ojal. La madre de Elsa leía a Lorca. Lo había visto en un teatro
bonaerense, abarrotado, recibido por una multitud en la calle de Corrientes.
"Yo me parezco mucho a papá. Soy Vicente Sánchez en mujer, tremendamente
impulsiva. Yo era un marimacho. El varón equivocado de la familia. Tuvimos un
golpe terrible. Murió mi hermana mayor cuando yo tenía 12 años. Estudié música.
Y danza clásica. Y samba. Es verdad que todos querían bailar conmigo. No,
Héctor no era muy bailarín. Yo tenía 17 años y él 24 cuando nos
enamoramos".