31/12/2022
Internacionales
Lula y el neoliberalismo
Hoy en día, hay una discusión acalorada en todos los centros académicos internacionales, en los gobiernos de los países más grandes -incluso con Joe Biden-, para cambiar el modelo de «desarrollo», trabajar en cadenas productivas internas, fortalecer el mercado interno. Y el debate se acalora en Brasil, cuando Lula da Silva vuelve al gobierno.

Juraima Almeida
Publicado el 31 de Diciembre de 2022

Desde sectores
conservadores se repite que Lula cita como ejemplos de lo que pretende hacer
con políticas como el contenido nacional, los incentivos a la industria naval,
la construcción de refinerías y el mantenimiento de regímenes especiales para
ciertos sectores. “No funcionó en el pasado, pero él no parece recordar o
entender», repiten los medios hegemónicos. Tratan de imponer el imaginario
colectivo de que las inversiones en infraestructura, cultura y ciencia y
tecnología son gastos superfluos.
Todo esto, quizá para
tapar que desde el gobierno de Michel Temer, tras el golpe parlamentario
contra Dilma Rousseff, ni siquiera se ha construido una nueva refinería, a
pesar de las importaciones del producto. En cambio, la estatal Petrobras se
limitó a vender refinerías a precios irrisorios: abrió grandes negocios para
terceros sin aumentar ni un litro la producción de refinados.
El lulismo habla
de “adoptar una estrategia nacional de desarrollo justo, solidario,
sostenible, soberano y creativo, buscando superar el modelo neoliberal que
llevó el país al atraso”. El centro de este proyecto es aumentar los
gastos del Estado en supuestas inversiones para impulsar a empresarios
brasileños y extranjeros, con el objetivo de aumentar la producción y
reindustrializar el país. La pregunta es si es posible, en los marcos del
capitalismo, desarrollar el país, resolver los problemas de los trabajadores y
acabar con el atraso y las desigualdades sociales crónicas,
El de Bolsonaro fue un
gobierno neoliberal, principal responsable de la tragedia social y económica
del país. Lo que convencionalmente se denomina neoliberalismo es la
política económica capitalista, impulsada a partir de la década de 1970, que va
desde la privatización y desnacionalización de las economías de los países
periféricos, hasta la exigencia de una política fiscal que limite las
inversiones en áreas sociales, significando también, un desmantelamiento de los
servicios públicos.
En Brasil no existe
una burguesía nacional que se oponga a la imperialista. Pero, sí, una
burguesía nacional asociada al imperialismo, que nació atada umbilicalmente a
la burguesía internacional. El imperialismo explota el país directamente
con sus propias empresas, e indirectamente a través de sus vínculos con las
empresas brasileñas.
En Brasil, donde las
100 empresas más grandes controlan más de 60% del Producto Interno Bruto (PIB)
del país, la burguesía se volvió parasitaria y financiera antes de haber
completado varios aspectos del desarrollo industrial capitalista visto en otros
países: se volvió reaccionaria incluso antes de haber sido progresiva en algún
momento de la historia.
Por supuesto, el modelo
que pretende desarrollar Lula no es perfecto, pero el desarrollo requiere una
acción integrada, que involucre a las pequeñas y microempresas, las redes de
proveedores, las políticas científico-tecnológicas, que aborden el entorno
económico en su conjunto. Se intenta corregir el apoyo anterior a los líderes
sectoriales, orientando el BNDES hacia el fortalecimiento de las PyMEs y
preparándolas para el mundo digital.
¿No más
neoliberalismo?
Los defectos del
modelo neoliberal son más explícitos que nunca, señala Luis Nassif en un
profundo análisis. El primer problema es la hiperconcentración de ingresos. Por
un lado, condujo a un aumento de la pobreza y la exclusión social, mientras
surgía la aparición de los hiperbillonarios, que interfieren directamente en el
poder político y ayudan a difundir la superstición de que cualquier otra
política, que no contemple la maximización de ganancias, es cosa de museo.
Otro grave problema es
la amenaza a la democracia. La raíz del renacimiento del fascismo es el fracaso
de las democracias occidentales, por alejar cada vez más al ciudadano común de
las definiciones de la política y de los beneficios públicos, en favor de
las corporaciones trasnacionales y las oligarquías nacionales.
Súmele el tema de la
Seguridad Nacional. El premio Nobel de Economía Joseph preguntaba si cada país
simplemente acepta los riesgos de seguridad como parte del precio que enfrenta
por una economía global más eficiente. Europa simplemente dice que si Rusia es
el proveedor de gas más barato, entonces deberían comprarle a Rusia,
independientemente de las implicaciones de seguridad. Pero la respuesta de
Europa fue ignorar los peligros obvios en la búsqueda de ganancias a corto
plazo.
A todas las
elucubraciones se sumó la pandemia de la covid-19, que reforzó la necesidad de
estimular la producción nacional, no solo para abastecer de suministros
médicos, sino por la interrupción de las cadenas de producción global y la
polarización radical en curso, que opone a Estados Unidos y China.
Y está el problema del
desarrollo. El capital que genera empleo, la recaudación de impuestos, la
innovación, la generación de riqueza para el país es capital productivo,se
utiliza directamente en la producción, en la creación de empleo, en la
agregación de valor a los productos.
El modelo neoliberal
orioriza al capital financiero, y quedó sepultado con las crisis de 2008, la
Covid y la guerra de Ucrania, y fue responsable del estallido de burbujas
especulativas en todo el mundo, empobreciendo a la humanidad, intensificando las
disputas políticas y propagando la exclusión y el odio por todo el planeta. El
interés del capital especulativo es la volatilidad del tipo de cambio y las
enormes tasas de interés, no un tipo de cambio competitivo y estable ni tipos
de interés estándar internacionales.
El capital financiero
solo entra comprar empresas baratas, traer dólares baratos, no para apostar por
el futuro del país.
Los especialistas
exponen qu existe una enorme dificultad para definir las relaciones causales en
la economía. Por eso mismo, hay una enorme explotación ideológica de estas
interpretaciones. Por ejemplo, Lula de 2003 a 2007 siguió el modelo de política
económica de Fernando Henrique Cardoso. La economía se movió lateralmente, a
pesar de los esfuerzos de la diplomacia comercial para expandir los mercados
extranjeros.
A partir de 2008, la
crisis obligó a Lula a cambiar de estilo, a apagar incendios. Aprovechó en
Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), el Banco do Brasil y la Caixa Econômica
Federal, los estímulos fiscales y el gasto público para irrigar la economía;
creó incentivos fiscales bien pensados; actuó políticamente con un discurso
destinado a infundir confianza en los consumidores, para que no redujeran el
consumo.
El resultado fue el
mejor desempeño económico en muchos años, desmantelando las teorías
neoliberales, a las que la derecha califica de “modernas”, aunque tienen más de
50 años. Luego, el gobierno de Dilma, mantuvo por dos años o el ritmo de
crecimiento.
A partir de mediados
de 2013 hubo una caída en los precios de las materias primas y Dilma no pudo
afrontar la nueva situación, que provocó desequilibrios en los precios del
petróleo, afectando directamente la producción de etanol, promovió exenciones
impositivas irresponsables, entre muchas otras cosas.
El gran desastre fue
cuando, al inicio del segundo gobierno, cedió a las presiones de los “modernos”
y aplicó el paquete de Joaquim Levy, un clásico programa neoliberal. Hoy, la
malicia ideológica de la derecha consiste en atribuir los desastres de 2015 al
legado de Lula de 2008/2010.No hay una relación causal posible. La política
económica también es función de las circunstancias del momento.
Llega el 1 de enero,
llega Lula sobrecargado de las esperanzas de un alicaído pueblo, para
enfrentarse con la dura realidad, decidido a escribir una nueva historia.
Juraima Almeida es investigadora brasileña.
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