12/12/2020
Opinión
La mentira de las “buenas prácticas agrícolas”
Las empresas del agronegocio y sus medios de comunicación ya no pueden ocultar las consecuencias de su modelo a base de agrotóxicos. Por ese motivo crean falsas soluciones, como las “BPA”. La lucha de los pueblos fumigados, la agroecología como camino necesario y las políticas de Estado.

Gabriel Arisnabarreta
Publicado el 12 de Diciembre de 2020

Después de que el agronegocio colora al país al tope del
ranking mundial de los que arrojan mayor cantidad de venenos por habitante, y
de alcanzar un volumen por año de más de 500 millones de litros de
agrotóxicos, ahora nos dicen que semejante cantidad de veneno puede ser
“manejado” sin provocar daño alguno ni en la salud ni en el ambiente.
Además de que dicho pensamiento sigue anclado a la
vieja idea de que el ser humano puede dominar a la naturaleza y manejarla
a su antojo, también repite el pensamiento de que la ciencia hegemónica es la
solución a todos los problemas que aparecen.
La propuesta de la “Red de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA)” es
intentar hacerle creer al pueblo que si algo sale mal cuando se realiza una
pulverización es por culpa de una persona que no aplicó correctamente el
químico y no por culpa de un modelo que en realidad es imposible de
controlar.
Distintos estudios de la ciencia digna (por ejemplo, de
Damián Marino y su equipo) han encontrado residuos de agrotóxicos en la
lluvia de grandes ciudades como La Plata, en los patios de escuelas rurales de
Argentina, en enormes ríos como el Paraná (con concentraciones incluso
superiores de glifosato a los que se encuentran en un campo de soja). Todas
estas pruebas desmienten por completo la teoría de que es posible controlar al
modelo del agronegocio.
No podemos olvidar el incremento de diversas
enfermedades en la población de los pueblos fumigados, que ahora se extiende
también a través de los alimentos industrializados a toda la población en su
conjunto.
La presencia de restos de agrotóxicos en sangre y orina
humana, los impactos señalados por diversos científicos sobre la fauna,
especialmente comprobado en reiteradas oportunidades en anfibios, nos demuestran que las Buenas
Prácticas Agrícolas son solo una estrategia del agronegocio para enfrentar
los logros alcanzados por las organizaciones socioambientales de nuestro país
en defensa de la vida y los territorios.
Dichos logros, que limitaron y/o prohibieron el uso de
agrotóxicos a una determinada distancia, ya forman parte de los derechos
adquiridos. Intentar reducir esos derechos, por ejemplo aplicando lo que la
“Red de BPA” propone hoy, es absolutamente anticonstitucional: los derechos
ambientales pueden aumentarse, podemos ir por más pero nunca por menos.

También es importante recordar lo que el ingeniero Marcos
Tomasini ha explicado muy bien: que las “buenas prácticas agrícolas” sólo
consideran la deriva que puede producirse en el mismo momento en que se está
produciendo la pulverización (deriva primaria), pero que en la práctica,
una vez liberado el veneno, existen como mínimo dos derivas más que son
absolutamente incontrolables.
El veneno puede trasladarse varios kilómetros desde el
lugar donde se aplicó, dentro de las primeras 24 horas (deriva secundaria); e
incluso puede aparecer años después en lugares donde jamás se pulverizó (deriva
terciaria).
En resumen, una vez que se liberaron las moléculas
químicas de los agrotóxicos al ambiente es imposible de predecir lo que puede
ocurrir y es imposible controlar, por más tecnología de punta que se
aplique.
Desde los pueblos fumigados en reiteradas oportunidades
hemos declarado que las diversas ordenanzas logradas que alejan las fumigaciones
son triunfos de las organizaciones del pueblo frente al
enorme poder del agronegocio, son cabeceras de playa para seguir construyendo un
nuevo modelo de vida. Desde ya que somos conscientes de que la verdadera
solución es avanzar en el territorio fortaleciendo la soberanía alimentaria y
la agroecología de base familiar, campesina/indígena, de pequeña escala, con
alimentos sanos y diversos producidos en armonía con la naturaleza de la que
formamos parte.
Ambos modelos, el agronegocio y la agroecología,
son incompatibles, no pueden convivir en el tiempo y debemos trabajar
fuerte y juntxs para lograr que este cambio sea tomado por el Estado como
política pública.
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