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Suma fija y ¡a la carga, Barracas!


19 de agosto de 2023

"Hacer de la campaña una patriada, una convocatoria por el ingreso popular, dividirá las aguas. Esclarecerá, ante la opinión pública, a partir de una medida concreta, las condiciones en las cuales tiene lugar la disputa por el excedente" plantea el autor en esta nota.

Leandro Greca

Lo que nos debe avergonzar es nuestra indiferencia, nuestra impericia, más nunca la voluntad popular. En la urgencia, en esta hora aciaga, casi que ni importa la evaluación de cómo llegamos hasta acá. A nadie le importa. Las razones copiosas se vuelven excusas y objeto de escarnio de quienes encuentran verdad en la realidad efectiva. Esta última debe ser, lo fue, la medida de prueba de un movimiento nacional.

La querella contra la casta hunde sus raíces en lo más granado de nuestras tradiciones políticas. Es la querella contra el círculo político, ergo, contra una forma oligárquica. El mensajero es anecdótico. Entiéndase bien, no le restamos trascendencia a Milei sino lo situamos en un lugar más modesto al que le quieren asignar entusiastas y temerarios. Más allá del fenómeno, de la novedad. Más acá del hombre providencial.

¿Qué decir de la convocatoria a quemar un banco por más que este banco no sea un banco comercial más sino aquél cuya carta orgánica establece la infructuosa defensa de la moneda nacional? No hace falta recuperar el comportamiento de la banca en nuestro pasado reciente. La parábola de la bronca de los ahorristas frente a las vidrieras y pizarras de la city se completa, más de 20 años después, con esta convocatoria ludista (y plebeya) contra la maquinita que imprime billetes.

Nunca las equivalencias son perfectas, tampoco las representaciones son transparentes. Lo incalificable es la enajenación, la endogamia, la cámara de eco y el pescar en la pecera. Se ha hablado del circo sin público como metáfora de este abismo entre representantes y representados. Abundan en redes diarios del lunes, convalidaciones ex post, prognosis y cuadros de situación como el que estamos ensayando -nobleza obliga- en esta columna. Parafraseando a Charly, nos preguntamos ¿qué se puede hacer salvo ver la película y comentarla?

Se habla y se escribe mucho también sobre los cambios en las formas laborales agudizados durante y después de la pandemia. Formas heterogéneas, desafiliadas, precarias e inestables en tiempo y espacio. Supuestamente ininteligibles para la “política tradicional”. No las negamos. Son un dato. Y todo dato, todo fragmento, es pasible de ser reconducido hacia una totalidad.

En los confines de nuestro movimiento, existía, según la caracterización ulterior de la literatura especializada, una vieja y una nueva clase obrera. Las diferencias de antaño eran tanto o más dramáticas que las actuales. Nos referimos al contraste provocado por la migración interna, el desarraigo, y a la tensión entre formaciones sindicales acendradas frente a la irrupción de un sujeto aluvional cuya incorporación a la vida pública fue inmediata. La historia es harto conocida. Lo heterogéneo se pudo reunir a fuerza de doctrina y conducción.

Cuando no hay conducción, se está en estado de ebullición. Lo gaseoso cristaliza recuperando la iniciativa estratégica o, cuando menos, cambiando de conversación. La suma fija, largamente esperada, es una oportunidad. Al fin de cuentas, el candidato no es ningún programa sino un ministro de Economía sitiado por ese síndico que es el FMI y que, pese a todo, tiene en sus manos, un anuncio.

Se dijo que no alcanza, que no es universal y que achata la pirámide salarial. Se dirán muchas cosas hasta que salga a la cancha. La suma fija es una señal de largada para la reapertura de paritarias o para la organización del reclamo allí donde no se quiera cumplir con lo normado. Para todos será un estricto acto de justicia en la medida en que alcance a los monotributistas e independientes, a toda esa porción irredenta del mundo laboral, como se hizo otrora con el Ingreso Federal de Emergencia (IFE).

En este contexto de vulnerabilidad y de escalada inflacionaria, la medida, por supuesto, entraña riesgos. Pero peor es la inercia. Hay que ponerle el cascabel al gato. No sólo para mejorar la performance electoral y entrar al balotaje. También se juega otra cosa: la rediviva capacidad creadora del pueblo organizado frente a un relato que canoniza la libertad de comercio, contratación e industria, es decir, el predominio absoluto del capital sobre el trabajo.

Hacer de la campaña una patriada, una convocatoria por el ingreso popular, dividirá las aguas. Esclarecerá, ante la opinión pública, a partir de una medida concreta, las condiciones en las cuales tiene lugar la disputa por el excedente. Entre tanto malestar, entre tanto desencanto, hay un rescoldo que crepita en la memoria de un pueblo resuelto a pelear por la justicia social. Quizás soplando esa ceniza encontremos la respuesta esquiva para convertir la bronca en esperanza.

Leandro Greca

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