26/11/2022
Opinión
Tiempo muerto entre Joe Biden y Xi Jinping
Xulio Ríos, presidente del Observatorio español de Política China analiza el encuentro entre Joe Biden y Xi Jingping en la reciente cumbre del G20.

Xulio Ríos
Publicado el 26 de Noviembre de 2022

Los presidentes estadounidense y chino, Joe
Biden y Xi Jinping, se reunieron en Bali en el marco del G20. Había expectación
por el encuentro en la medida en que sus conclusiones podrían servir de brújula
para los meses venideros no solo en el plano bilateral sino global, habida
cuenta de la relevancia de ambos actores, con una economía mundial que se
tambalea por doquier. No hubo comunicado conjunto tras el largo coloquio
pero si algunas indicaciones, a priori, relevantes.
Biden vino a decir: que no apuesta por una
guerra fría con China, no establecerá alianzas contra China, no apoya la
independencia de Taiwán y no quiere un conflicto con China, tampoco busca el
desacoplamiento de ambas economías o el cambio de su sistema político. Todo
ello sonaría a música celestial para los oídos del presidente chino….
Xi, por su parte, aclaró que lo de Taiwán
(apuntado como el núcleo mismo de sus intereses centrales) es un asunto
interno, que la contraposición entre democracia y autoritarismo es interesada y
persigue la creación de bloques antagónicos, que no persigue instituir una
nueva hegemonía ni cambiar el orden internacional.
Tras la fijación reciproca de las “líneas
rojas” y un tono que invita a apaciguar los ánimos, la sensación general es de
una apuesta por moderar las tensiones, una mesura que no equivale a superación
sino, más bien, a un afán de canalización para evitar desbordamientos.
Esto implica, en primer lugar, un esfuerzo conjunto por poner freno al
incesante deterioro de los vínculos y, segundo, la búsqueda de mecanismos para
trabajar en las áreas donde es posible cierto nivel de cooperación (desde
la seguridad sanitaria o alimentaria al cambio climático o la estabilidad
financiera).
Pese a ello, los hándicaps son
inocultables: de una parte, EEUU no cejará en su empeño en denunciar las
violaciones de derechos humanos, las operaciones de “libertad de navegación” en
el mar de China meridional y el estrecho de Taiwán, las restricciones a la alta
tecnología, la insistencia en reducir la dependencia respecto a las cadenas de
suministro chinas, o, en el plano multilateral, multiplicando las ofertas
económicas para atraer aliados (Marco Económico para el Indo-Pacífico) al
tiempo que auspicia alianzas de seguridad y estratégicas (desde el AUKUS al
QUAD) con la mirada puesta en China.
Por su parte, China, tampoco moderará sus
ínfulas aunque el envoltorio sea diferente. En lo ideológico, seguirá insistiendo
en rechazar la política de bloques que tratará de desarmar con sus propuestas
en desarrollo, cuestión que sigue al frente de sus preocupaciones, ya sea en el
ámbito interno o global. Y la región inmediata será su campo de pruebas
predilecto con el impulso a la RCEP (Asociación Económica Integral Regional)
como mascarón de proa. En 2021, el comercio con los países de ASEAN aumentó un
28 por ciento, ascendiendo a 878 mil millones de dólares, casi el doble de los
441 mil millones que ejecutó EEUU.
Estas dinámicas van a persistir y está por
ver el nivel de afectación a la relación comercial bilateral. Cabe recordar
que, en 2021, el excedente comercial de China con EEUU ascendió a 396 mil
millones de dólares, sin que se haya resentido, al contrario, de las múltiples
trabas dispuestas por Washington.
Habrá que seguir de cerca la evolución de
los diálogos múltiples (político, financiero, seguridad, estratégico, quizá
también en asuntos militares….) que se abrirán a partir de enero, con la visita
de Antony Blinken a Beijing, pero el primer efecto es ya cierto nivel de
estabilización.
La apertura de esta especie de “tiempo
muerto” ha tenido un impacto ya perceptible igualmente en la adopción de un
tono similar en los encuentros mantenidos con otros líderes (Japón, Australia o
la UE…) con quienes podría anticiparse una reanudación del diálogo constructivo
a más niveles. Puede que sutil de más para calificar de holgado el espacio
abierto para la diplomacia pero, sin duda, es exponente de cierto acercamiento.
La moderación del optimismo obedece también
a acciones concretas como la visita de la vicepresidenta Kamala Harris (con
quien Xi se reunió también en Bangkok) a la isla de Palawan, cerca de las
disputadas Spratly; o de las invectivas legislativas proponiendo planes
preventivos de sanciones para castigar a Beijing; o la persistencia de las
estrategias para contener a China o socavar su influencia allá donde sea
posible.
De parte china, el espejo puede ser la
actitud hacia Taiwán, que ocupó buena parte de la discusión Xi-Biden. El
horizonte que se abre hasta 2024, cuando se celebren elecciones presidenciales
en la isla, es muy delicado para China. Xi no se quedará de brazos cruzados,
por lo que cabe esperar una intensificación de las tensiones que podría afectar
a lo logrado en Bali.
El giro auspiciado por ambos líderes
pudiera responder, en primer lugar, al deterioro de las perspectivas económicas
internas. A ambos conviene una distensión táctica. La reaparición de Xi, tras
más de dos años recluido tras la Gran Muralla, visiblemente ejerciendo como un
igual de Biden en el tablero mundial, le ha permitido cambiar el paso y
establecer quizá las bases de un nuevo equilibrio bilateral.
A mayores, cabría reconocer que Olaf Scholz
se adelantó a Biden a la hora de tender puentes con Xi. Fue muy criticado por
ello, recriminaciones ausentes cuando el protagonista es el titular de la Casa
Blanca.
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China
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