25/6/2022
Opinión
“Terminar con los planes no es crear trabajo”
Por estos días se instaló una discusión donde casi al unísono se exponen a los cortes de calle y la financiación de los movimientos sociales como un gran problema nacional. A días de un nuevo aniversario del fusilamiento de los compañeros en Puente Pueyrredón se reinstala una operación de anatemización.

Fernando Esteche
Publicado el 25 de Junio de 2022

Por estos días se instaló una discusión donde
casi al unísono se exponen a los cortes de calle y la financiación de los
movimientos sociales como un gran problema nacional. A días de un nuevo
aniversario del fusilamiento de los compañeros en Puente Pueyrredón se
reinstala una operación de anatemización, esta vez con mayor virulencia. El
paroxismo fue la escena de Avellaneda donde la prenda de batalla terminaron
siendo los Movimientos Sociales como si el problema en Argentina fueran los
pobres organizados y no los ricos concentradores de riqueza.
La primera reflexión que surge a casi veinte
años de los fusilamientos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki y de todo lo
que fueron las situaciones que acompañaron aquellos sucesos de Puente
Pueyrredón es que han quedado condiciones intactas. Por un lado, la impunidad
de los criminales, aunque los autores materiales permanezcan presos, sin
embargo, los autores intelectuales permanecieron impunes.
Aquellos sucesos de ese 26 de junio del 2002
fueron la pulseada entre los sectores populares, por un lado, que no se
subordinaban a la reconstrucción de la institucionalidad política implotada con
el “Que se vayan Todos” del 20 de diciembre de 2001; y quienes encaraban ese re-ordenamiento
político e institucional encabezados por Eduardo Duhalde.
Para llegar a ese re-ordenamiento se
procedió a un mega operativo militarizado de carácter represivo y que terminó
con el asesinato de los compañeros. Fue una victoria pírrica en cuanto a que le
costó al propio presidente de aquel entonces el aborto de su proyecto de
continuidad presidencialista y el adelantamiento de elecciones. Fue de los
primeros intentos serios de aniquilar a los entonces jóvenes movimientos
sociales.
También entonces estaban quienes diferenciaban
entre buenos y malos piqueteros, cortes justificados y cortes injustificados.
También estaban los que pretendían arrogarse la representación de un universo
social del que sin embargo eran una partecita chiquita. Que nos matamos entre
nosotros dijeron temprano en sintonía con Clarín que fue más discreto y dijo
que nos mató la crisis.
En estos días estamos asistiendo nuevamente a
la estigmatización del movimiento piquetero y de toda protesta que provenga de
los sectores populares. Un nuevo aniversario de la masacre de Puente Pueyrredón
vuelve a poner en el tapete la mirada sobre una situación en la cual después de
veinte años sigue habiendo una importante y creciente masa de desocupados que
no tienen resoluciones a sus problemas a partir de políticas públicas concretas
de inclusión laboral, sino que han sido víctimas de la perpetuación de un
subsidio a la pobreza, instalando una puja permanente entre el trabajador
desocupado y el Estado. Sin una solución de fondo de parte de este último. Para
ello es necesario un programa transformador profundo que obviamente debe contar
con un consenso entre gobierno y las organizaciones sociales.
La estigmatización del movimiento piquetero no
solo la está instalando la derecha; hay sectores que uno podría definir del
campo popular que también está operando lo mismo a partir de la impugnación de
los repertorios de protestas que los movimientos ejercen. El que se molesta
cuando organizaciones de desocupados, hegemonizadas por el trotskismo, cortan
la avenida 9 de julio, lo que esta impugnando es el repertorio de protesta, no
al actor político.
Después aparecen conspicuos personajes que
tienen historia en el movimiento piquetero, algunos funcionarios y otros no, a
argumentar sorprendentemente que no hay necesidad de protestar y exhiben
índices macroeconómicos que niegan lo que dicen vivir los compañeros y las
compañeras que encarnan las protestas, dichas afirmaciones impugnan los
repertorios de protesta utilizados. Evidentemente hay amplios sectores que no
estarían accediendo a ciertos niveles económicos que le garanticen la
subsistencia.
La imprecación sobre los reclamos de los
sectores piqueteros, ya dijimos, no viene sólo de la derecha sino de amplios
sectores políticos y operadores mediáticos, abonados además por la
desertificación de la política; invalidando, tal vez sin conciencia, las
herramientas históricas de lucha del movimiento popular.
El hecho que un ministro del gobierno le saque
un plan a un compañero, porque eventualmente tiró una piedra sin que esto esté
probado, ni haya sentencia judicial y que además los lideres piqueteros afines
al gobierno estén sosteniendo que el gobierno no “les otorga” planes para que
hagan marchas en su contra. Todo eso encarna un peligro serio y desnuda un
profundo desprecio de clase tanto de la derecha como desde sectores
embanderados en el proyecto nacional que tienen un problema grave de clase y de
cultura política. Si realmente se valora lo popular todo repertorio de carácter
popular debe ser respetado.
Pero no puede ni debe perderse de vista que en
realidad estamos asistiendo a la construcción de una narrativa justificadora de
la anatemización de los movimientos sociales con el único y procaz objetivo de
desarticularlos.
Más sencillo, en otro estadío de la
instauración del neoliberalismo, le resultó a Menem desarmar los dispositivos
más avanzados del Movimiento Popular. A poco de asumir auspició un congreso de
la CGT que terminó en una ruptura que redundó en un obvio debilitamiento del
Movimiento Obrero Organizado para enfrentar el saqueo que se avecinaba.
El presupuesto en planes sociales y distintas
políticas englobadas en el Plan Potenciar expresan menos del 0,3% del PBI. El
problema del Trabajo no se resuelve en abstracto ni con ingenierías de subsidio
a las patronales (públicas o privadas), ofreciéndole mano de obra gratis
financiada por planes sociales. Eso termina en represión salarial porque no
sólo super-explota sectores de trabajadores desocupados subsidiados con un
salario complementario, sino que desarma el poder de lucha de los trabajadores
formales en su puja por el salario formal. El problema del trabajo solamente se
puede resolver con soberanía.
En este esquema nacional de neo-colonización
donde pocos se espantan por las sumas draconianas que se le giran puntualmente
al FMI para honrar la Deuda ilegal e ilegítima, mucho menos se levanta la voz
para señalar la perversa calesita de recomprar bonos más caros, elevar las
tasas, aumentar la tasa de leliq y garantizar la tasa de ganancia de los
bancos; en un gobierno que libera el mercado de divisas para los grupos concentrados
facilitando la fuga de divisas; un gobierno que construye marcos jurídicos
políticos para facilitar el saqueo la responsabilidad de la concentración y la
pobreza no es de los pobres y mucho menos de los pobres organizados sino de los
ricos y de los políticos que no hacen otra cosa que administrar y ceder a las
demandas de estos.
Como un baile de nado sincronizado aparecen
distintos sectores oficialistas proponiendo una renta fija universal donde no haya “intermediarios”, es evidente
que el problema son los “intermediarios” y no el gasto en sí. El problema son
los piqueteros. Repiten bobos para disputar sus pequeños espacios de poder sin
tomar dimensión del daño que están produciendo y de la funcionalidad con el
establishment.
Debates televisivos, editoriales progresistas
y liberales, redes sociales, ex piqueteros cuestionando a los piqueteros. Se ha
llegado a discutir si un dirigente piquetero debía ir preso o no a expensas de
su manifestación sobre el financiamiento de su estructura a partir de una cuota
sobre cada plan potenciar, ese debate jamás se planteó a Brawn o alguno de los
de ADEA, sobre los fugadores, sobre los endeudadores o sobre los persecutores a
los compañeros con el lawfare. No es el reino del revés, es el síntoma más
claro de derrota ideológica y colonización incluso de la política. Sin política
nacional los exponentes de lo antinacional no se identifican claramente.
El caballito de batalla es el financiamiento
de los movimientos donde un dirigente confiesa que toman un 2% sobre un
miserable ingreso de 19 mil pesos. Nosotros no aceptamos semejante cosa, pero
no perdemos de vista que, si de eso se habla, hay que señalar los fondos
buitres con políticos alquilados, con periodistas asalariados, empresas que
ahogan discusiones con transferencias o pauta. ¿Los gremios cómo se financian?
¿Qué distinto de un gremio es un movimiento social? ¿Y cómo se financia la
política en general? Tal vez esa pregunta desnude patrones, entenados y cepos
de los que no puede liberarse la política de los políticos formales. Eso no es
miserable en términos económicos, es miseria moral. Pero la verdadera discusión
debería ser el multimillonario saqueo de los grupos concentrados que es el que
verdaderamente produce pobreza.
La gran cuestión acá, y no perdamos de vista
eso, es desarmar una de las fuerzas sociales que más poder ha construido en las
últimas décadas. Es desarmar una fuerza social organizada con poder para
enfrentar la restauración neoliberal. Es desarmar lo popular por intereses
mezquinos, por celos, para neutralizar un adversario en una interna, para
debilitar lo popular organizado. Es un peligro.
Es muy probable si uno busca estadísticas que
algunos movimientos sociales hayan crecido exponencialmente con el macrismo. Y
lo mismo que le hayan otorgado treguas al macrismo que no se permiten otorgarle
a este gobierno, eso es cierto. En este cogobierno hegemonizado por el FMI y
las transnacionales exportadoras junto al capital financiero, las condiciones
de la compañerada de las barriadas han ido empeorando y eso ofrece posibilidades
para crecer a los movimientos sociales articulados a partir de la demanda de
trabajo y alimentos.
Es un formato de democracia popular lo que se
está cuestionando. Prefieren la resolución liberal de la conflictividad social,
o de la lucha de clases. Prefieren que una política universalista contenga las
demandas de los sectores heridos por la restauración neoliberal y con eso
abrigan la ilusión de lograr “orden” en las calles. No habrá Paz sin Justicia,
eso tan simple no lo entienden.
Se desasosiegan cuando el pueblo gana la calle como repertorio principal de su protesta, pero de eso se trata la democracia popular, de demandar con las herramientas a mano. Si todos tuvieran planes se organizarían para que sean de mayor monto; si fueran de mayor monto tendrían mejores condiciones para organizarse para reclamar formalización laboral; si tuvieran formalización irían por garantizar más y más derechos en un país que además está cada día recortando derechos. El conflicto no se resuelve con un dirigente preso ni desapareciendo los intermediarios. El conflicto tendrá una dinámica creciente inevitable en tanto no se vaya recomponiendo un sendero de soberanía política, independencia económica y justicia social.