7/5/2022
Economía
Salir de las trampas del extractivismo, una cuestión de decisión política
La pandemia y la crisis climática y civilizatoria marcan el tiempo de cambiar el modelo sociopolítico extractivista, que condena al sur global a ofrecer materias primas a cambio de un sueño de bienestar que solo se traduce en deuda y daño ambiental y sanitario. Sin embargo, los Gobiernos aparecen como socios del modelo.

Virginia Toledo
Publicado el 7 de Mayo de 2022

La pandemia que estamos atravesando —de origen zoonótico, o
sea, transmitida de los animales al ser humano— es una de las manifestaciones
más explícitas del colapso civilizatorio que vivenciamos. El coronavirus
dejó a flor de piel muchas de las deficiencias de este modo de organización
económico y social. La emergencia climática y ambiental es una realidad que
estamos padeciendo y vemos cómo situaciones que debieran ser excepcionales
—temperaturas extremas, la emergencia ígnea declarada en el país por la
proliferación de incendios en casi la mitad de las provincias o incluso las no
tan lejanas inundaciones— se reeditan y se vuelven cotidianas. Esto tiene una
vinculación directa con el avance de los extractivismos sobre los
territorios.
Por ejemplo, en Santiago del Estero se registró en enero
pasado la temperatura más alta del mundo, que llegó a una sensación térmica de
60 grados. Esa provincia lidera el ránking de provincias con mayor deforestación en las últimas dos décadas. Allí la
superficie de bosque nativo mermó de manera alarmante, arrasando el monte y las
comunidades que allí habitaban, destruyendo esos territorios y esas formas de
vida.
La principal causa de los desmontes es el avance de la
frontera de la agricultura industrial y del modelo del agronegocio en el país.
Se ve claramente cómo la profundización del extractivismo genera un mayor
deterioro en la salud de los ecosistemas y en la salud de los cuerpos-territorios. Estos problemas
reclaman acciones colectivas para contradecir las bases de estos
extractivismos. Sin embargo, vemos que las principales respuestas de las
fuerzas políticas continúan evaluando todo con criterios de corto plazo y de
ganancia electoral. De esta forma reeditan estos imaginarios extractivos.
Estas actividades extractivas avanzan construyendo lo que se
conoce como zonas de sacrificio ambiental. Se afecta a las comunidades que
viven allí y la degradación de los ecosistemas es tal que los procesos vitales
se ven interrumpidos. Se minan y se socavan las bases materiales que
sustentan los procesos productivos y económicos. Se pone a la
biodiversidad en peligro de extinción. Así se refuerza la crisis climática que
ya atravesamos, con la potencialidad de agravarse porque la llevamos al inicio
de lo que se llaman los bucles de retroalimentación, una aceleración de
los efectos del cambio climático a nivel global.
El extractivismo, una herencia colonial
El modelo extractivo asociado al rol primario exportador se impuso a los países de la región
desde la Conquista, con el régimen colonial que conformó la primera
economía-mundo capitalista en la que los países de América Latina se integraron
de manera periférica y como proveedores de materias primas a los países
centrales.
También se remonta a estos tiempos la promesa del
desarrollo, en la cual la idea de desarrollo se asocia a lo que
Maristella Svampa y Enrique Viale denominan como una visión “eldoradista”,
en la que se impone un sentido común de bienestar asociados a ideales de
consumo que jerarquizan y valoran un modo de vida occidental, moderno e
imperial. El origen de esta promesa de desarrollo, si bien tiene sus
reediciones y el término de “desarrollo” surge después de la Segunda Guerra
Mundial, pero mantiene sus raíces en los tiempos de la colonia.
En esa forma de organización global, las economías del
sur se someten a los centros de poder mundial que imponen sus necesidades
sobre las necesidades locales, ordenando qué se produce y cómo, qué negocios se
privilegian y cuáles no. Esto se da con distintos matices, pero en función de
esto fue que América latina se consolidó como exportadora de materias
primas, especialmente de productos agropecuarios, metalíferos y forestales con
un procesamiento básico. En este esquema fue clave la falta de pautas o
estándares ambientales y la flexibilización laboral de las regulaciones
respecto del trabajo.
¿Qué entendemos por extractivismo?
La mirada más reducida es la que alude a la explotación a
gran escala de los bienes naturales que son comercializados de forma
estandarizada, generados a partir de proyectos de gran escala e intensivos en
capital en los cuales se obtienen productos de bajo valor agregado destinados
normalmente a la exportación. Sin embargo, también podemos entender por
extractivismo a toda una manera de organización social. Es un régimen
sociopolítico: eso es lo que es necesario comprender para poder pensar
alternativas de políticas y la transformación de estos modelos de organización
sociales y la construcción de alternativas.
Un concepto más reciente es el de neoextractivismo, que
da cuenta de explotaciones a gran escala de los bienes naturales, pero en los
que hay una complementación con una fuerte participación del
Estado que captura una parte de la renta que generan estas actividades
extractivas para generar políticas sociales que, en términos de régimen
político, contribuyen a otorgarle consenso político y social a este
esquema macroeconómico.
Responsabilidades del Estado: ¿el fin justifica los medios?
En la Argentina, la orientación exportadora se defiende
como un medio para pagar la deuda externa y lograr una
economía “sustentable”, acorde a los mandatos de los organismos internacionales
de crédito. El neodesarrollismo, aunque siempre afirma la necesidad de
agregar valor y de generar empleo sobre la base de las ventajas que
generan las materias primas, no se cuestiona la preeminencia de este mandato
exportador. Por lo que se omite una mirada crítica sobre cuáles son las
condiciones en las que se generaron esas deudas a afrontar.
Tampoco se revisa de manera crítica cuáles son las consecuencias de la explotación de los ecosistemas y de la fuerza de trabajo a partir de estos extractivismos, incluyendo las desigualdades de género que se ven reforzadas con los extractivismos en los territorios e impactan principalmente a las mujeres en las tareas de cuidado. Por último, tampoco se considera la proliferación de los conflictos territoriales ante la expansión de las zonas de sacrificio que significa la reedición de este mandato exportador.
Hay que decir también que estas actividades son
rentables porque el Estado las subsidia: se les garantizan mercados, se les
otorgan créditos, se las exonera del pago de algunos impuestos. Al mismo
tiempo, el impacto en la salud y el ambiente que generan están consideradas
como “externalidades” del modelo.
Esto se vio en el envío de las propuestas de proyectos de
ley que hizo el gobierno nacional durante el último llamado a sesiones
extraordinarias. Una vez más, leyes urgentes que hubieran permitido garantizar
la salud ambiental de ciertos territorios y de ecosistemas frágiles como
la Ley de Humedales o garantizar los derechos humanos de
la población como la Ley de Acceso a la Tierra quedaron relegadas frente a
los intereses y urgencias que marcan los sectores más concentrados del capital
extractivo como las petroleras, las automotrices y el agronegocio.
La agenda legislativa –aunque finalmente no se debatieron en
extraordinarias– incluyó la Ley de Hidrocarburos, de Promoción de la
Agroindustria y de Promoción de Inversiones en la Industria Automotriz. En
paralelo continuó la crisis de las economías regionales y la proliferación de
conflictos territoriales, en los que se advierte el creciente rechazo y la
falta de licencia social frente a estas actividades extractivas.
La reacción de los pueblos frente al extractivismo, hacia
una transición justa y popular
Las comunidades se oponen a estos modelos de
“maldesarrollo”, como también dicen Svampa y Viale, y demandan justicia
ambiental y exigen la participación en la toma de decisiones respecto del
uso del territorio como una deuda democrática. Lo que
pasó en Chubut da cuenta del intento extremo de la elite política por
imponer estos megaproyectos en formas que desafían los canales democráticos. Lo
mismo se ve en los esfuerzos para no limitar el uso de agrotóxicos que hace al
paquete tecnológico del agronegocio, cuya expansión nos llevó a ser el país con mayor carga per cápita promedio de litros de
agrotóxicos utilizados.
La creciente lucha por poner freno a las fumigaciones, en
cada vez más localidades de diferentes puntos del país, en muchos casos ha
llevado a la judicialización de estos conflictos. En otros, se dan disputas por
el ordenamiento territorial local para generar zonas
de resguardo del uso de venenos mediante ordenanzas municipales.
Pero, en muchos casos, estas ordenanzas que proponen las
comunidades no prosperan o se terminan imponiendo ordenanzas afines al
agronegocio, organizadas en torno al discurso de las Buenas Prácticas Agrícolas que tiende a minimizar los
impactos sobre los efectos letales de los agrotóxicos.
Estas ordenanzas son aprobadas a espaldas del pueblo, en los tiempos y formas que exigen los poderes económicos concentrados y sin respetar los canales democráticos. En Tandil, por ejemplo, fue aprobada en una sesión extraordinaria en diciembre pasado con custodia policial una ordenanza muy cuestionada por la población porque disminuye las distancias que hasta entonces garantiza una medida cautelar.
Otro ejemplo de cómo se imponen estos modelos extractivos y
cómo reaccionan las comunidades se vio en el rechazo a la explotación petrolera
offshore frente a las costas bonaerenses. Se transformó en el Atlanticazo, muestra de organización social y de que no
queremos los costos de que se extienda la frontera petrolera hacia el
mar.
Por todo esto, uno de los grandes dilemas a los que nos
enfrentamos en la actualidad es poner en el centro de las preocupaciones
del Estado la garantía de los derechos humanos en toda su dimensión. Que las
metas de la economía estén al servicio de una economía de cuidados. Que se
priorice la salud ambiental, entendiendo a los seres humanos como parte de ese
ambiente, y que permita una verdadera transición energética justa y popular acorde a los
desafíos que impone la crisis climática a nivel planetario.
No es el momento de seguir gastando recursos y renovando los
negocios vinculados a actividades que ya mostraron sus consecuencias
terriblemente dañinas, sino que es el momento para realmente desafiar la
política y pensar en alternativas económicas que nos generen una mayor
diversificación, que sean intensivas en el trabajo humano y que garantice
realmente el bienestar de la gente, en lugar de seguir abonando a ese
imaginario “eldoradista” del desarrollo.
Tenemos muchos ejemplos de organización popular que
emergen desde los territorios, mostrando por dónde pueden venir las bases y las
semillas de esas alternativas civilizatorias. Es tiempo de que los políticos,
las políticas, las organizaciones políticas estén a la altura de estos desafíos
que impone este presente de colapso civilizatorio y que se
generen propuestas realmente alternativas para avanzar hacia un modelo de
buen vivir, como dicen los pueblos originarios. Es necesario un verdadero
diálogo para salir de estas trampas del extractivismo.
Virginia Toledo es licenciada en Relaciones Internacionales (UNICEN), doctora en Ciencias Sociales (UBA), diploma superior en Estudios Sociales Agrarios (FLACSO), investigadora asistente del CONICET e integrante de la Red de Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria.
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