25/6/2022
Opinión
La Argentina grande o la resignación
Héctor "el gringo" Amichetti, secretario general de la Federación Gráfica Bonaerense, destaca "No somos la Argentina grande que soñó San Martín porque no lo hayamos querido y lo peor que nos podría ocurrir es resignarnos a ser el país que nos impusieron en base a represión, saqueos y entrega."

Hector Amichetti
Publicado el 25 de Junio de 2022

Cada vez que cantamos nuestra marcha, ese
verdadero himno popular que exalta el fervor por nuestra identidad peronista,
nos imponemos el deber de concretar un anhelo irrenunciable: el de la
"Argentina grande con que San Martín soñó".
Veamos, la superficie continental de nuestro
país es de casi 2.800.000 kilómetros cuadrados sin contar el territorio
antártico y nuestras islas, si a todo eso agregamos 1.400.000 kilómetros
cuadrados de área nacional marítima, estamos por encima de los 5 millones de
kilómetros cuadrados.
Somos el octavo país en el mundo en lo que se
refiere a su dimensión territorial, lo que debería ser algo grandioso.
Más majestuoso aún si apreciamos sus bellezas
naturales, las bondades del clima, sus extensas pampas y variedad de fabulosas
tierras óptimas para todo tipo de cultivo, importantes zonas de bosques e
imponentes montañas que albergan una valiosa riqueza forestal y minera, además
de regiones con un subsuelo pródigo en petróleo y gas del que tanto venimos
hablando por estas horas.
Hace algún tiempo escuché decir en una charla
al ex Ministro de Producción Matías Kulfas que fomentar un entramado de pymes
dedicadas a producir los insumos que demandan las explotaciones en Vaca Muerta
permitiría crear cientos de miles de puestos de trabajo.
También sobre la importancia de aprovechar el
litio que la naturaleza nos brinda y el mundo moderno requiere, para
convertirlo en baterías en nuestro propio país.
Participé hace unos meses en alguna reunión en
Casa de Gobierno donde los representantes del Complejo agro-industrial
exportador hablaron de planes federales de desarrollo, capaces de generar otros
cientos de miles de puestos de trabajo.
Y qué pasaría si nos propusiéramos reconstruir
nuestra flota mercante reactivando lo que en otros tiempos fuera una pujante
industria naval, si revalorizáramos la actividad pesquera para extraer de
nuestros mares y procesar la inmensa variedad ictícola que con frecuencia nos
dejamos robar.
Muchas veces he imaginado lo que significaría
agregar valor a los productos primarios que generosamente nos brinda nuestra
geografía, harina convertida en pastas, frutos convertidos en dulces, cuero y
pieles de nuestro ganado transformado en calzado, productos textiles y de
marroquinería, y así podríamos seguir hasta el infinito pensando en
manufacturas para abastecer el mercado interno y para exportar.
Tenemos ya la uva argentina transformada en
los mejores vinos del mundo, impulsando la industria de las botellas, las cajas
y las etiquetas impresas.
Sin ningún tipo de política oficial de
promoción, la industria gráfica produce marquillas de cigarrillos para México y
bolsas impresas para shoppings y supermercados de Brasil, Chile y otros países,
por citar apenas un par de ejemplos que toca en forma directa al trabajo en
nuestro gremio.
La capacidad de los trabajadores y
trabajadores argentinos es excepcional y no tiene límites si nos proponemos
desarrollar a fondo nuestras investigaciones científicas y tecnológicas.
O vamos a sepultar en la historia el recuerdo
de una revolución en la que se demostró que podíamos fabricar automóviles y
aviones de creación nacional, solo la violencia de los golpes militares y una
criminal represión pudo detener nuestro destino de grandeza.
Fue entonces que en Europa y en los Estados
Unidos festejaron que se alejaba el peligro de la Argentina industrial. Seremos
lo que ellos quieren que seamos o no seremos nada fue y seguirá siendo su vieja
consigna colonial.
Pero, a pesar de tanta maldad, seguimos
estando entre las 10 naciones del mundo con capacidad de tener una industria
satelital propia.
Las familias argentinas demandan más de 4
millones de viviendas para vivir con dignidad, si comprometiéramos los recursos
necesarios para construirlas la reactivación industrial resultaría
inimaginable, no solo por la demanda de los materiales básicos para su
construcción, si no por la variedad de productos de todo tipo que las familias
necesitarían para equipar esos hogares.
Ni que hablar si planificáramos una Argentina
respetuosa del arraigo, pensando en otro tipo de producción agropecuaria y en
plantas fabriles vinculadas a las producciones regionales.
Sin embargo, vengo escuchando desde hace
bastante tiempo, la resignada teoría acerca de las limitaciones que nos impone
el mundo laboral del siglo XXI.
Entonces extiendo la mirada hacia Alemania, un
país del mismo mundo y en el mismo siglo que está inserta Argentina, con una
superficie similar a la de nuestra provincia de Buenos Aires y una población de
más de 83 millones de habitantes (casi el doble que la nuestra), con apenas un
3% de desocupación y algún sector con trabajo precario y temporal que de
ninguna manera los hace pensar en planificar una economía paralela destinada a
ellos.
No somos la Argentina grande que soñó San
Martín porque no lo hayamos querido y lo peor que nos podría ocurrir es
resignarnos a ser el país que nos impusieron en base a represión, saqueos y
entrega.
Es hora de que los sindicatos, las
organizaciones sociales, los pequeños y medianos productores agropecuarios e
industriales, el cooperativismo y todos los demás sectores que integran la
inmensa mayoría de nuestra comunidad encaremos con seriedad el debate de la
Argentina que deseamos reconstruir.
Es ahora que la política debe definir con
claridad, evitando estériles discusiones subalternas, el camino que tenemos que
recorrer para recuperar nuestro derecho a la autodeterminación con un Estado
fuerte controlando nuestras riquezas y volviendo a planificar su justa
redistribución, acompañado por el activo protagonismo de las organizaciones
libres del pueblo.
Es tiempo ya de asumir que los ideales del
Peronismo no son cosa del pasado, muy por el contrario, son la mejor opción de
un futuro universalista para la humanidad, capaz de romper con la trampa
globalizadora tendida por las corporaciones que solo buscan borrar fronteras
para apropiarse de recursos y multiplicar pobreza con total desprecio por la
producción y el trabajo humano.
En pocos días más se cumplirá un nuevo
aniversario de la Declaración de Independencia Económica proclamada por el
Peronismo el 9 de julio de 1947, vale entonces refrescar un poco la memoria
reproduciendo algunas líneas de aquel mensaje proveniente de un gobierno
promotor de un solo tipo de economía: la Economía Social, con capacidad de
generar pleno empleo y justicia social.
"En representación del pueblo de la
nación (las fuerzas gubernativas, populares y trabajadoras), comprometen las
energías de su patriotismo, y la pureza de sus intenciones en la tarea de
movilizar las inmensas fuerzas productivas nacionales y concertar los términos
de una verdadera política para que en el comercio internacional tengan base de
discusión, negociación y comercialización los productos de trabajo argentino, y
quede de tal modo garantizada para la República la suerte económica de su
presente y su porvenir".
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