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Yo quiero volver, mi país pequeño


27 de enero de 2024

Finalizó la 33º Fiesta Nacional - 19º Fiesta del Chamamé del Mercosur “Grito de Identidad” que se realiza en Corrientes durante la segunda quincena de enero. Historia, sentir, cultura e identidad se conjugan en esta gran celebración popular.

Frida Jazmín Vigliecca

La Fiesta Nacional del Chamamé fue celebrada por primera vez el 6 de septiembre de 1985 en el Estadio Club Sportivo Juventus de la ciudad de Corrientes y marcó el inicio de nuestra celebración popular. La misma se celebra en el mes de enero, diez noches del 11 al 21 de ese mes y se ha transformado en uno de los principales festivales folclóricos de Argentina y el mayor, en este género, en el mundo.

Esta festividad conjuga música, poesías, recitados, danzas y comida. En la actualidad se realiza en el hermoso e imponente anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola. Allí llegan miles de personas noche a noche esperando ver a lxs artistas de la noche.

En los rostros de lxs corrrentinxs y turistas que asisten se puede observar la alegría que produce esta práctica popular, llagando con sus conservadoras, termolares y termos con mates. Es una especie de camping comunitario con escenario, un Woodstock correntino con mantas en el pasto y chipá.

Nuestra fiesta cuenta con las actuaciones de un sinnúmero de artistas de la región, invitados de países del MERCOSUR como ser Uruguay, Paraguay y Brasil; como así también de otras provincias de nuestro país. Durante diez noches, las más significativas figuras del chamamé desfilan por el Anfiteatro coronando cada actuación bien recibida con un buen sapucay: grito entraña expresión de múltiples afectos.

Desde 2021 el Chamamé música y danza del litoral argentino pero más precisamente de la provincia de Corrientes fue declarado por la UNESCO Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad, declaración que no se deja de nombrar en todo el territorio pues nos ofrece un reconocimiento y legitimación cultural a una práctica mestiza que trae consigo años de resistencia colonial y que nos enorgullece cada centímetro de piel cambá.

El Chamamé nace de la confluencia cultural del aborigen guaraní, los aportes hispánicos de la colonización y el desembarco de los jesuitas, como el Padre Seep que convirtieron a Yapeyú en el epicentro de la cultura musical del rio de La plata.

Sin embargo, fuera de los estudios de origen y evolución de esta práctica: ¿Qué representa el chamamé para un correntinx? ¿Qué hace tan singular su manera de vivenciarlo? ¿Por qué nos dan ganas de soltar un sapucay al escuchar resoplar un acordeón? ¿Por qué nuestras piernas se lanzan al abrazo chamamecero?

Quizá una respuesta sea que nuestra música y danza es más que nuestra expresión cultural porque es ante todo una forma de vivir, la radio am a la mañana bien temprano con el chamamé bajo musicalizando nuestros sueños, es el baile en los patios y en los entierros.

Un aura ancestral que nos hermana

“Para el guaraní, la belleza también manifiesta, esplendorosa, un despliegue hacia una finalidad, pero esa finalidad tiene una consumación posible. El grado más alto de la belleza es aquel que marca el cumplimiento de la genuina condición humana; tiene una dimensión ética, compromete el sentido e involucra cuestiones ontológicas.”[1]

Las dimensiones de la belleza que manifiesta el chamamé se relacionan con la cita anterior: una primera dimensión constituida por la imagen que en este caso diré que es el paisaje litoral que comprende nuestro vínculo natural con el ecosistema humedal. Percepción visual del “verde brillante, rojo toro, sangre adelante, camino y selva, camino y selva”[2]

La segunda dimensión la apreciamos como la construida por la palabra, la que teje los versos chamameceros, traducción imposible de ese tesoro ecológico.

“Por Santa Rosa me voy al río

a mi costado llevo una luna

que va tocando los espinillos

por Santa Rosa

me dan las ranas sus bienvenidas

y en el camino tiño mis manos de azules

pinto mis ojos de verde

lleno mi boca de grillos”[3]

Y la última dimensión, para mí la que reúne las dos anteriores y potencia su aura única e irrepetible del chamamé es la danza, el cuerpo junto a otros cuerpos bailando, ocupando el espacio-tiempo rítmicamente. Cuerpo contra cuerpo transmitiéndonos emociones.

El poder de esta belleza tríptica promueve el acceso a la plenitud (aguyje) en nuestro  Taragüí  (tierra correntina).

El excedente o suplemento aurático que posee la práctica chamamecera como potencia está en su profundo sentimiento, en su intangible afecto y vinculo con el cielo y la tierra pero también con la profunda fe en  lo comunitario, en el compartir: enchamigarse es ser todxs unx, ser todxs amigos. Como dijo Raúl Barboza al recibir la distinción del título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Nordeste:

“Y no es a mí a quien se la dan, sino también a todos los músicos, aquellos que nunca recibieron nada pero que ofrecieron todo para darnos a nosotros”

 El sonido de las guitarras y los acordeones son los mismísimos sonidos de nuestra flora y fauna. Y es la fiesta del chamamé un ritual que si te dispones a transitarlo puede llevarte a un efecto de trance ritual, ser verdor radiante dorado por el profundo sol y el espejismo inconfundible del rio Paraná.

 

[1] Escobar Ticio- Aura latente. Tinta Limón. CABA.2021.

[2] Ayala Ramón.  El Mensú.1956

[3] "Por Santa Rosa me voy al río" Autor: Cacho González Vedoya y Antonio Tarrago Ros

Frida Jazmín Vigliecca

Frida Jazmín Vigliecca es trabajadora de las artes transdisciplinar, docente y arteterapeuta.

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