12/11/2022
Opinión
Una serie de razones para encender la alarma
“Es cierto que el progresismo ha perdido el rumbo y ha caducado su discurso, pero también es cierto que la derecha ha manifestado y ejecutado políticas que desintegraron el estado del bienestar y nunca dieron solución. El fascismo avanza y a quiénes va a quitar sus derechos extrañamente lo escuchan, militan y votan.”

Alejandro Marco del Pont
Publicado el 12 de Noviembre de 2022

El
fascismo es el capitalismo en descomposición (Lenin)
Un viernes por la mañana un intruso
irrumpió en la casa de San Francisco de la presidenta de la Cámara de
Representantes, Nancy Pelosi, y golpeó a su esposo, Paul Pelosi, de 82 años, en
la cabeza con un martillo. Estos son los Estados Unidos de América en el año
2022, un país donde la violencia, incluida la amenaza de violencia política, se
ha convertido en una característica, no en un error.
Un jueves por la noche, cuando la
vicepresidenta argentina volvía a su casa rodeada de una multitud, un hombre
burló el cerco de la policía y de los militantes y gatilló una pistola a centímetros de su cabeza. “Cristina,
te amo” fue lo último que se escuchó antes del intento fallido de asesinato. El
arma no funcionó y la ex presidenta salió ilesa.
Un domingo horas antes del balotaje en
Brasil, la diputada ultraderechista Carla Zambelli, una de las principales
líderes aliadas del presidente Jair Bolsonaro, fue filmada persiguiendo con un
arma a seguidores del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en el barrio de
Jardins, una de las zonas más exclusivas de la ciudad brasileña de San Pablo.
No importa el día de la semana, ni los
hechos violentos entre miles en el mundo, todos son perpetrados siempre por la
ultraderecha. Uno podría pensar que estas locuras tendrían que ser potestad del
sur global, esos lugares donde la pobreza, la marginalidad, la falta de
esperanza, el desempleo juvenil, han calado hondo. Pero no, lugares donde el
neofascismo se paseaba con un discurso impermeable a las sociedades, ahora
comienzan a tener presencia, a ser escuchado. Lugares donde el progresismo
negocia retrocesos del Estado del bienestar, la izquierda evacúa utopías y los
movimientos nacionales y populares multiplican decepciones. ¿Realmente la
derecha avanzó con su vacío y trivial discurso solo por reiterativo, o porque
la alternativa no dio solución a nada, perdió el relato y no se le cae una
agenda alternativa?
A los expertos americanos les gusta
refugiarse en el estribillo empalagoso, «esto no es lo que somos», pero históricamente, esto es exactamente lo que son, desde que
los medios concentrados de difusión responden al Departamento de Estado
americano en la reproducción de su relato violento en el mundo, se afirma lo
que el sistema quiere mundialmente, no solo en la guerra de Ucrania. La
violencia política es una característica endémica de la historia política del
capitalismo, sobre todo la estadounidense.
Según la revista estadounidense Político,
en su artículo ¿Hacia
dónde conducirá esta violencia política?, los acontecimientos de hoy
tienen un parecido asombroso a los de la década de 1850. Lo importante es que
los conservadores de la época desencadenaron un torrente de violencia contra
sus oponentes. Fue un periodo durante el que una minoría enojada y
atrincherada usó la fuerza para frustrar la voluntad de una mayoría creciente,
para mantener sus privilegios, a menudo con el apoyo consciente, e incluso la
participación de destacados funcionarios electos.
No hay mucha diferencia entre las fuerzas a
favor de la esclavitud y la opresión actual con el sistema financiero. Ni en
cuanto a los métodos violentos y antidemocráticos, ni en las políticas que se
pretenden consolidar. Los demócratas del sur y sus simpatizantes del norte
empujaron cada vez más los límites, empleando la coerción y la violencia para
proteger y difundir la institución de la esclavitud, y en la actualidad, para
consolidar la concentración del ingreso.
Comenzó con la Ley de Esclavos Fugitivos de
1850, que despojó a los acusados fugitivos de su derecho a un juicio ante un
jurado. Como incentivo adicional para los comisionados federales que
adjudican tales casos, se proporcionó una tarifa de U$S 10 cuando un acusado
fuera remitido nuevamente a la esclavitud, y solo U$S 5 por un fallo dictado
contra el dueño del esclavo. Lo más desagradable para muchos norteños era
que la ley estipulaba severas multas y penas de prisión para cualquier
ciudadano que se negara a cooperar o ayudar a las autoridades federales en la
captura de los fugitivos acusados. Los demócratas del sur hicieron cumplir
la ley con fuerza bruta, para horror de los del norte, incluidos muchos que no
se identificaron como antiesclavistas.
La idea más clara de este apoyo al
esclavismo en defensa de la democracia, perfecta definición de oxímoron, lo ha
dado el mundo, sobre todo la Unión Europea, con El Salvador, país en el cual,
gracias a la competencia de las redes sociales con los medios concentrados de
difusión lograron que alguien por fuera del bipartidismo como Nayib Bukele sea
presidente y consiga una mayoría absoluta. Pero cuando el resultado es opuesto,
o dudan que el personaje no esté alineado, pasa a ser rápidamente
antidemocrático, aunque la constitución lo avale, porque lo que está en juego
es la potestad de la prepotencia.
Estados europeos donde todavía, cual cuento
de hadas, hay reyes, príncipes y princesas elegidos por el poder divino, pero
no por el pueblo, pusieron el grito en el cielo cuando en el Salvador se
destituyeron jueces de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General, al
igual que organizaciones tan desprestigiadas como la Organización de Estados
Americanos (OEA), trató el tema como un atentado contra la democracia. Encabezada
por el polémico y golpista Luis Almagro, la organización no es neutral, tienen
ideología política y una agenda marcada por Estados Unidos de América. Esto nos
impone un argumento en contrario, de manera instantánea, porque si Almagro lo
dice, es posible que sea inexacto, adulterado y amañado si no les
conviene.
Ante el brutal ataque de la prensa
internacional, Bukele fue obligado a rendir examen al reunirse con los cuerpos
diplomáticos de potencias extranjeras, OEA, ONU, Unión Europa, para explicarles
que no tienen la potestad de hacer que un país sea independiente o no de
acuerdo a sus intereses, como Venezuela e Irán, que pueden estar en el eje del
mal, pero si Estados Unidos necesito petróleo, son unas carmelitas descalzas.
Para alguien distraído, y de esos viven
estos señores, de los distraídos, parecería que quitar a un fiscal general es
algo así como una herejía anti-democrática, pero la verdad es que no es así,
bueno, en el Salvador sí, en EE.UU. no. Podríamos remontarnos a 1789, con
Washington, para demostrar los cambios de fiscales en dicho país, pero de Bush
hijo (2001) a la fecha creo que es suficiente. Bush cambió cinco veces a su
fiscal, pero cuando Barack Obama llego a la presidencia eyectó al fiscal
republicano Michael Mukasey y puso en su lugar a un demócrata llamado Mark
Filip, y después lo cambió dos veces más. Donald Trump los cambió seis veces y
Biden, en lo que va de su mandato, dos veces. Nadie ha pedido a Obama o a Biden
que ayude al equilibrio de poder nombrando un fiscal general republicano, sería
absurdo, más cuando es una prerrogativa constitucional. Como dijo Barack Obama,
“las elecciones tienen consecuencias y yo gané”.
Para el caso del El Salvador, la parada
para poder destituir a la Corte y al Fiscal es un poco más complicada que la
americana, pero la constitución lo avala en su Título VI, en su Capítulo III y
en el artículo Nº
187. Los miembros del Consejo Nacional de la Judicatura serán elegidos
y destituidos por la Asamblea Legislativa con el voto calificado de las dos
terceras partes de los diputados electos.
Quién imaginaría un suceso de
probabilidades remotas de ocurrencia: que en una cámara de diputados con 84
miembros, el partido del presidente pudiera conseguir 56 votos, y en las
elecciones del 2021 el partido Nuevas Ideas alcanzó el 66.46% de los votos, los
dos tercios necesarios para tener el voto calificado. Removerlos de su cargo
era solo cuestión de tiempo, y sucedió.
Nombrar, remover o cualquier trapisonda que
se emparente con los miembros del partido judicial, en el mundo o en América
Latina, es un problema. Fiscales amañados con jueces para condenar a candidatos
que son rechazados por el establishment (Lula) o magistrados de la corte que
entran por decreto presidencial (Argentina), miembros de estudios que
defendieron a multinacionales, medios concentrados, etc., es normal. Pero en la
actualidad salvadoreña algo más pasa para que las quejas del mundo funcionaran.
El reciente establecimiento de
relaciones diplomáticas de China con Nicaragua y las prometidas por
Xiomara Castro de relaciones diplomáticas de Honduras con la República
Popular de China, en detrimento de Taiwán, así como las ya establecidas
relaciones con Panamá, Costa Rica y El Salvador, son indicios que algo no está
bien. El Salvador es un caso sui generis no alineado de cambio de rumbo
ideológico que Latinoamérica. El gobierno se precia de no estar afiliado a una
ideología determinada. En lo interno, representa un nuevo grupo de poder
hegemónico emergente que está enfrentado con los intereses de la oligarquía y
los políticos de derecha e izquierda, apoyados por la embajada americana.
Dentro de este grupo hay importantes
sectores del nuevo capital de origen palestino, así como empresarios que
pretenden mantener una independencia de criterio frente a los designios
estadounidenses como, por ejemplo, el establecimiento y fortalecimiento de
relaciones con China, Rusia, países del Golfo o Turquía, así como la
implementación del bitcoin como moneda de uso oficial,
que de por sí constituyen una extraña migraña para el Departamento de Estado.
La idea acusatoria, y sus obsecuentes
seguidores, deberían de tener los parámetros de la doctrina Monroe, y su lema
pragmático, “EE.UU. no tiene amigos ni enemigos, solo intereses que
defender”, y el caso salvadoreño sería cuestión de intereses. Inquieta,
por ejemplo, al Departamento de Estado que el presidente Bukele se estaría
desplazando hacia una tendencia favorable a China, sobre todo gracias a la
ayuda no reembolsable del gobierno de Pekín para la construcción de una
Biblioteca Nacional, un Estadio Nacional, un Tren del Pacífico, un aeropuerto
en el oriente del país y una compleja planta industrial que potabilice el agua
sulfúrica que produce el lago de Ilopango.
Según los medios europeos, el presidente de
El Salvador ha roto los puentes del entendimiento democrático y se ha lanzado a
una deriva autoritaria que hace temer lo peor para su empobrecido país,
obviando algunos indicadores de su agrado, como un crecimiento del PBI del
10.8%. No importa, a nosotros tampoco nos importa porque no es un artículo
de los aciertos o errores de las políticas económicas salvadoreña. Envuelto en
la bandera del “pueblo libre y soberano”, se ha subido “al mesianismo
tropical”, es indudable que el manejo del léxico y de la imaginación son
extraordinarios.
Pero Bukele, pese a su respaldo electoral
según los medios, no está demostrando estar a la altura del poder
recibido. Populista y autoritario, el presidente va camino de
convertirse en un problema más que en una solución. Y justo aquí, en el
populismo es de donde abrevan y desprestigian los fascista disimulados, sobre
todo para América Latina, y más en estos tiempos, donde la derechista no
fascista Giorgia Meloni ganó las elecciones en Italia, o las tropas
nacionalistas ucranianas no son nazis.
En un excelente artículo, el filósofo y
politólogo brasileño Emir Sader llamado !Populista tu madre!, describe
la influencia del discurso político europeo en América Latina que llevó a la
descalificación de fenómenos que en Europa tienen un sentido y aquí otro
completamente distinto. Para el eurocentrismo, el populismo tiene una
connotación siempre negativa, llegando a ser considerado casi como una
maldición. Basta calificar de populista a un líder o a un partido para
descalificarlo, ni se molestan en explicar el fenómeno. En el mismo paquete
ponen a Vargas, Perón, Hugo Chávez, Trump o Bolsonaro, a quienes atribuyen
algunos rasgos en común: la demagogia, la manipulación del pueblo, la
irresponsabilidad fiscal, que constituyen las características fundamentales del
populismo, todas negativas.
Para el neoliberalismo, un gobierno
responsable es aquel que favorece el equilibrio fiscal, expresado en estos
momentos en el llamado techo de gasto, que recae directamente sobre las
políticas sociales y los derechos de los trabajadores. Al contrario de lo que
afirma el discurso establecido, los gobiernos de Vargas y Perón supusieron los
períodos de mayores logros para los trabajadores, sin generar crisis
económicas. Efectivamente, bajo esos gobiernos se incrementó la capacidad de
consumo de la clase trabajadora, lo que impulsó el proceso de industrialización
como consecuencia de la expansión del mercado interno.
Es cierto que el progresismo ha perdido el
rumbo y ha caducado su discurso, pero también es cierto que la derecha ha
manifestado y ejecutado políticas que desintegraron el estado del bienestar y
nunca dieron solución. Es claro que viene otra época, otro discurso, y que los
medios de comunicación, las redes antisociales, como las llama el periodista
Horacio Verbitsky, son centrales. Por qué el fascismo avanza y a quiénes va a
quitar sus derechos extrañamente lo escuchan, militan y votan.
Alejandro Marco del Pont es economista y
autor de El
Tábano Economista
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