1/1/2022
Opinión
¿Por qué cambiamos de año si no cambia nada?
Siempre, desde chiquito, me he preguntado por qué cambiamos de año si nuestra vida sigue siendo la misma. ¿Acaso se terminó la desigualdad y la injusticia y no pagaremos la deuda externa odiosa? ¿Acaso se acabó la explotación neoliberal y ahora defendemos al planeta y al clima? ¿O será que terminó la pandemia y los confinamientos? ¡Qué va!

Aram Aharonian
Publicado el 1 de Enero de 2022

Nos dicen que el 31 de diciembre es el último día del
calendario gregoriano, el patrón de 365 días (más uno en bisiesto, como 2020)
que ha regido en Occidente desde que se dejó de usar el calendario juliano en
1582. Su paso celebra el fin de un ciclo que ha marcado las cuentas del tiempo
para diversas culturas desde hace milenios: una vuelta completa de la Tierra
alrededor de su estrella, el sol.
No hay dudas de que la fecha en la que comienza y termina un
año no tiene su base en la ciencia, sino que es una convención, o sea un
sistema, «inventado». Asumir que el año termina a la medianoche del 31 de
diciembre y empieza el 1 de enero es una construcción social, una definición
que se hizo en un momento de la historia.
El día y el año (tal y como está definido hoy) tienen su
fundamento en el movimiento de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Son
los ladrillos de un calendario solar. Sin embargo, el mes es una unidad basada
en el movimiento de la Luna y forma la base de los calendarios lunares.
Dado que la base para la medición de un año es el tiempo que
tarda la Tierra en darle la vuelta al Sol, el conteo de cuándo empieza y
termina ese ciclo puede ocurrir, en la práctica, en cualquier momento. Y desde
que el emperador romano Julio César lo puso en vigencia en el año 46 a. C., el
calendario juliano sirvió para contar el paso de los años y la historia en
Europa hasta finales del siglo XVI.
Pero desde entrada la Edad Media, varios astrónomos se
dieron cuenta de que con esa manera de medir el tiempo se producía un error
acumulado de aproximadamente 11 minutos y 14 segundos cada año. Y, entonces, en
1582 el papa Gregorio XIII promovió la reforma del calendario que usamos hasta
el día de hoy e introdujo los bisiestos para corregir los errores de cálculo
del calendario juliano.
Lo cierto es que no existe una única unidad de medida, sino
al menos cuatro para contar el tiempo que tarda la Tierra en darle una vuelta
al Sol: el año juliano o calendario, el año sideral, el año trópico medio y el
año anomálisitico. El juliano es una convención y se usa en astronomía
como una unidad de medida en la que se considera que la Tierra le da la vuelta
al Sol en 365,25 días.
El año sideral es el que tarda la Tierra en dar una vuelta
al Sol respecto a un sistema de referencia fijo. En este caso, se toma como
referencia el grupo de las estrellas fijas y ese año tiene una duración de
365,25636. El trópico medio toma en cuenta longitud de la eclíptica del Sol, es
decir, la trayectoria del Sol en el cielo con respecto a la Tierra a lo largo
del año, principalmente en los equinoccios, que dura un poco menos que el año
sideral, 365,242189 días».
Y, finalmente, el año anomalístico señala que la Tierra, al
igual que los otros planetas, se mueve en elipsis. Esa elipsis hace que el Sol
en algunas ocasiones esté más cerca y más lejos de la Tierra. Pero hay un punto
donde ambos están lo más cerca posible, el llamado perihelio. Y el año
anomalístico es el tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos de la
Tierra por su perihelio. Dura 365,2596 días».
Todo esto es muy aleccionador. Pero quizá debamos valorar
que cada 31 de diciembre es la oportunidad de pasarlo en familia, con amigos,
esperanzados en que esta vez sí, en este año que comienza, florecerán nuestras
esperanzas.
Los escritores y el año nuevo
Muchas promesas se hacen en Año Nuevo, pero muy pocas se
concretan. Para no desmotivarnos del todo, es muy recomendable tener en cuenta
los pensamientos de estos escritores sobre la noche del 31 de diciembre.
Por ejemplo, Mark Twain publicó en 1863 un artículo que
decía que “este es el momento aceptable para hacer los usuales buenos
propósitos de cada año. La semana próxima podrás volver a pavimentar el camino
al infierno con ellos, como siempre. Ayer todos fumaron su último cigarro,
bebieron su último trago y dijeron su última grosería. Hoy somos el ejemplo de
una comunidad perfecta.
“El Año Nuevo es una tradición inofensiva, sin ninguna
utilidad en especial para nadie salvo como pretexto perfecto para beber
promiscuamente, hacer llamadas amistosas y propósitos tontos. Ojalá los
disfrutes con la holgura correspondiente a la grandeza de la ocasión”, agregó.
Por su parte, G.K. Chesterton, comentaba que “el objetivo
del Año Nuevo no debería ser tener un nuevo año. Debería ser tener una nueva
alma y una nueva nariz, nuevos pies, nueva espalda, nuevas orejas y nuevos
ojos. A menos que ese hombre en particular hiciera los propósitos de año nuevo,
no habrá ningún propósito. A menos que un hombre empiece totalmente de cero, no
hará nada efectivo”.
Charles Bukowki en su poema “Palm Leaves”, decía que “El fin
de año siempre me aterroriza… la vida no sabe nada de años”. Y Oscar Wilde
señalaba que “Las buenas resoluciones son simplemente cheques a nombre de
un banco en el que no hay ninguna cuenta”.
El poeta español León Felipe lamentaba: “¡Qué pena si esta
vida nuestra tuviera —esta vida nuestra— mil años de existencia! ¿Quién la
haría hasta el fin llevadera? ¿Quién la soportaría toda sin protesta? ¿Quién
lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre
con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos,
las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas ¡y los mismos, los
mismos poetas! ¡Qué pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!
¡Qué pena!”
Ojalá
Y más cerca nuestro, Eduardo Galeano nos dejaba sus “Deseos
para el año nuevo”:
“-Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.
-ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía
de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca,
ni un dedo fuera de la mano.
-ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos
órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
-ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo,
contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido
mal hechos, pero no estamos terminados.
-ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos
del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la
historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está
diciendo: hasta luego.
-ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible
ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad
de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva,
porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.
Ojalá. Y para no abandonar las convenciones ni las buenas
costumbres, pero haciendo fuerza para que la tortilla se vuelva, Feliz Año
Nuevo …Y ¡a redoblar la esperanza!, porque la historia continúa, más allá de
nosotros.
Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en
Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la
Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE)
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