30/7/2022
Cultura
Walsh y García Márquez: La narrativa de no ficción nació en América Latina
En América Latina prevalece la idea de que el estadounidense Truman Capote es el padre de la narrativa de no ficción. Un mérito que puede ser cuestionado con numerosos antecedentes que validan como pioneros de este género periodístico-literario a los dos latinoamericanos.

Gustavo González Rodríguez-Meer
Publicado el 30 de Julio de 2022

A sangre fría ha sido durante muchos años una lectura
obligatoria para los estudiantes de nuestras escuelas de Periodismo y en
América Latina prevalece la idea de que el estadounidense Truman Capote es el
padre de la narrativa de no ficción. Un mérito que puede ser cuestionado con
numerosos antecedentes que validan como pioneros de este género
periodístico-literario a dos latinoamericanos: el colombiano Gabriel García
Márquez y el argentino Rodolfo Walsh.
No se trata
de instalar una disputa artificial en un terreno que será siempre
controvertido, pero sí de exigir a los formadores de periodistas y divulgadores
literarios un mayor rigor intelectual que los aleje de una excesiva inclinación
anglosajona que termina desconociendo la histórica contribución de las
vertientes latinas europeas y americanas en el afortunado maridaje de
periodismo y literatura.
A sangre fría fue publicada en 1966, un año después de la
ejecución en la horca de Richard Hickock y Perry Smith, quienes asesinaron en
noviembre de 1959 de los cuatro miembros de la familia Clutter en Kansas.
Once años antes, en 1955, Gabriel García Márquez publicó en
14 entregas diarias en el diario El Espectador su Relato de un náufrago, un
texto testimonial basado en una extensa entrevista a Luis Alejandro Velasco,
tripulante de un buque militar de la Armada colombiana, que sobrevivió durante
diez días en una precaria balsa tras caer al mar desde el barco.
También se adelantó a Capote el periodista argentino Rodolfo
Walsh, quien en 1957 publicó Operación Masacre, sobre una serie de asesinatos
que agentes del Estado cometieron en junio de 1956 durante la llamada
Revolución Libertadora, nombre que se dio la dictadura militar que en 1955
derrocó a Juan Domingo Perón.
Es cierto que ni Relato de un náufrago ni Operación Masacre,
alcanzaron en su momento el impacto que tendría después A sangre fría,
convertido en un best seller apenas lanzado el libro. El público adquirió
masivamente esta obra, que con destreza literaria, una exhaustiva investigación
y numerosas entrevistas, que incluyeron a Hickock y Smith, construyó una
apasionante narración del antes, el ahora y el después de un crimen que
conmovió a los Estados Unidos.
También es
cierto que García Márquez y Walsh publicaron sus trabajos en condiciones
políticas bastante adversas que les pasaron la cuenta en su momento y
postergaron el reconocimiento de los lectores y de la industria editorial.
Relato de un náufrago no es solamente una extensa entrevista
publicada en 14 entregas en El Espectador, al estilo de los viejos folletines
policiales y románticos. El testimonio que el futuro nobel de Literatura
construyó con las palabras de Luis Alejandro Velasco es un compendio de buen
periodismo y buena literatura. Sobriedad y suspenso son ingredientes que
atraviesan todo el relato y transmiten el mundo interior de un modesto marino
enfrentado al gran desafío de la supervivencia.
Al estilo de los viejos cronistas, García Márquez puso un
extenso título a su trabajo: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la
deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria,
besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego
aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
Un título que es un buen resumen de la odisea de Velasco y
sus consecuencias. El buque militar Caldas regresaba de Mobile, Alabama, donde
había sido sometido a reparaciones. En la navegación de regreso a Colombia,
Velasco cayó al océano. La versión oficial de la Armada fue que la caída se
produjo a causa de una tormenta mientras el marino estaba en cubierta. Así,
cuando finalmente fue rescatado tras una decena de días a la deriva en alta mar,
fue recibido como un héroe, lo cual fue bien aprovechado como propaganda por la
dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
La entrevista con el joven periodista García Márquez reveló
que nunca hubo tal tormenta y, aún más, puso al descubierto un escándalo de
corrupción, ya que Velasco se precipitó por la borda del barco cuando intentaba
con otros tripulantes contener una carga mal estibada, que contenía artículos
de contrabando.
Fue tal el
impacto de la denuncia que El Espectador optó por proteger a García Márquez
sacándolo de Colombia y enviándolo como corresponsal a París, con una austera
Jorge Ricardo Masetti, el Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias y Rodolfo
Walsh, en la agencia de Prensa Latina.remuneración que desapareció por completo
cuando la dictadura cerró el diario. Fue en una modesta buhardilla
parisina de la rue Cujas, entre privaciones, que creó El coronel no tiene quien
le escriba, su segunda novela después de La hojarasca.
El impacto que alcanzó Cien años de soledad desde su
publicación en 1967, abrió las puertas de la industria editorial a textos
anteriores de Gabo, como El coronel no tiene quien le escriba y el propio
Relato de un náufrago, publicado como libro en 1970.
«Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se
sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está
oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar». La cita corresponde a un
escrito del periodista argentino Horacio Verbistky, aunque la primera frase es
atribuida indistintamente, entre otros, a George Orwell y Randolph Hearst.
Si esa condición se cumplió en Relato de un náufrago, con
mayor razón se dio en Operación Masacre, un libro que, en un ambiente cargado
de represión y violaciones de los derechos humanos, denunció un crimen masivo
de una dictadura militar. Rodolfo Walsh construyó esta obra a partir de una
hebra: un comentario que escuchó acerca de un sobreviviente de un fusilamiento.
A partir de ahí fue armando la madeja, mediante entrevistas a otros peronistas
que libraron con vida y a familiares de los asesinados.
El producto fue este libro, publicado en 1957, que se fue
enriqueciendo en sucesivas ediciones con nuevos antecedentes y que incluso fue
llevado al cine con el propio Walsh como co-guionista. Operación Masacre es una
gran obra literaria en el mejor sentido y no es exagerado el papel fundacional
de la narrativa de no ficción que algunos estudiosos le otorgan, destacando que
se adelantó nueve años a Truman Capote y su A sangre fría.
Al igual que Relato de un náufrago, Operación Masacre fue
inicialmente divulgado en varias entregas en un modesto diario, Revolución
Nacional, entre enero y marzo de 1957. La investigación se enriqueció y en
junio del mismo año publicó otros nueve artículos en la revista Mayoría. Fue en
diciembre de 1957 cuando Ediciones Sigla lanzó el libro.
Walsh fue
asesinado en Buenos Aires en una emboscada de un grupo de tareas de la
tristemente célebre ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) el 25 de marzo de
1977. Los marinos se llevaron su cuerpo. Es uno de los miles de
desaparecidos que dejó la dictadura encabezada en sus primeros años por el
general Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Massera.
Fue el epílogo sangriento de un periodista y escritor que en
su corta vida de cincuenta años radicalizó sus posiciones y su compromiso con
las letras y la revolución socialista desde las tendencias más libertarias del
peronismo. En aquellos años en que predominaba como respuesta a la llamada
prensa burguesa el periodismo de trinchera, teñido a menudo de panfleto y
maniqueísmo, Walsh y García Márquez instalaron una narrativa de no ficción de
gran calidad periodística y literaria.
Así como a Capote se le atribuye que echó las raíces del
nuevo periodismo que Tom Wolfe codificó a partir de 1960 en los Estados Unidos,
puede afirmarse que Relato de un náufrago y Operación Masacre tuvieron un papel
fundacional en las ricas expresiones que esta tendencia rupturista desarrolló
en la América Latina desde un ejercicio periodístico permanentemente acosado
por las dictaduras y los poderes empresariales.
Lo esencial
desde nuestros autores latinoamericanos hasta Capote, Wolfe y sus seguidores
está en el rescate de la alianza entre literatura y periodismo.
Un maridaje precisamente rechazado por seguidores de los
formatos y técnicas que desde Estados Unidos adecuaron la redacción de las
noticias a la industrialización de la prensa en la primera mitad del siglo XX.
La pirámide invertida dispuso que las informaciones debían ser redactadas
respondiendo a las «cinco W» (qué, quién, cuándo, dónde, por qué), en una
secuencia jerarquizada que casi por obra de magia produciría objetividad.
«Los hechos son sagrados y las opiniones libres», fue una
sentencia anglosajona que nos invitaba a reconocer una quinta esencia de virtud
en el modelo, capaz entonces de conjugar, según el formato, el rigor
informativo con la más completa libertad de expresión. La historia del
periodismo, y también de la política, ofrece sin embargo innumerables episodios
de invención, ocultamiento o distorsión de hechos, así como de manipulación,
instrumentalización e incluso persecución de las opiniones.
Al final prevalece la ética como único canon válido para
legitimar, no solo la función social del periodismo, sino sus niveles de
calidad. Un terreno en que la trayectoria periodística de Truman Capote dejó
zonas oscuras, según varios de sus biógrafos. Pero esto ya es materia para otro
artículo.
Por ahora, consignemos que la narrativa de no ficción, el
nuevo periodismo e incluso el periodismo de investigación han enriquecido el
panorama literario mundial. A esta altura, cualquier enumeración puede parecer
arbitraria, pero me atrevo a reivindicar una vez más a Tomás Eloy Martínez con
Santa Evita y La novela de Perón y al uruguayo Ernesto González Bermejo con Las
manos en el fuego, como ejemplos a mi juicio relevantes.
En 2018, el
Premio Alfaguara, considerado el mayor galardón de narrativa en lengua hispana,
recayó en el mexicano Jorge Volpi con Una novela criminal, texto que en la
práctica no tiene nada de ficción, basado cien por ciento en un caso judicial
real y reconocido por sus méritos periodísticos y literarios.
Tres años antes, 2015, la Academia Sueca otorgó el Nobel de
Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, autora entre otros
libros de La guerra no tiene rostro de mujer, Los muchachos de zinc y Voces de
Chernóbil, tres obras excepcionales construidas a partir de testimonios,
ejemplos de narrativa de no ficción.
Gustavo
González Rodríguez-Meer es Periodista y escritor. Magíster en
Comunicación Política, Periodista y Diplomado en Periodismo y Crítica Cultural
en la Universidad de Chile. Fue director de la Escuela de Periodismo de esa
misma universidad (2003-2008) . Autor de los libros «Caso Spiniak.
Poder, ética y operaciones mediáticas» (ensayo), «Nombres de mujer» (cuentos) y
«La muerte de la bailarina» (novela).
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